Especial Frankenstein (IV): 'Frankenstein creó a la mujer' de Terence Fisher

Especial Frankenstein (IV): 'Frankenstein creó a la mujer' de Terence Fisher

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Especial Frankenstein (IV): 'Frankenstein creó a la mujer' de Terence Fisher

Tras el breve intermedio que supuso ‘La maldad de Frankenstein’ (‘The Evil of Frankenstein’, Terence Fisher, 1964), por cuanto era un film que, desde la perspectiva de la Hammer, rendía una especie de homenaje a los títulos clásicos de la Universal, el gran Terence Fisher regresó al universo de Frankenstein. Lo hizo en una etapa muy prolífica, tras su tercera y también excelente incursión vampírica, y entre las dos producciones que hizo para Planet Films, ambas con su actor fetiche Peter Cushing.

‘Frankenstein creó a la mujer’ (‘Frankenstein Created Woman’, 1966) supone una de las películas más arriesgadas de su director. Una nueva vuelta de tuerca en el universo del barón, en la que se seguía experimentando, como si Fisher fuera el propio personaje, con las enormes posibilidades que éste ofrece; y aunque el siguiente título es aún más retorcido, lo expuesto aquí alcanza límites impensables, desarrollando en cierto modo la idea de ‘La novia de Frankenstein’ (‘The Bride of Frankenstein’, James Whale, 1935), yendo mucho más allá.

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Arriesgando aún más

El film de Fisher no posee el lirismo del de Whale, auténtico poeta de la imagen; su visión es una mezcla de decadencia y romanticismo que quedan impresos desde la primera secuencia, en la que un hombre, borracho, es conducido a la guillotina mientras su hijo Hans es testigo de todo. Una guillotina que enlaza precisamente con los dos primeros títulos de la serie, y que aquí tiene una sugestiva presencia al estar en una encrucijada de caminos, representando los dos caminos que alguien puede tomar, a veces forzado, a veces sujeto a algo que podríamos llamar destino.

Hans —un entregado Robert Morris— crecerá con el estigma de haber tenido un padre delincuente y ajusticiado. Alguien rechazado socialmente, excepto por muy pocos, que está enamorado de la hija, con rostro quemado y coja, del tabernero, también objeto de la burla de los aristócratas del lugar, en lo que es otro ataque sin cuartel a las clases sociales altas, junto con la Iglesia afortunados objetivos de torpedeo por parte de la Hammer.

Paralelamente el barón Frankenstein prosigue con sus experimentos, casi siempre con guantes puestos que ocultan quemaduras —punto de contacto con la anterior película de la serie—, y ayudado por el Dr. Hertz (Thorley Walters), sin duda el ayudante más entrañable que ha tenido Frankenstein, y sobre el que se proyectan las posibles dudas del espectador cuando se oye hablar al barón de conceptos como el alma y su posible trasplante a otro cuerpo.

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Satisfactoriamente perversa y retorcida

La más pura Sci-Fi —los experimentos del barón se alejan por completo de lo clásico, con rocas que encierran energía muy poderosa— y conceptos religiosos mezclados con muy mala leche por John Elder, que no es otro que uno de los jefes de la Hammer, Anthony Hinds, y que Fisher traduce en una vigorosa puesta en escena. Acorde con las nuevas tendencias de la segunda mitad de los sesenta. Llama la atención la muy violenta secuencia de pelea entre Hans y los tres chicos ricos y gilipollas que se meten con su amada Christina, y que desencadena todos los macabros acontecimientos de la película.

Una paliza al tabernero, padre de la muchacha, hará que Hans sigua el mismo destino de su padre, teniendo a su vez un testigo: Christina, que ante el horror de ver a su amado morir decide suicidarse tirándose a las frías aguas de un río. Será entonces cuando el hasta entonces amable y sarcástico barón Frankenstein —atención a cómo se desenvuelve en el juicio contra Hans— descubra su verdadera personalidad al no poder evitar trasplantar el alma (la mente) de Hans al cuerpo, totalmente recompuesto, de Christina.

Esta vez la criatura de Frankenstein es un cuerpo de mujer con la mente de un hombre, lo cual ofrece enormes posibilidades, de lo más retorcidas, en un film cuya productora siempre se ha preocupado de remarcar el gusto por la sangre y el sexo; auténtico germen de mucho del cine de terror que vino en las décadas siguientes. Es en ese punto donde ‘Frankenstein creó a la mujer’ se alía en cierto modo con el incipiente subgénero giallo, que empezaba a dar sus primeros coletazos de la mano de directores como Riccardo Freda y Mario Bava.

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Hermosa y decadente

El recurrente tema de los giallo, la doble personalidad, y los asesinatos más truculentos que uno pueda ver en pantalla, son anticipados aquí de forma cruel cuando Christina, dominada por la mente de Hans, decida vengarse de los tres aristócratas que le enviaron injustamente a la guillotina. Los atraerá como se atrae a todo hombre estúpido, con el sexo. La excelente planificación de Fisher, los contrastes en la fotografía de Arthur Grant provocan la tensión, uniendo sexo y violencia.

Los crímenes —en realidad actos de justicia— son cortados por Fisher en el momento adecuado a modo de coitus interruptus. Cuchillos y hachas que dan comienzo con un cometido para cambiar radicalmente a un hecho cotidiano. El retorno de la violencia de Hans a los quehaceres de la nueva Christina creada por el barón, a la que ayuda sin duda la sensualidad de Susan Denberg, que iba para estrella de la Hammer y nuevo sex-symbol, pero que destruyó su carrera debido al exceso de drogas y sexo desenfrenado.

‘Frankenstein creó a la mujer’ posee uno de los desenlaces más tristes en la filmografía de Fisher, marcando con personalidad ese aire decadente que se respira durante todo el film. Tras concluir la venganza de Hans —impactante el detalle de la cabeza— Christina se suicida ante la mirada impotente de su creador que se da media vuelta mientras suben los títulos de crédito. Un corte seco que alude al nuevo fracaso del barón, claramente decepcionado ante la interrupción de su sueño de desentrañar los misterios de la muerte y el regreso de ella.

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