'Marte (The Martian)', una patata abonada con...

'Marte (The Martian)', una patata abonada con...

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'Marte (The Martian)', una patata abonada con...

Vivimos tiempos de prisas artísticas. El cine MacDonald’s se ha instaurado ante nuestros ojos, apoyando el lavado masivo de cerebros —ejem—. El consumo inmediato y olvido aún más rápido que muchas de las ofertas cinematográficas que llegan desde el otro lado del charco, se extienden cual marabunta, dando lugar a movimientos críticos, aprovechados por las distribuidoras, de sospechosa calidad. Ahora la moda está en “vender” como sea una gran película —utilícese el epíteto que sea— cada quince días, o pocos más.

El nuevo ejemplo de ese movimiento, que corre cual alma que lleva el diablo a escribir ríos de letras, dejando la reflexión aparcada en el retrete, es ‘Marte (The Martian)’ —el porqué de la estupidez del título español es tema para otra reflexión, pero otro día—, el nuevo producto de ese señor llamado Ridley Scott, aburguesado desde hace tiempo, y cuyo único verdadero riesgo en los últimos años se titula ‘El consejero’ (‘The Counselor’, 2013). ‘Marte (‘The Martian)’ mola mucho más, no tenemos que pensar, sólo dejarnos embobar por el aluvión de supuestas bellas imágenes del planeta rojo, mientras un coñero McGyver espacial nos habla de tú a tú, trivializando absolutamente todo. Porque sí, qué coño.

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(From here to the End, Spoilers) Le reconozco a ‘Marte (The Martian)’ el ir directa al grano, al menos en sus primeros quince minutos. Un montaje preciso —del habitual Pietro Scalia— lleva directamente a lo que será el argumento del film las siguiente dos largas horas, en las que la ausencia total de crítica, de cinismo, y ya no digamos los niveles intelectuales, dan paso a un buen rollo que personalmente me chirría hasta niveles insoportables. No hay duda de que estamos ante una muy fiel adaptación del best seller de Andy Weir, pero volvemos a lo de siempre. Dos artes tan diferentes como la literatura y el cine demostrando, una vez más, que lo que puede funcionar en una, en la otra no, y viceversa.

Salvando el instante de la tormenta, cine de calidad tan fugaz como la vida en Marte, Scott lo deja todo muy clarito, sin dobles sentidos ni aprecio por la portentosa imagen en alta definición con la que bombardea nuestros ojos. ¿Hablamos de una película de Ridley Scott o Michael Bay está creando escuela? Ah no, que aquí no hay giros de cámara de 360 grados, ni montaje caótico, sólo el mismo paisaje una y otra vez, una y otra vez, sin sacarle el más mínimo provecho. El nuevo Robinson Crusoe —si Daniel Defoe o Byron Haskin levantan la cabeza, les da algo—, hastiado con la vista, lo tendrá difícil para sobrevivir en un planeta desierto mientras espera que le vayan a rescatar.

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Un cachondeo

Qué va. No hay nada como el buen humor ante las adversidades —¡¡¡quedarse solo en un planeta!!!—, contar chistes ante una cámara y ser un manitas para absolutamente todo, resuelve cualquier tipo de situación. La amenaza de un posible peligro en esta película es tan banal, tan superficial, que a uno le queda absolutamente claro que nada grave va a pasar. Nada, ni siquiera a la hora de salir despegando en una cápsula cubierta con plástico. Entonces… ¿el mensaje de supervivencia/esperanza a qué viene? Que la capacidad del ser humano para sobreponerse a cualquier tipo de fatalidad se vea apoyada por cachondeo, de manual, puro y duro, es algo que no me casa. Una vez más, mezclar tragedia y comedia no es algo que sepan hacer todos. Scott tiene talento de sobra para no caer ante modas. Y aun así lo hace.

El reparto, por el que se pasean nombres tan competentes como Jessica Chastain, Sean Bean —no muere, pero piden su dimisión— o Chiwetel Ejiofor, es tan reluciente como la fotografía del film, y todos están desaprovechados. La verdadera estrella de la función es, cómo no, Matt Damon, que se interpreta a sí mismo como si estuviera en el show de su buen amigo Jimmy Kimmel, haciendo coñas cada dos por tres, y enseñándonos trucos muy buenos por si un día se nos ocurre ir a Marte. Evidentemente el carisma del chaval lo hace todo, y Scott rechaza de lleno el hacerle pasar por momentos emotivos. No hay que emocionar a la platea, hay que embobarla.

Salvo algún fotograma inspirado me parecen apreciables algunas de las frases del guion de Drew Goddard. Por ejemplo, si en el libro existe una muy clara referencia al famoso film de Scott de 1979, en la película hay una muy divertida a la trilogía de Peter Jackson, con Sean Bean presente, y una crítica a la misma en boca de Jeff Daniels. Un Goddard inspirado que, en juicio de quien esto firma, debió hacerse con las riendas del film. El resto de diálogos me parecen superfluos, e incluso absurdos, y cuando el film parece ponerse interesante, se cachondea aún más de sí mismo con la imposible secuencia de rescate. Muy bonitas las canciones, eso sí.

No, hombre, noooo. Es grandiosa, portentosa y espeluznante.

Y dos huevos duros.

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