Rentabilidad

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En un reciente post, mi amigo Noel Ceballos se quejaba ante la reacción de una audiencia que, en el marco de una charla dedicada a series y demás audiovisual online, le preguntó por los posibles beneficios de dichas iniciativas.

Enseguida vino el resentimiento y hubo quien le reprochó al bueno de Noel que como se atrevía a dar lecciones ¡con lo mal que está la vida! Desde luego, la demagogia es buena: no importa lo que hayas dicho, lo que hayas propuestao o sobre lo que debatas, sino que importa más lo que yo sé, lo que ahora me importa.

No quiero, desde luego, frivolizar con la falta de oportunidades de la juventud más triste y ansiosa de estos tiempos de crisis, pero no me gustaría dejar de interpretar o de continuar los criterios que Noel, en su escueto post, desarrolla, aún cuando puedan interpretarse de una manera sencilla o sentimental, un sentimiento antiautoritario, muy punk, por otra parte.

Yo creo que el post hay que leerlo de la siguiente manera: una invitación a no someterse a los criterios del mercado dominante. La búsqueda del éxito conduce a la palidez creativa, nos convierte en menos imaginativos y más ambiciosos y, en general, termina siendo mortecina, predecible.

Evidentemente, el argumento a favor es aplastante: se gana mucho dinero. No me verán, en este mundo donde tiene un impacto tan amplio y tan absolutamente definitivo, desestimar dicho argumento. Pero el caso es que el éxito garantizado se basa en repetir lo que hicieron otros y el mercado es limitado. Así que es muy posible que la caída se haga de la manera menos honrosa posible.

La rentabilidad también deberíamos garantizarla nosotros. Dicho así, en este post y con las actuales perspectivas de creación de empleo, suena ingenuo, cuanto menos idiota. Lo sé. Pero empecemos por un criterio más selectivo. Empecemos por apoyar económicamente las obras cuyos creadores, jóvenes y emergentes o necesarios, creamos que deben persistir. Empecemos por organizarnos. Empecemos por hacer que las vocaciones sean, también, profesiones.

No es tan difícil, os lo digo. Creo firmemente que la mejor respuesta debería ser demostrar como de distintos somos. La experiencia, al menos, garantiza un mundo nuevo, que todavía no hemos explorado. A fin de cuentas, tenemos ya experiencias previas. Mirad el éxito del cine añorado se produjo por un caldo de cultivo de crisis social e institucional, también por una rabia organizada entorno a los políticos. No es casualidad que 1968 fuera un año agitado, de políticos desacreditados y de nuevas exigencias.

Ciertamente, las consecuencias del éxito no trajeron siempre las mejores políticas, pero marcaron un definitivo cambio de rumbo en la cultura, como demuestra el excelente libro 'La revolución divertida' de Ramón González Férriz, obra imprescindible para todo hombre o mujer interesado o interesada en la imaginación liberal más amplia.

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El caso es que si tuvo consecuencias en la cultura. La razón por la cual admiramos ese cambio de cultura fue por la energía, por la importancia que tuvo la cultura en tanto que cosa pública, de todos. Y eso lo hemos visto en el cine de Hollywood que ahora es añorado: ¿quienes eran aquellos jóvenes furiosos sino estudiantes y cinéfilos apasionados con ganas de saltarse las normas previas y las exigencias? ¿No intentaron ellos construir su estudio, levantar otro Hollywood y, al menos durante diez años, lo lograron?

¿No resulta acaso significativo que Martin Scorsese estuviera implicado en el documental 'Woodstock' (id, 1969) o que Brian DePalma comenzara su carrera como un sátiro político en sus primeras películas? Pese a que creemos que el arte es "universal", en realidad es mentira.

El arte se hace y nace en el marco de las sociedades. Los cineastas estaban bajo el influjo de una rebelión y de una cultura que cambió también la música, la manera de entender las relaciones sexuales y monógamas e inició la liberación sexual de expresiones alternativas a la heterosexualidad normativa. Esos jóvenes tenían una rabia que sabían que una vez unida, iba a cambiar las reglas del juego. Pero no es la utopía, claro que no lo es. Nadie debe aspirar a la utopía ¡pero eso no está reñido con la indignidad ni la injusticia!

Bien, esta es mi opción. La opción de la democracia, la que más me seduce, es la de lidiar con las consecuencias. Y ciertamente, tenemos que lidiar con nefastas consecuencias, muchas veces ni siquiera nuestras. Las consecuencias de decir que "yo paso de la política", de creerse lo de "Europa es la solución", las consecuencias de afirmar que "el mejor cine se hace en Hollywood" o las de pensar que "el cine español es siempre basura" o la de que "con poco dinero no se puede hacer nada".

Bien, lo que yo digo es que lidiemos con otras consecuencias. Las de nuestros actos. No serán la solución a todos y cada uno de los problemas que tenemos en la cultura y más allá, pero serán algo más importante e interesante: principios.

Veamos qué sucede bajo estos.

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