
El soldado John Carter (Taylor Kitsch) se resigna a luchar. Ha vivido una aventura apenas creible por alguien y ha dejado su diario a su sobrino. Allí contará como, a partir de una mina de oro, fue trasladado a una tierra lejana, llamada Barsoom, que descubrirá que es el planeta al que los humanos hemos venido a llamar Marte y que ahora está sujeto a una guerra, a una amenaza tiránica y a una posible salvación.
A nadie le gustó este 'John Carter' (id, 2012) que dirigió, hasta donde yo sé, el mismo Andrew Stanton que hubo dirigido 'Wall-E' (id, 2008) a solas y antes, 'Buscando a Nemo' (Finding Nemo, 2003) con Lee Unkrich. De hecho, a mi compañero Mikel no le agradó y Caviaro se mostró algo más partidario. No comparto esa opinión tan extendida como ciertamente algo extraña.
Yo lo que creo es que esta película es mejor - bastante mejor o lo suficientemente mejor - como para ser respetada si la ponemos a dialogar con el resto de cine de aventuras - del que poco se habla ya y del que poco queda- y creo que es insolentemente mejor si entendemos que no es tanto una obra de Stanton o su coguionista Mark Andrews, ambos de la casa Pixar, como del otro coguionista, de Michael Chabon, del que sospecho que provienen todos sus mejores y más hermosos hallazgos.
Y he recordado ese poema posiblemente porque nunca lo asocié a esa novela sino a su autor y a su obra completa, es decir, a Jorge Luis Borges y a su obra poética. El poema se llama Remordimiento por cualquier muerte y allí pude leer estos preciosos versos que dicen "nos hemos repartido como ladrones / el caudal de las noches y de los días".
Por supuesto, es un poema que habla de la muerte y también lo hace esta película, porque lo aquí me interesa no señalar no es el interesante trabajo de diseño de producción - inesperadamente práctico y pulp, sin alardes llamativos - de Nathan Cowley o la eficaz labor visual de Dan Mindel - colaborador habitual de JJ Abrams. Tampoco la destreza de su director para orquestar escenas espectaculares, al tiempo que su inexperiencia para mover con convicción a todos sus actores alrededor de su prácticamente ininterrumpido espectáculo digital.
Como tampoco me interesa un severo juicio que encause, con sus aciertos y sus debilidades, a los protagonistas, Taylor Kitsch y Lynn Collins, como Carter y la princesa aguerrida y valiente Dejah Toris. O señalar lo divertida que es la labor de encarnación - por debajo o por encima de una artesanía hecha por magos del ordenador - de Willem Dafoe o Samantha Morton o lo placentero que resulta ver siempre a Mark Strong haciendo de alienígena y conjurante conspirador a la sombra, papel que aquí interpreta a la vez.
No, eso no me interesa entre otras cosas porque la lucha final no tiene la garra o la espectacularidad o el feliz y agotador poder resolutivo de otra película que adaptaba, tal vez de un modo más literal respecto a las estructuras de personajes y por lo tanto más complaciente y por lo tanto más sencillo, la obra de Edgar Rice Burroughs y que se estrenó antes y que se llamó 'Avatar' (id, 2009).
Pero es que esta película es, al menos para mi, un juego de manos de Chabon con el cine, o con el cine que le han dejado hacer, y lo es porque las razones para la aventura no están en sus espectáculos de la vista sino en aquellos que transcurren en la imaginación y en la lectura. Y así lo que me asombra de esta película es que su héroe último sea un lector, el lector primero del relato de John Carter, y la historia de la victoria más espectacular no sea la de una tumultosa tribu de alienígenas y magos sino la de un pasado en la que se han sucedido, y con todo el desorden que ello implica, la guerra, la pérdida y el destierro.