'Guerra Mundial Z', la plaga de los muertos vivientes

'Guerra Mundial Z', la plaga de los muertos vivientes
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El periodista Gerry Lane (Brad Pitt) descubre una epidemia mundial que está a punto de provocar la destrucción del mundo tal y como lo conocemos, llenándolo de una serie de zombies (¡infectados!) que van arrasando con toda la humanidad que encuentran a su paso y sumando efectivos a su causa. A contrarreloj, tratará de descubrir, junto al ejército, cómo detener esta situación de emergencia global.

Adaptación del best seller de Max Brooks, un pasable e hiperrealista libro que proponía una falsa historia orial de los zombies adaptada a unos tiempos de titulares y sensacionalismo, ahora multiplicado por la red, esta película de Marc Forster tiene, no obstante, la naturalidad de distanciarse de su material de partida, virtualmente inadaptable si no es como arriesgado falso documental o como valiente serie de televisión, y salir bien parada del asunto.

Los créditos de Forster como cineasta no han configurado, precisamente, un director ajeno a mis simpatías y sus anteriores coqueteos con la superproducción fueron más bien aburridos. La aventura bondiana 'Quantum of Solace' (id, 2008) contenía un par de ideas visuales brillantes en un conjunto un tanto pálido, caótico y torpe, que elevaba más el ya de por sí portentoso recuerdo de 'Casino Royale' (id, 2006) de Martin Campbell.

Los tiempos cambian, y pese a las bien documentadas discrepancias y problemáticas que hubo durante el rodaje, Forster ha firmado aquí un trabajo solvente, con estilo y con un montón de set pieces muy imaginativas que convierten a 'Guerra Mundial Z' (World War Z, 2013) en la sorpresa del verano, de manera legítima y hasta agradable. Toda la película funciona de un modo muy parecido al viejo cine de catástrofes de los años setenta, aquel que promocionaban artesanos tan nobles como Irwin Allen, y es mucho más lógico pensar aquí en el Hollywood de entonces que en las producciones de poco presupuesto e imaginación desolada de George A. Romero o el nunca suficientemente reverenciado Lucio Fulci.

Brad Pitt hace las veces de un Steve McQueen en 'El Coloso en Llamas' (The Towering Inferno, 1974) y toda la película contiene desde secuencias ya promocionadas en los anuncios hasta sorpresas de la sutileza y la construcción como la secuencia en el cuartel coreano con una huida absolutamente imaginativa (¡una rareza en el cine de masas actual!) y un final absolutamente sorprendente, en Cardiff, que busca lo anticlimático e íntimo antes que decantarse por una apoteosis digital, ya muy bien explorada en las secuencias de Israel.

Pitt lleva el peso de la película, y como decía, su héroe es como el McQueen de entonces: un tipo corriente que se mueve a una escala, perdonen la redundancia, lógicamente humana. Quiero decir con esto que no busca en ningún momento comportarse o tener la suerte de un superhombre cualquiera, ni tan siquiera de uno que recibe puñetazos. Su periodista sobrevive muchos peligros, pero rara vez puede salvar el pellejo de la humanidad él solo: esto acerca la película a un nivel también olvidado, fácilmente olvidado, que es el de tener peso dramático en una historia por todos sabida y tantas otras veces contada. Danielle Kertesz y Mireille Enos completan el reparto, siendo la primera una aguerrida soldado israelí y la segunda la leal esposa del protagonista, sin que la película redunde en el rol, habitualmente decorativo, dado a mujeres.

El guión lo firman, entre otros, Matthew Michael Carnahan, Damon Lindelof y Drew Goddard, pero es conocida la labor de Christopher McQuarrie en las reescrituras. Es cierto que en el montaje final no todo es perfecto, y se echa en falta mayor transición en las escenas, pero el sentido de coherencia y progresión no se pierde nunca, un pequeño milagro en un mar de películas que parecen cosidas y no montadas, escupidas y no propiamente narradas. El resultado es una película con capacidad para el asombro, la intriga y la tensión; en ningún momento pretende tejer conjetura sociopolítica alguna, si acaso, como me decía un gran amigo, puede leerse (o verse) como una reivindicación de Pitt de su figura como padre adoptivo-legal-y-bello en la era de la ONU.

Pero esa es una diversión que no interrumpe a las demás. Cree Zorrilla que se trata de una película irregular y naturalmente discrepo.

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