'Las estrellas de cine no mueren en Liverpool': una espectacular Annette Bening es el centro de un sencillo romance cinéfilo

'Las estrellas de cine no mueren en Liverpool': una espectacular Annette Bening es el centro de un sencillo romance cinéfilo

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'Las estrellas de cine no mueren en Liverpool': una espectacular Annette Bening es el centro de un sencillo romance cinéfilo

Pese a la tristeza y la melancolía que transpira el retrato de la Gloria Grahame más crepuscular y sin esperanza, la secuencia que narra cómo se conocen los personajes interpretados por Annette Bening y Jamie Bell es un buen resumen de lo que ofrece 'Las estrellas de cine no mueren en Liverpool' y su intento de distanciarse de biopics similares. Bening da vida a una estrella del Hollywood clásico que se instala en una modesta casa de huéspedes en Liverpool mientras participa en unas representaciones de 'El zoo de cristal'.

Allí conoce a su vecino Peter Turner, muchísimo más joven que ella, a quien pide que le ayude a ensayar unos pasos de música disco. La escena que se despliega a continuación, con ambos imitando y parodiando, algo bebidos, los entonces populares tics de John Travolta, tiene una frescura y simpatía que pese a los momentos dramáticos no terminará de abandonar nunca la película. Ambos saben que la relación que arranca en muy poco tiempo tiene pocos visos de acabar bien, pero la afrontan con optimismo y una alegría contagiosa.

Hasta en sus momentos más duros, 'Las estrellas de cine no mueren en Liverpool' renuncia a caer en lo escabroso o lo excesivamente lacrimógeno, y es gracias a unas interpretaciones llenas de vida de los dos protagonistas. Y ademas, rodeados de estupendos secundarios como Kenneth Cranham y una también soberbia Julie Walters como los padres de Peter, o una breves intervenciones de Vanessa Redgrave y Frances Barber como la madre y la hermana de Gloria.

La película también esquiva sin problemas el síndrome 'Sunset Boulevard' que afecta a tantas películas centradas en estrellas decadentes del Hollywood dorado. Aquí se pasa de puntillas sobre la semiolvidada pero muy notable carrera de Grahame, que ganó un Oscar por 'Cautivos del mal', participó en películas como 'Oklahoma', 'Miedo súbito' o 'Los sobornados' y estuvo casada, entre otros, con el director Nicholas Ray.

La película tampoco incide en la obsesión de la actriz por detener su envejecimiento (posible causa de que renunciara a un tratamiento de quimioterapia que, años después, agravó el tumor que acabó matándola). O su escabrosa vida privada, que aquí solo se menciona de pasada de forma anecdótica, y que incluye hechos tan relevantes como que se casó con su hijastro, tras mantener relaciones extramaritales con él desde que el chico tenía trece años.

'Las estrellas de cine no mueren en Liverpool': bellas mentiras

Esa renuncia al exceso de tragedia o morbo puede entenderse como tramposa, aunque solo parcialmente. La película se inspira, abiertamente, en el libro autobiográfico de Turner que cuenta los últimos días de la actriz y recuerda la relación que mantuvieron. Es lógico que todo esté dulcificado y se centre en el idilio entre ambos, pero a veces ese filtro amable juega en contra de la película: en determinados momentos, sobre todo los amplios espacios de tiempo en los que los personajes no se ven, el espectador siente que se le escamotea información.

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Es un mal menor, en cualquier caso: el enfoque es abiertamente amable hasta en los momentos que podrían haber sido escabrosos (y uno intuye que en realidad lo fueron) y se narra con saltos en el tiempo para equilibrar los momentos felices y los amargos, pero el enfoque de 'Las estrellas de cine no mueren en Liverpool' es honesto. Es cierto que Paul McGuigan, director y coguionista, podia haber inyectado algo más de nervio en la narración, pero el resultado es adecuadamente sosegado y colorista.

McGuigan, que ha dirigido películas destacables como el excelente y semidesconocido thriller humorístico 'El caso Slevin', así como las muy menores pero interesantes 'Push' y 'Victor Frankenstein', se esfuerza a la hora de encadenar los saltos en el tiempo, que visualiza de forma teatral y casi onírica. Pero por lo demás, deja a los actores hacer y cumple en su labor de ilustrar sin estridencias una historia pequeña y apasionante. Que, por otra parte, es la mejor de las opciones: las encarnaciones de los dos peculiares amantes por parte de Benning y Bell rebosan matices y humanidad. Y en una historia íntima y -paradójicamente- cercana como esta, al final es lo que importa.

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