'La Morte Rouge' condensa lo mejor de Víctor Erice: un precioso ensayo sobre el poder espectral del cine

'La Morte Rouge' condensa lo mejor de Víctor Erice: un precioso ensayo sobre el poder espectral del cine

Uno de los mediometrajes más hermosos de la historia del cine español

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La Morte Rouge
De vez en cuando, convertidos en fantasmas, los cuerpos presentes en las imágenes de esas películas que –como ha escrito Jean Louis Schefer– "miraron nuestra infancia", se levantan de sus tumbas y se asoman a la pequeña pantalla del televisor a las horas más tardías, cercanas al alba. Ofreciéndose a nuestros ojos insomnes, parecen decirnos algo: ¿qué?

Así meditaba Víctor Erice en un hermosísimo texto en la revista 'Bande Aparte' de 1997 titulado 'Escribir el cine, pensar el cine' sobre tres cuestiones clave de su manera de entender el séptimo arte. En efecto, el cine, la infancia y lo telúrico forman parte del imaginario de este grandísimo director, que este 2023 regresa, ¡por fin!, con 'Cerrar los ojos', su esperadísima nueva película.

'La morte rouge', uno de los mediometrajes más hermosos de la historia

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Pero hablábamos del cine y de la infancia en la obra de Erice, dos elementos protagonistas de 'El espíritu de la colmena' o 'El sur'. También de un pequeño ensayo fílmico 'La Morte Rouge (Soliloquio)', una propuesta de apenas 30 minutos creada a propósito de la exposición titulada 'Erice-Kiarostami. Correspondencias' –impulsada y comisariada en 2006 por el crítico y analista cinematográfico Alain Bergala y Jordi Balló, profesor universitario y entonces jefe de exposiciones del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB)– que condensa lo mejor de Erice.

'La Morte Rouge (Soliloquio)' es, en pocas palabras, una pieza sobre el poder evocador del cine, en el que las fronteras del tiempo y los límites entre la realidad y la ficción se difuminan, y, sin lugar a duda, es también uno de los más bellos mediometrajes de la historia del cine español.

En él, Erice narra con su propia voz su primera experiencia cinematográfica cuando, a los cinco años de edad, en el antiguo Gran Kursaal, donde hoy se levantan los dos volúmenes de vidrio del emblemático Kursaal que acoge el Zinemaldia, vio junto a su hermana 'La garra escarlata' ('Sherlock Holmes and the Scarlet Claw', 1946), adaptación de 'El perro de los Baskerville', de Arthur Conan Doyle, dirigida por Roy William Neill y con Basil Rathbone como Sherlock Holmes.

Como si fuera uno de esos espectros a los que Erice alude en el texto 'Escribir el cine, pensar el cine', y con la marea de los recuerdos que emergen al pasear por la playa de La Concha, los personajes de aquella película regresan a la mente del cineasta con la intención de querer decirle algo.

Pero, ¿qué es lo que pretenden exactamente? En efecto, esa proyección seminal de 'La garra escarlata' es el latido de 'La Morte Rouge' pero la obra poco a poco va expandiéndose por los contornos de ese acontecimiento clave en la educación cinéfila de Erice. Desde el espacio hasta los protagonistas o los efectos que la película tuvo en sus emociones, la película va revelando con una letanía hipnótica anhelos más melancólicos, inquietudes más profundas.

Los fantasmas del casino y el despertar de un niño

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En ocasiones, tan solo hace falta un gesto para invocar el poder espectral del cine. En el primer tramo de 'La Morte Rouge', Erice muestra una ruleta girando y sabemos, con ello, que vamos a presenciar una sesión de espiritismo fílmico insólita. ¿El lugar? Esa sala de cine en la que Erice contempló lo que era el asesinato y supo lo que era la muerte por primera vez.

