Añorando estrenos: 'El hombre de las mil caras' de Joseph Pevney

Añorando estrenos: 'El hombre de las mil caras' de Joseph Pevney

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Añorando estrenos: 'El hombre de las mil caras' de Joseph Pevney

‘El hombre de las mil caras’ (‘Man of a Thousand Faces’, Joseph Pevney, 1957) supone la película más prestigiosa de su director, que comenzó en el cine, pero terminó relegado a la pequeña pantalla a partir de la década de los sesenta. El film es un biopic de la mítica figura del silente Lon Chaney, familiarizado sobre todo con el cine de terror, camaleónico como pocos y creador del maquillaje de todos sus personajes.

El film de Pevney es toda una declaración de amor no sólo a la figura de Chaney, sino también a la época inicial del cine, cuando las cosas se narraban sin sonido —de hecho, solían narrarse mucho mejor— y el actor que tenía que apoyar su interpretación en tics heredados del teatro. Pevney realiza por un lado el típico biopic —comienzo, fama, problemas personales, ocaso—, y por otro establece un diálogo entre dos épocas muy diferentes del cine, demostrando que una sin la otra no podría existir.

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La esencia de una vida

Es realmente sorprendente —al menos visto a día de hoy, incluso con la perspectiva del tiempo— cómo Pevney va sorteando milagrosamente todos los lugares comunes de un biopic. Al respecto, el esqueleto argumental de la película es efectivamente el de cualquier película biográfica que se precie. Asistimos a la infancia de Lon Chaney, y cómo, en esa época, queda marcado por el hecho de que sus padres son sordos, y objeto de las burlas de muchos. Aspecto de tintes muy dramáticos para alguien que se ganaría la vida protagonizando dramas terroríficos.

Una vez crecido, y ya con el rostro del genial James Cagney, ‘El hombre de las mil caras’ se sumerge, muy acertadamente, a dibujar la figura de un mito, aunque para ello se tome no pocas licencias artísticas. Pevney demuestra que se puede llegar a la verdadera esencia de algo, o alguien, sin necesidad de ser fiel a unos hechos. Al fin y al cabo el cine es SIEMPRE ficción, y esta película lo demuestra con creces, resultando además un bello relato de amor hacia el arte más completo de todos.

Cagney no se parecía físicamente a Chaney. Sin embargo, su interpretación nos lo trae a la memoria continuamente. La capacidad camaleónica de la estrella silente es captada a la perfección porque Cagney, a pesar de ser conocido por sus personajes de gángster, tenía la misma capacidad. Obsérvese la facilidad con la que el actor se pone dramático o humorístico, o cómo se enfrenta a largas secuencias que reproducen algunos momentos de rodaje de películas de Chaney. Destaca aquella en la que debe simular un milagro.

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La esencia de un arte

No hay duda de que la labor del que ganó un Oscar por ‘Yanqui Dandi’ (‘Yanquee Doodle Dandy’, Michael Curtiz, 1942) es uno de los aspectos más resaltables del film. Cagney consigue matizar a Chaney, mostrar sus claroscuros, hacerlo tan admirable como odioso. A su lado brillan con luz propia Dorothy Malone —un personaje con el que el film se ceba lo suyo al mostrar su espiral de decadencia— y Jane Greer, en un papel muy diferente a sus femme fatales.

Pero lo glorioso de ‘El hombre de las mil caras’ es el diálogo que propone entre la primigenia forma de hacer cine —sin sonido— y el momento en el que se realiza el film, mediados de los cincuenta, cuando la pequeña pantalla empezaba a ganar terreno de forma peligrosa y se oían con fuerza las nuevas voces provenientes del viejo continente. Pevney edifica una muy inteligente elegía sobre el cine mudo, cuando todo se transmitía con una mayor expresión física y visual. Un puente que hermana lo clásico por aquel entonces y lo actual, ahora clásico.

Y a pesar de que se ven algunos elementos en cierto modo tendenciosos —baste fijarse en cómo el film trata la figura del mítico productor Irving Thalberg, al que da vida Robert Evans, convertido luego en importante productor— ‘El hombre de las mil caras’ aborda con sencillez y astucia todos los tópicos posibles, incluido el hermoso final. Una despedida —que guarda similitudes con ‘El último hurra’ (‘The Last Hurrah’, John Ford), realizada al año siguiente— en la que el silencio, acompañado del buen humor, eleva aún más la emoción. Impresionante travelling final.

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