Kathryn Bigelow y la guerra

Kathryn Bigelow y la guerra
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Tras los dos fiascos, los cuales lograron disminuir el prestigio que tanto le había costado conseguir de gran realizadora, que supusieron ‘El peso del agua’ y ‘K-19, The Widowmaker’, Bigelow regresa seis años después, habiendo dirigido apenas algunos episodios de la serie ‘Karen Sisco’ (que están bastante bien para una serie más que digna) y el famoso spot para Pirelli, protagonizado por Uma Thurman, ‘Mission Zero’, con su primera cinta de género bélico, ambientada en la guerra de Irak y que, como todos sabemos, aún no se ha estrenado en salas españolas a pesar de que, siendo de 2008, estamos a casi la mitad de 2009.

Si ‘El peso del agua’, un relato cuyo mayor problema residía en una estructura equivocada y un tema que no le parecía interesar mucho a su directora, por mucho que intentara cambiar de registro, y ‘K-19’ era el ‘Titanic’ particular de la directora, con un presupuesto muy holgado contando un famoso desastre militar ruso, eran claros fallos, este ‘The Hurt Locker’ tiene toda la pinta de un regreso a las mejores esencias de su máxima responsable. Un vigoroso filme de acción, cuyos pocos altibajos no empañan una desengañada, frenética e intensa descripción de la rutina del soldado.

La guerra de Irak, esa infausta vergüenza que fue posible gracias, entre otros, a cierto reaccionario hortera y con bigote que me avergüenzo de que haya sido mi presidente, comienza a originar, aunque con cuentagotas, realizaciones de directores importantes que intentan, con mayor o menor fortuna, acercarse a este evento que, como todas las guerras, tiene a sus falsos héores, a sus víctimas (siempre los más desfavorecidos, los olvidados) y a sus aprovechados. A la espera de que llegue un Mel Gibson patriotero y chusco que haga algo similar a la estupidez de ‘Cuando éramos soldados’, de momento todo lo que hemos podido ver al menos no tiende al ensalzamiento de la labor norteamericana.

La “nueva” película de Bigelow no se inscribe profundamente en una crítica feroz de esta guerra (como sí hace la excelente serie de HBO, cuál si no, ‘Generation Kill’), aunque una subterránea mirada compasiva a un país en ruinas y desgraciado está ahí, sin duda. Pero la directora regresa con toda la fuerza que le queda a su viejo tema de la adicción a la adrenalina, contándonos la historia de este desactivador de bombas, interpretado con gran fuerza y sobriedad por el siempre interesante Jeremy Renner, adicto a la guerra.

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Porque la guerra puede ser una adicción, tal como advierte la leyenda con la que arranca esta historia. Una adicción que, como su propio nombre indica, puede controlar la vida de uno hasta ponerla en peligro. Esta es la única idea que guía toda la trama, una trama que para muchos, los pocos que la han visto, adolece de una profundidad nula en todos los personajes que no sean el principal, como si en el cine se pudieran dibujar los personajes más allá de lo que hacen o dicen. Y aquí Bigelow sabe muy bien por qué sus personajes hacen o dicen cada cosa, y sobre todo le importa.

Los combates en entornos urbanos alcanzaron una forma definitiva con la proverbial ‘La chaqueta metálica’, y fueron llevados al límite en ‘Salvar al soldado Ryan’. Bigelow coge el testigo quizá sabiendo que en cuanto a sorprender al espectador no podrá hacer gran cosa, pero opta por una puesta en escena que se acerca muchísimo al documental y a las imágenes de los telediarios, por lo que nos traslada a ese espanto con total inmediatez, sin medias tintas. Lo malo es que el guión pretende siempre mantener en lo más alto la tensión, sin saber, quizá, que el espectador tiene un límite, y que para que haya montañas, también tienen que existir valles.

De ahí se deducen las arritmias que Bigelow, con todo su talento, intenta salvar, sin conseguirlo, porque nadie puede mantenerse en el filo durante dos horas. Por eso ‘The Hurt Locker’ es sobre todo una película de grandes momentos, unidos entre sí por eslabones más o menos débiles. Pese a todo, la película va de menos a más, y en su último tercio termina por ser una lúcida reflexión de la existencia de algunos soldados cuya vida civil es una existencia gris y sin sentido, y cuyos momentos de lucimiento en la guerra son la única razón para seguir viviendo, aunque sea coqueteando con la muerte.

Con ayuda del estupendo operador Barry Ackroyd, sentimos la fragilidad de los cuerpos y la intensidad de los momentos muertos que preceden a la tempestad, gracias a unas imágenes que parecen captadas por un cámara privilegiado al que han dejado meter las narices en los asuntos, nunca nobles ni dignos de alabanza, de unos soldados hastiados, más preocupados, desde la guerra de Vietnam, de ir de salvadores rockeros del mundo que de morir con un mínimo de valentía en las venas.

Quizá el filme más viril de todos los suyos, con una testosterona desatada que impregna todos sus poros, supone el regreso a la senda correcta, o así lo veo yo, de una realizadora que nunca lo ha tenido fácil, menos aún cuando sus propias decisiones, por muy arriesgadas que sean, son equivocadas. Dos o tres secuencias de esta cinta de acción están a la altura de su dinámico talento, así como esas breves imágenes del mundo “civilizado”, que tanto dicen sin una sola palabra. En definitiva, una más que digna cinta bélica que todos deberían ya haber visto.

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