'Les 7 Jours du talion', big bad wolves

'Les 7 Jours du talion', big bad wolves
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Hace nada se estrenaba en nuestro país ‘Big Bad Wolves’ (Aharon Keshales, Navot Papushado, 2013), film israelí bastante entretenido que se divide entre un humor muy bien insertado, y que de lejos es lo mejor de la cinta, fracasando en su dilema moral —¿qué haríamos de tener con nosotros al violador y asesino de nuestra hija pequeña?—, la parte, digamos seria de la película, y que no es más que un globo que se hincha e hincha y nunca llega a explotar por errar en el desarrollo.

‘Les 7 Jours du Talion’ (Daniel Grou, 2010) es un claro precedente del film de Keshales y Papushado, tanto que hay parecidos muy sospechosos. Si bien el film israelí se descubre al querer contentar a sus espectadores, generalmente jóvenes, el canadiense no acepta bromas de ningún tipo y no realiza ni una sola concesión, algo realmente muy arriesgado en estos tiempos, en los que prima el montaje acelerado y el uso de la música a un volumen estratosférico. Grau rehuye todo eso.

‘Les 7 Jours du talión’ posee un tono calmado y tranquilo, tal y como dice Juan Luis Caviaro en su crítica, y puede dar la sensación de que esto juega en su contra pero yo no lo veo así. La película da comienzo con la pérdida de una hija por parte de una pareja, para más tarde descubrir que ha sido violada y asesinada. Mientras la lógica separación emocional de la pareja va tomando forma, en la mente del padre (Claude Legault) se forma una venganza de lo más terrible.

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Un padre dolorido y dispuesto a todo se las ingeniará para atrapar al sospechoso del asesinato de su pequeña, encerrándolo en un sótano donde durante siete días llevará a cabo una tortura psicológica, y sobre todo física, no apta para mentes débiles. ‘Les 7 Jours du Talion’ pone el dedo en la llaga y lo retuerce por dentro. El gran acierto de Grau es jugar con la mente del espectador sin llegar a la manipulación descarada, dejando al mismo el pensar en lo realmente importante y grave de lo propuesto.

Una reflexión nada cómoda

¿Es la venganza el mejor camino? ¿Realmente uno se quedaría satisfecho con el hecho de poder torturar o matar a alguien que ha hecho un gran daño a uno de los nuestros? La película da dos claras respuestas a dichas preguntas, renunciando, tal y como señala Tonio L. Alarcón, al clímax final, dejando al espectador no sin una solución, sino sin la de satisfacer nuestros bajos impulsos, obligándonos a pensar, a reflexionar. Uno de los fuera de campo más brutales y convincentes que ha dado el cine en los últimos años.

Grou empareja lo ocurrido en el sótano de una lejana casa perdida de la mano de Dios —curiosa la ausencia de referencias a la religión en un film como éste—, con el drama personal, muy parecido, sufrido por el policía encargado de encontrar al dolorido padre antes de que cometa una estupidez —o no—. Dos casos semejantes en cuanto a responsabilidad, dolor y ganas de venganza. Al respecto, es toda una patada en lo más profundo la última conversación que mantiene el protagonista con el policía.

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Torturador y torturado se entregarán a un juego cinematográfico que se da la mano con el realismo más atroz, huyendo al mismo tiempo de efectismos innecesarios, como sí hace el film israelí. Ambos personajes irán cambiando su forma de pensar en una mezcla de simpatías, en el que uno se aterrorizará de lo que hace, y el otro implorará no por su vida, sino por su muerte. Grau logra lo imposible, que tengamos piedad, y miedo, de ambos personajes.

La elegante puesta en escena, con un montaje muy conciso y a contracorriente, una planificación que nos mete de lleno en el drama, y una ausencia total de música, ayudan a señalar lo terrible de lo narrado. No me parece un film frío, sino un film que utiliza la frialdad para acercarse al inmenso dolor y dudas de un padre cuyo tormento sólo conocerán unos pocos, y que para llevar a cabo su venganza debe despojarse de todo calor humano. Si acaso algún subrayado innecesario, pero es un mal menor en un film atrevido y que no se anda con tonterías.

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