Cine en el salón: 'Aventuras en la gran ciudad', una canguro genial

Cine en el salón: 'Aventuras en la gran ciudad', una canguro genial
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La sola visión de su cartel, dibujado por el enorme Drew Struzan, ya es suficiente para despertar toda una cascada de recuerdos en el que esto suscribe. Y no hablemos ya de su escena inicial, esa en la que una joven Elisabeth Shue baila descocada al ritmo del 'Then He Kissed Me' de las Crystals, garante pleno de un brusco retroceso a mi adolescencia y a un tiempo, ese que de forma tan reiterada estamos explorando en este Cine en el salón, en el que el cine era algo distinto.

Y es que 'Aventuras en la gran ciudad' ('Adventures in Babysitting' o 'A Night in Town', Chris Columbus, 1987) es una de esas comedias estadounidenses de los años ochenta protagonizadas por adolescentes que, junto a incontables ejemplos como esa 'El club de los cinco' ('The Breakfast Club', John Hughes, 1985) que repasábamos recientemente, u otras como 'Todo en un día' ('Ferris Buellers Day Off', John Hughes, 1986) —que no tardará en aparecer por estas mismas líneas—, conforman el ideario de lo que mi generación considera como el mejor humor que el séptimo arte ha parido para ese rango de edades comprendido entre los 10 y los 19 años hacia el que tanto siguen mirando las productoras cinematográficas.

Un filme de su época, un filme atemporal

Aventuras en la gran ciudad 1

Guionista de 'Gremlins' (id, Joe Dante, 1984), 'Los Goonies' ('The Goonies', Richard Donner, 1985) y 'El secreto de la pirámide' ('Young Sherlock Holmes', Barry Levinson, 1985), Chris Columbus daba el salto a la dirección con una cinta que sigue las andanzas de una joven que, tras ser plantada por su novio, debe ir a cuidar a una niña de ocho años hasta que una llamada de su mejor amiga, provoca que ella, la pequeña, el hermano de quince años de ésta y un amigo que se une a la función casi a la fuerza, tengan que acudir a la gran ciudad para "rescatar" a la miedica joven encarnada por Penelope Ann-Miller de los peligros de la estación de autobuses.

Con tan divertida premisa de partida, y sin buscar la risa fácil a través del chiste soez o el humor físico, el tipo de comedia al que pertenece 'Aventuras en la gran ciudad' es de esos que te mantiene con una sonrisa permanente durante todo el metraje y deja con la gratísima sensación de haber asistido a una producción hecha con cariño y, sobre todo, cierto respeto hacia el espectador que, desafortunadamente, se perdería durante la década siguiente en aras de un tipo de producto más ramplón.

Aventuras en la gran ciudad 2

Ahora bien, que nadie se lleve a engaño pensando que estamos ante un filme de primera categoría, ya que la cinta dirigida con poco más que corrección por Columbus es una modesta producción que se financió con siete millones de dólares, una cifra irrisoria incluso para la época que, no obstante, demostró ser más que suficiente para atraer a un público que quintuplicó la inversión en taquilla, abrazando al cuarteto de personajes encabezados por Shue —un cuarteto que completan Maia Brewton como Sara, la resolutiva niña de ocho años, Keith Coogan y Anthony Rapp— y a la infinidad de giros que la noche en que transcurre la acción les tiene reservados.

Unos giros que, planteados con naturalidad por el guión de David Simkins —aunque atiendan a un sentido de la casualidad algo forzado— llevan a los personajes de aquí para allá en una aventura de esas que uno, siendo niño, habría alucinado de haber sido su protagonista. Y es ahí donde, al menos a mi parecer, reside la singular grandeza de esta y otras muchas producciones de la década, en saber conectar de forma íntima con el espectador al que iban destinadas hasta el punto de hacerlo partícipe directo de lo que en ellas iba desarrollándose gracias unos personajes carismáticos a más no poder poseedores de una universalidad a prueba de bombas.

Poco importaba pues que el tipo de vida que mostraban estas películas y las ciudades donde se desarrollaban fueran mundos completamente ajenos a aquél en el que habitábamos cuando los personajes que en el se movían eran tan cercanos como podía llegar a serlo tu mejor amigo o amiga. Y eso, precisamente eso, es algo que aún hoy, treinta años después, sigue funcionando como el primer día.

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