'Arma Letal', adultos al límite

'Arma Letal', adultos al límite
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El sargento Roger Murtaugh (Danny Glover) ha cumplido cincuenta años. Recibiendo la llamada de un viejo amigo (Tom Atkins), descubre, casualmente, que su hija se ha suicidado en trágicas circunstancias. Para resolver el misterio tendrá un nuevo e incontrolable compañero, Martin Riggs (Mel Gibson), un violento policía con tendencias suicidas que cambiará su manera de aplicar la ley.

Este megaéxito de 1987 es muchísimas cosas. Para empezar, es una de esas películas de colegas - buddy movies en inglés - tan absoluta y completamente fundacionales que parecen hoy máquinas de tópicos, ya que fueron repetidos una y otra vez en la década siguiente. Para continuar, es una prueba del buen hacer de Richard Donner quien rara vez ha estado mejor que aquí. Y, además, es el inicio de una historia de amor entre Hollywood (o el sistema de estudios) y un guionista prodigioso, Shane Black.

'Arma Letal' (Lethal Weapon, 1987) fue el guión que escribió en unas semanas el propio Black tras graduarse, mientras intentaba empezar una carrera como actor a los 23 años. Que fuera vendido a un estudio fue algo asombroso, pero corriente al lado de lo que supuso la película una vez estrenada: un éxito global, el inicio de una saga que tendría tres secuelas y la consagración de Mel Gibson como superestrella internacional. Y es que el australiano tomaría Hollywood e iniciaría su época más dulce gracias al papel de Riggs, el inconfundible y algo demente detective que resuelve misterios con grandes dosis de histrionismo y violencia.

Pero ¿por qué, a pesar de todos los tópicos que otros filmes sacaron de aquí, sigue esta película funcionando como un tiro? ¿Por qué razón uno la ve no ya con agrado sino con franca admiración y sorprendido por lo bien que ha envejecido? ¿A qué se debe la nostalgia que se puede sentir al ver la película y que hace palidecer, incluso ensombrecer, a muchas, no a todas, de las películas de acción actuales?

Bien, la respuesta, creo está, permanece en el guión del brillantísimo y audaz Black y también en el tipo de cine que durante los setenta y ochenta tuvo cabida en Hollywood. Ese cine permitía películas en la que los personajes, pese a que se tratara de una cinta de acción, fueran palpables, envejecidos, cuando no directamente suicidas.

Shane Black actualiza todos los códigos del género criminal con una astucia brillante. Su película gira, en realidad, en torno a un trauma colectivo (Vietnam, en la que han luchado dos protagonistas) y a partir de ahí teje los grandes y tradicionales giros de cualquier relato más o menos reconocible de género negro. Está la traición del amigo, está la pérdida del amor de juventud, y también la importancia de la amistad.

A todo ello, ayuda un gran Donner, muy capaz en todas las escenas de acción pero también en las dramáticas e íntimas. Y por eso mismo, Black tuvo la suerte de encontrar un casting, el de Danny Glover y Mel Gibson, que no solamente interpretaba bien a sus personajes sino que, algo más raro en las películas, eran sus personajes. Hay actores que realizan labores encomiables, otros, en cambio, hacen imposible el trabajo a cualquier otro. Bien, este es el caso de esta excelente y veloz película.

Y es que el secreto de esta cinta es el drama interno que mueve a un policía, tranquilo padre de família apesadumbrado por la edad, a convertirse en una figura hermana del soldado psicópata que ha perdido el sentido tras el repentino fallecimiento de su esposa y que solamente encuentra una ética vital en misiones al límite.

Por supuesto, la fotografía nocturna de Los Ángeles, un escenario perfecto para cualquier neo-noir, y la hiperreconocible, perfecta banda sonora de jazz-rock de Michael Kamen amenizan perfectamente una velada que incluye a un sublime Gary Busey como esbirro-villano perfecto, con un nombre tan fácil de recordar como absurdo: el Señor Joshua.

En fin, pueden leer otra crítica de mi compañero Sergio acá.

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