Shyamalan | 'Señales', el cénit

Shyamalan | 'Señales', el cénit

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Shyamalan | 'Señales', el cénit

Ya se sabe como suelen funcionar las cosas en este mundillo. Un director tiene un éxito rotundo con un filme y, desde ese momento, todo el mundo —generalización, claro está, pero adecuada para el caso— espera que sus siguientes producciones sigan de forma íntima aquello con lo que se les sorprendió la primera vez, no aceptando de buena gana al mismo tiempo que dicho cineasta se quiera mover por otros derroteros. Aplicada a M. Night Shyamalan, esta pequeña digresión vendría a apoyar, junto con otros factores, el que 'El protegido' ('Unbreakable', 2000) no fuera comprendida como la genialidad que era por el público mayoritario.

Traduciéndose de forma directa en una taquilla bien limitada, que el cineasta optara por 'Señales' ('Signs', 2002) como su siguiente apuesta cinematográfica habla, y mucho, de la determinación de Shyamalan por no dejarse encasillar en el género al que pertenece el filme que hasta hoy sigue siendo su mayor éxito comercial. Una determinación que finalmente —a tenor de lo que parece que veremos el viernes de la semana próxima— ha terminado por doblegarse ante el público y que en el caso que hoy nos ocupa nos ofrecía la que creo es la MEJOR película de cuantas ha rodado el realizador en sus veintitrés años de trayectoria profesional.

Coincidencia o milagro

Senales 1

La gente se divide en dos grupos. Cuando experimentan algo afortunado, el grupo número uno lo ve como algo más que suerte, más que una coincidencia. Lo ven como una señal, la evidencia de que hay alguien ahí arriba velando por ellos. El segundo grupo cree que no es más que suerte. Un feliz giro del destino (...) Lo que tienes que preguntarte es qué tipo de persona eres. ¿Eres de las que ve señales, milagros? ¿O crees que la gente simplemente tiene suerte? O, míralo desde este punto de vista: ¿es posible que no haya coincidencias? (Graham Hess)

Creo que este pequeño monólogo, que el personaje de Mel Gibson cruza con aquel al que da vida Joaquin Phoenix cuando éste solicita de su hermano algo de apoyo y aliento en el momento de intensa incertidumbre que vive la humanidad debido a las misteriosas luces que han aparecido en los cielos de todo el planeta, es el que mejor caracteriza el discurso de fondo que Shyamalan enhebra con 'Señales': de formulación muy simple, la carga de profundidad acerca de nuestras creencias que comporta la disquisición que el cineasta pone en boca de un hombre religioso que ha renegado de Dios tras perder a su mujer, es uno de los mejores momentos del filme.

Senales 2

Puesto en valor por boca de un inconmensurable Mel Gibson —atención a ese instante en el que, apretando los dientes de rabia, le dice a Dios que lo odia, asombroso—, es la reflexión que arrojan las frases anteriores aquella que sirve de punto de apoyo de un filme que usa como excusa la ciencia-ficción —y ahora veremos cómo— para seguir abundando en cuestiones similares a aquellas a las que el director y guionista ya se había acercado de un modo u otro en sus cuatro filmes anteriores.

Son de nuevo la fe y el amor, las circunstancias en que éstas se ven puestas a prueba por el discurrir de nuestra existencia y lo que somos capaces de hacer por ellas, los ejes de los que parte Shyamalan para redactar una historia conmovedora, de intenso realismo en los modos en que refleja a esa familia rota que es la encabezada por el personaje de Gibson y de asombro constante cuando encuentra traducción en una vertiente visual que, como apuntaba más arriba —y como bien reza el titular de la entrada—, considero sin lugar a dudas la cumbre del cine del estadounidense.

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La mano del destino

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Y si a lo largo de los 107 minutos —curiosamente, la misma duración que tienen, minuto arriba minuto abajo, los cinco mejores filmes de Shyamalan— hay tal cantidad de ejemplos que poner para refrendar dicha afirmación que sería agotador citarlos uno a uno, ninguno puede superar a la secuencia final con la que el cineasta "remata faena" a un nivel como nunca se le ha visto y, ojalá me equivoque, nunca volverá a vérsele.

Volcando en esos minutos en los que se resuelve la acción las pequeñas referencias que se nos han ido aportando a lo largo del filme, todo en la secuencia final va encaminado a hablar con rotundidad del talento de un artista que a partir de aquí comenzará un gradual y lento descenso en sus modos y maneras, empobreciendo la riqueza del discurso cinematográfico que aquí podemos contemplar. Y cuando digo que todo en el clímax se dirige a dar a la cinta el empujón que le faltaba para pasar del sobresaliente a lo magistral, es que tanto interpretaciones, como fotografía, edición, dirección y música aúnan esfuerzos para dejar en éxtasis al espectador.

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Un éxtasis del que habría que hacer mayor responsable a James Newton Howard y a los cinco minutos y medio de música que consiguen convertir a la escena en uno de los mejores ejemplos de íntima comunión entre música e imágenes de cuántos ha conocido la historia del cine: a la altura de la escena de la ducha de 'Psicosis' ('Psycho', Alfred Hitchcock, 1960) o del cuarto de hora final de 'E.T, el extraterrestre' ('E.T, the extraterrestrial', Steven Spielberg, 1982), la primera de las dos partes en que se divide el corte 'The Hand of Fate' es, simplemente, MAGISTRAL.

Hasta el momento en que prorrumpe en pantalla, Newton Howard ha dado sobradas muestras de que sin él, el cine de Shyamalan no habría sido el mismo: el obsesivo motivo de tres notas que se nos presenta ya con suma potencia en los créditos iniciales sirve, dependiendo de la orquestación —transita de las cuerdas al piano de forma constante—, para ir puntualizando desde todo el abanico de emociones que va recorriendo el filme y, llegados a la citada conclusión, toma protagonismo de tal manera que, puestos a valorar, diría que un 70% de la efectividad de lo que vemos en pantalla descansa sobre los mayestáticos pentagramas del compositor.

'Señales', CINE

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Pero no nos engañemos. Que los cinco minutos climáticos de 'Señales' sean tan GRANDES se debe tanto a lo que en ellos anida —que es mucho— como a todo lo que Shyamalan ha puesto sobre el tapete durante el trayecto previo. Decía antes que sería agotador citar uno a uno los instantes de la producción en que uno no puede hacer otra cosa que maravillarse; más eso no significa que, por su especial capacidad para generar la emoción y el asombro, finalicemos este artículo sin recordar la muy realista reacción de Joaquin Phoenix ante el vídeo brasileño, a toda la familia Hess subida en el coche con el altavoz de bebé o, cómo no, o al terror que destila lo que sucede en el sótano.

Todos esos momentos, y muchos más, se hacen grandes por la sutileza, la clase y la sencillez con que son tratados por un cineasta que aquí ha depurado sus formas hasta destilar la esencia misma de su manera de entender el cine. Un cine que aquí se encamina a hablar de intereses que trascienden el género que utiliza como excusa, que siempre sugiere más que mostrar —al alien sólo lo veremos una vez de forma nítida, los ovnis son puntos brillantes en el cielo— y que después de 'Señales', irá acusando una progresiva merma de calidad que, si bien no será muy apreciable en sus dos siguientes títulos, sí que alarmará en el que ocupará nuestro tiempo en tres días.

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