'Up in the Air', bajar del cielo

'Up in the Air', bajar del cielo
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Ryan Bingham (George Clooney) es un carismático empleado de una empresa que se dedica a reducir plantillas de otras que prefieren subcontratar el proceso. Su trabajo consiste en viajar alrededor de los Estados Unidos y despedir a la gente dando un discurso conmovedor. Su vida se ve complicada por la llegada de una nueva compañera (Anna Kendrick) que pretende cambiar su rutina viajera y por un inesperado amor, en forma de una mujer a la que cree parecida a sí mismo (Vera Farmiga).

Jason Reitman es un cineasta de no poco talento que comenzó su carrera con 'Gracias por fumar' (Thank you for smoking, 2006) y que tras el éxito de 'Juno' (id, 2007), su película menos intereante, ha sido capaz de articularse como ácido y modesto continuador de algunas de las cosas que hacían del cine de Billy Wilder y Richard Quine materia fundamental para los pilares de una comedia que no renuncia al dramatismo, ni a la amargura.

Le gustan, ya lo sabíamos por el Aaron Eckhart de su primera película, a este director los personajes moralmente reprobables como nada complacientes protagonistas de sus historias. No es cinismo porque en ningún momento nos esconde lo que hacen, aunque juegue, con astucia, con la simpatía que el espectador puede sentir por estos personajes.

Años más tarde de su estreno, 'Up in the Air' (id, 2009) se ha revelado como un clásico. No la disfruté tanto en un primer momento, pero es ahora cuando veo en ella su genuina valentía y su poderío como remarcable obra de su tiempo. De lo que trata esta película no es solamente de la falta de compromiso de un donjuan eterno, encarnado por un estupendo George Clooney, sino de algo más profundo: de los efectos del capitalismo tardío en nuestras vidas.

La palabra es glocal dice con fuerza uno de los personajes de la película y esta fábula sobre tiempos de crisis nos da un perfecto y merecido antihéroe, que no mártir, para entender una manera de construir (y derribar) nuestras relaciones privadas partiendo de un sistema de valores más o menos públicos.

El antihéroe vive a crédito, acumulando millas sin fin alguno, viviendo en la síntesis de los hoteles Hilton y en el eterno aplazamiento de cualquier compromiso porque no moverse sería un fracaso. Se mueve - literalmente - en los cielos, yendo de su Omaha natal a cualquier rincón de los Estados Unidos donde prolonga sus despidos y su felicidad, hecha, precisamente, de lo elusivo de cualquier contacto humano.

Por supuesto, como en cualquier buena fábula, a este antihéroe le llega la hora de estar enamorado y de juzgar su vida en retrospectiva. La boda de su hermana y el conocimiento de una mujer a la que intuye parecida a él provocarán un súbito giro de acontecimientos en su vida. Pero no controlaba que toda su vida, tan aligerada de equipaje como de emoción alguna, no puede, sin pretenderlo, encontrar una imaginaria redención ni una convención de repente. Cuando descubra que la mujer, jugadora de una partida doble y confortable en la que él cumple su papel perfecto de amante ocasional y por lo tanto intrascendente, no está dispuesta a sacrificar lo que se ha obtenido y conservado, será el momento de volver a empezar.

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Él despide con gran eficiencia, del mismo modo que da en congresos discursos de auto-ayuda basados en la vindicación del egoísmo y del dejarlo todo atrás. Sin embargo, jugosa ironía, la vejez no significa estar aligerado de los tormentos del amor o el compromiso sino adiestrado por ellos, y la vejez nos recuerda con insistencia que ya no hay marcha atrás. La única esperanza, si es que por esperanza entendemos decisión, viene de quien es todavía joven y puede decir no, porque está en situación ventajosa para irse y para resistir.

Es cierto, la película comienza exactamente en el momento en el que va terminar, pero con la sutil diferencia de que esta vez, al llegar al final, sabemos que algo - por un momento es algo válido, imprescindible y hasta precioso - se ha perdido para siempre.

Puede que el futuro de la comedia esté pasando por Reitman y por otros como él, que llegaron antes incluso, como Alexander Payne, que están decididos a contar el tiempo presente y a no renunciar a la búsqueda de seres humanos presa de sus propio y frágil sistema de valores, perdidos en sus propias palabras y en las vidas de los demás. Ojalá puedan ambos hacer muchas más comedias tristes, porque las venimos necesitando y porque tal vez sea lo único que nos quede para reír, una risa digna y melancólica. Mi compañero Caviaro también celebró sus logros.

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