Algo nuevo y algo viejo, la cuarta temporada de 'Glee'

Algo nuevo y algo viejo, la cuarta temporada de 'Glee'
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Había curiosidad por ver como ‘Glee’ enfocaría el nuevo ciclo. Ya desde la primavera pasada se nos anunció cual sería el plan y era algo descabellado. Ryan Murphy y los suyos, en lugar de hacer borrón y cuenta nueva con otro grupo de canto o abandonar el instituto McKinley para seguir a la vieja guardia, decidió mezclar las dos ideas. Seguir tanto a la vieja como a la nueva guardia. Y, ahora que ha terminado la cuarta temporada, ya podemos hacer balance.

Resultó interesante que cogieran al toro por los cuernos y no buscasen romper ningún esquema. Podían escribir unos personajes totalmente opuestos para que no pudiéramos compararlos con la primera generación e hicieron todo lo contrario. Los nuevos personajes eran versiones de los anteriores. Marley es Rachel, Jake es Puck (además de su hermano pequeño), Ryder es Finn, Kitty es Quinn y Unique recogía el testigo de Kurt. Y, a partir de pequeños detalles, contaron historias algo distintas.

Las tablas de la nueva generación

Estas, si bien al principio resultaron algo forzadas, acabaron encontrando su lugar a partir del quinto episodio. Durante un breve periodo de tiempo el triángulo amoroso formado por Marley, Jake y Ryder tuvo interés y protagonizaron números musicales muy solventes. Ninguno tenía el talento de Lea Michelle pero todos estaban mejor elegidos que el reparto original porque habían tenido más en cuenta la voz y el talento para bailar.

Lo siento pero Kevin McHale y Chris Colfer tienen voces solventes pero feas, y Dianna Agron y Cory Monteith no tienen ni pajolera idea de cantar. Este último, además, es incómodo de ver cuando hace ver que baila con sus zancadas de elefante. En cambio, resultó refrescante ver voces correctas en números como ‘Blow Me (One Last Kiss)’ en el quinto episodio y este ‘Everybody Talks’ muy bien coreografiado. Ver a Jacob Artist bailar siempre ha sido un placer.

Una Rachel resucitada

La idea de seguir a los antiguos alumnos de Will Schuester, que me daba una pereza terrible, también dio sus frutos y los primeros pinitos de Kurt y Rachel por Manhattan tuvieron encanto. Y las apariciones de Kate Hudson y Sarah Jessica Parker, más que tenerlas metidas con calzador, fueron aprovechadas, aunque sigue haciéndome gracia que vendieran el fichaje a los medios como un favor personal a Ryan Murphy cuando en realidad no tenían donde caerse muertas.

Lo más sorprendente, además, es que Rachel Berry probablemente ha tenido su mejor trama hasta el momento. Lejos de ser la diva insoportable que llevaba años siendo en el McKinley, pudimos ver cierta evolución en el personaje y ha sido entrañable verla triunfar en Nyada, la escuela de baile y canto en la que ahora estudia. Ojalá consiga el papel de Barbra en el musical de ‘Funny Girl’ (cuya prueba de cásting fue muy bonita) y podamos tener otro spin-off dentro del spin-off que es la vida en Nueva York.

Los demás, no obstante, no tuvieron la misma suerte y también ha dado la impresión que algunos personajes seguían de prestado. Cada aparición de Mercedes podría borrarse del episodio, no era necesario que Puck volviese, a Finn le hicieron madurar una década en lugar de cuatro meses (lo cual era bastante desconcertante) y Santana también andaba algo perdida. Pero, todo hay que reconocerlo, el mejor episodio le pertenece a la vieja guardia pues ‘The Break Up’ fue sensible, emotivo y coherente.

Que los mejores episodios, en mi opinión, sean el cuarto y el quinto también dice mucho de esta temporada de ‘Glee’. Empezó fuerte y poco a poco fue perdiendo el norte. Al principio las historias estuvieron bien planeadas y también bien expuestas, para después notarse demasiado que el reparto era excesivo y que no tenían tramas para veintidós episodios.

Sólo de esta forma se puede explicar que pasaran tanto por encima de la anorexia de Marley, que no se contó bien, del proceso de transformación de Unique o que cansaran tantísimo con las historias del pobre Blaine. Entre su romance con Kurt, cuyo trato siempre me ha resultado poco creíble, y la obsesión de Tina por él, los guionistas le hicieron un flaco favor.

La ciclotimia, una constante

Esta falta de rumbo fue una constante ya antes de la mitad de temporada. El episodio de los superhéroes fue excesivamente bizarro (‘Dynamic Duets’), el giro de la boda de Will sólo sirvió para alargar un romance ya muy estirado (‘I Do’) y en ‘Shooting Star’ directamente perdieron los papeles, cuando dispararon un arma en el instituto como burda excusa para poner las entrañas de los personajes a la vista. Y la identidad de la misteriosa chica de Ryder era tan previsible como mal iniciado y peor expuesto.

Pero, como ya se dijo en esta web a principios de curso, este es un peaje que hay que pagar para disfrutar de ‘Glee’. Hay que esperar que, dentro del absurdo, se colará alguna genialidad de vez en cuando. Algo, por ejemplo, como este increíble número musical que desafía la gravedad y tan innecesario como magistral.

Y, en resumidas cuentas, diría que ‘Glee’ ha tenido una temporada correcta. Todo lo correcta que puede ser con su infinidad de errores, repeticiones e incongruencias. Con personajes que sobran (Sugar, el de las rastas cuyo nombre ni pienso memorizar), excesos dramáticos injustificados como el de Ryder en el último episodio y tramas fallidas como cualquier escena con Tina de por medio.

Glee, crítica de la cuarta temporada.
Pero, si bien ha tenido momentos de falsa trascendencia, también ha desarrollado un tono más desenfadado y este nuevo registro ha permitido que que, a diferencia de la tercera temporada, los momentos menos acertados y su calidad musical de karaoke resultaran simpáticos. No llegó a ser insoportable. Y, si tenemos en cuenta que Rachel ha brillado una temporada entera y que Jacob Artist sabe bailar, hasta ha salido una temporada apañada.

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