Levantado en 1921 como casino para la sociedad burguesa donostiarra, el Gran Kursaal no tardó en sufrir su primer revés al prohibirse el juego en 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera. Golpeado, así, por el oleaje de la historia, suerte de Titanic de la boyante Belle Époque donostiarra, el lugar tuvo varios usos hasta su derrocamiento en los primeros años de la década de 1970, entre ellos, el de sala de cine. "Sus salas desocupadas fueron convirtiéndose lentamente en un refugio de sombras", rememora el cineasta al explicar los vaivenes de ese espacio mientras va superponiendo imágenes fotográficas de la época.

Ahí va a encontrarse con los protagonistas del segundo tramo del filme, "criaturas que saliendo de la pantalla del Gran Kursaal superaron el carácter efímero de su existencia": Sherlock Holmes, el Doctor Watson, Roy William Neill y, muy especialmente, Gerald Hamer, el actor que interpretaba a Potts, el personaje del cartero –y villano de la película– que obsesionó durante los años de infancia al cineasta.

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Si ese primer tramo de 'La Morte Rouge' sirve como puerta de entrada hacia el pasado, estableciendo las coordenadas del mapa de la memoria del cineasta, el segundo supone un giro crítico con el contexto en que el Erice infante vio la película. Elaborado mediante el montaje comparativo de la cinta de William Neill con imágenes del No-Do, noticiario que en plena dictadura franquista se proyectaba en todas y cada una de las sesiones cinematográficas antes de las películas, el director reflexiona sobre el significado del miedo en la ficción y en la realidad.

Para un niño de cinco años, al fin y al cabo, es difícil discernir qué es una invención y qué es real cuando la pantalla te absorbe y no te deja escapar. "Atentos pero impasibles, parecían no afectarles las muertes que tenían lugar delante de sus ojos", dice el Erice narrador sobre los espectadores con los que vio 'La garra escarlata', pero que también podría servir para definir a una sociedad paralizada por el terror del franquismo.

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En este núcleo central que, de hecho, expone ese primer encuentro con lo cinematográfico, se dan no pocas concomitancias con 'El espíritu de la colmena'. La experiencia del cine como espacio colectivo, pero también lugar que despierta los primeros terrores y obsesiones del sujeto, que permite la huida de una realidad asfixiante poniendo a prueba nuestras emociones… Las dos obras de Erice funcionan, desde posiciones plásticas y retóricas diferentes y complementarias, como un solo conjunto que aborda el dolor del mundo y el misterio de la imagen en movimiento y el pacto con el espectador. Son relatos de despertares.

El cine remanente

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El cine no es el arte de lo fantasmagórico solo por su capacidad de invocar a los muertos y al pasado sino porque sus imágenes se impregnan en las retinas de los espectadores como si fueran un hechizo, un maleficio del que es imposible lograr salvarse. Al menos para Erice, que en 'La Morte Rouge' hace la que tal vez sea la descripción más cautivadora de la imagen remanente, es decir, aquella que continúa apareciendo en nuestros ojos después de un período de exposición a la imagen original.

Después de la experiencia seminal cinematográfica hay una línea de no retorno, y al Erice niño 'La garra escarlata' lo persiguió atemorizando noche tras noche sus sueños. Las figuras de esa cinta dieron forma a sus tormentos y el cartero como el monstruo del saco es el protagonista de un teatro de sombras nocturno obsesivo. "Durante años las cartas fueron para el niño un emblema de muerte y los carteros, sus agentes", explica en la película.

Pero las garras del monstruo están separadas de la belleza de unas manos tocando el piano tan solo por un fundido encadenado, nos recuerda el director, con una elegancia superlativa. "Si una película le había en cierto modo trastornado, pronto hubo otras que, poco a poco, fueron poniendo un bálsamo en la herida", dice al respecto, sentenciando el juego contradictorio con las imágenes con el que se ha constituido su posición como espectador.

En ese sentido, me gusta pensar que no estamos tan alejados del Erice cinéfilo. Como él, nos asomamos a las películas en busca de dolor y consuelo, pena y alegría, con los que exorcizar nuestros temores cotidianos y dejarnos llevar por las visiones de unas realidades alternativas donde todo puede suceder. Son los pliegues misteriosos de la experiencia cinematográfica y de esos mundos imaginarios que permanecen incluso cuando el lugar físico en que tomaron vida desaparece.

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