Uno de los platos fuertes del Festival de Sitges 2023 es la francesa, ‘El reino animal’, seleccionada en la Sección Oficial Fantástico a Competición tras haber sido presentada en Cannes. Protagonizada por Romain Duris, Paul Kircher y Adèle Exarchopoulos, la película es una mezcla de fantástico con coming of age cuya curiosa premisa es estar ambientada en un futuro cercano que sufre una extraña pandemia de progresivas mutaciones de humano a animal.
Si bien se estrenará en cines de la mano de YouPlanet Pictures el próximo 20 de octubre, la presentación en Sitges ha permitido un primer contacto con la obra de Thomas Cailley y su mundo de metamorfosis espontánea en donde un hombre llamado François hace todo lo posible por salvar a su esposa, afectada por esta misteriosa enfermedad. Mientras la sociedad se ve abocada a un nuevo orden, iniciará junto a Émile, su hijo de 16 años, una búsqueda en una zona rural supuestamente alejada de las consecuencias más inmediatas de la epidemia.
Un drama con uñas y dientes
‘El reino animal’ es una película llena de ideas, metáforas y experimentos con el género dentro de una plantilla más o menos esquiva que acaba revelándose menos original de lo que parece a simple vista. A su favor tiene una introducción a su universo in media res en el que parte de la gracia está en ir descubriendo sus reglas mientras los personajes ya saben mucho después de haber vivido años en esa situación.
Algo que se agradece en este tipo de propuestas semiapocalípticas, en las que las primeras escenas suelen ser variaciones de la misma escena de caos y gente tratando de huir del monstruo que toque cuando aparece en medio de un tranquilo día de rutina. No es aquí el caso, sino que la idea ya se ha asimilado por una sociedad que no se inmuta al ver a personas a medio transformar en animales, dicho sea de paso, que suelen ser inofensivos y dan más lástima que miedo.
Afrontando este concepto desde el realismo más tangible, Cailley se compromete con un punto de vista dramático y no lo suelta, logrando en ocasiones conmover, resultando en otras forzado, y en momentos puntuales saltándose la inevitable línea del ridículo cuando el velo de la ficción nos permite ver a actores haciendo mímica imitando animales. De cualquier manera, la presencia de los mutantes no es el punto más importante del largometraje, que los mantiene de fondo, como un problema a afrontar por la sociedad.
El estigma de la transformación
El conflicto está principalmente en la relación del padre y su hijo, que resulta en un hermoso paralelismo con aceptar a la descendencia como es, la madre ausente, y las nuevas oportunidades. En ocasiones parece la mejor adaptación posible del cómic ‘Agujero Negro’ de Charles Burns, pese a no tener ese punto de oscuridad, pero acaba derivando en los tropos del ecothriller más clásico, pasando por la enésima variación de ‘De pelo en pecho’ o ‘Crudo’.
Lo interesante de su mensaje animalista es que la personificación de la condición en los propios personajes la convierte en una versión naturalista de los ‘X-Men’, en su versión más trágica, es decir, toda la persecución y estigma de los hombres-animales puede equipararse fácilmente con nuestra relación social y explotación de los animales y su ecosistemas, evaluando la intervención humana en espacios y recursos que no le corresponden.
‘El mundo animal’ es una propuesta sentida que alterna momentos llenos de lírica con alucinantes efectos especiales tradicionales y de ordenador para las criaturas, cuyo proceso de diseño duró 18 meses. Quizá demasiado intensa en ocasiones, consigue que su mundo tenga sentido y su mensaje deje cierto poso, una lástima que en su tramo final se adhiera tan fielmente a la plantilla ‘Eduardo Manostijeras’ de ser diferente en un mundo de humanos que se enfadan cuando se ligan a sus mujeres.
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