A Steven Spielberg se le dan fatal los finales

A Steven Spielberg se le dan fatal los finales
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Hace pocos días, con motivo de la entrada que tuvo como protagonista al antes interesante y ahora aburrido Tim Burton, un comentarista que tenía por nick Bankeshinobi preguntaba si habría una versión de esa entrada acerca de Steven Spielberg, porque según él, “Stivi” (como le llamó) sí que era el declive personalizado. Y no es que me haya lanzado a escribir este artículo para darle la razón.

Porque en ningún caso estoy de acuerdo con que el cineasta más famoso del planeta haya entrado en un declive creativo. Ni muchísimo menos. Él vale mucho más que Tim Burton, basta echar un ojo a su dilatada carrera. Pero sí me gustaría destacar un hecho que muy pocas personas han dejado por escrito, y es lo mal que se dan las conclusiones a menudo a este realizador, pues pese a que también tiene algún final casi perfecto, nos tiene acostumbrados a climax insatisfactorios o discutibles, por ser suaves.

Un gran director, pero…

No estoy por la labor de cuestionar la importancia de este cineasta, aunque hay muchos que tienen preparado siempre el colmillo a la mínima, porque miran con lupa cada mínimo error que pueda cometer. Pero tampoco voy ahora a decir, como algunos seguidores acérrimos, que sea un gran maestro intocable. No creo en extremos, y menos en el caso del director de ‘Hook’ (su peor película, de lejos) o ‘La lista de Schindler’ (quizá la más importante que ha hecho).

Spielberg puede ser recalcitrante, y puede despistar al cinéfilo más voluntarioso. Capaz de un principio fabuloso y un fin dubitativo. Es el caso de la estupenda ‘Minority Report’, cuyo arranque no es que sea para quitarse el sombrero, es que es perfecto. Pero a medida que va avanzando, su tema (la predestinación o el destino frente a la existencia del azar, todo ello manipulado por la ambición) se va diluyendo de manera vertiginosa, y lo que es peor, su conclusión es insatisfactoria, difícil de creer, forzada. Parece que estemos en otra película.

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Algo mucho más molesto ocurre en la también estupenda ‘La guerra de los mundos’, que contiene varias secuencias de acción que deberían hacer retirarse a cineastas toscos como Peter Jackson, Roland Emmerich u otros imitadores, pero cuyos últimos diez minutos rompen con toda la tensión creada hasta entonces. Era el final de la novela, en esto estamos de acuerdo, pero no me pueden escatimar ese final grandioso que todos los espectadores merecíamos después de pasarlo tan mal. Eso sin olvidar el detalle absurdo de que el hijo del protagonista aparezca vivo, que es un atentado al sentido común.

Que sí, también tenemos finales estupendos, como ese lírico, elegíaco casi, con el que decíamos adiós a ‘E.T.’, el suspense insuperable del último disparo del rifle contra la bestia en ‘Tiburón’ o la supervivencia en el filo del hombre común de ‘Duel’, que vence al demonio en el último segundo. Pero los casos de finales equivocados son más numerosos, y creo firmemente que representan la razón más importante de que Spielberg, siendo un cineasta de inmenso talento, no haya filmado ninguna auténtica obra de arte.

...pero también caprichoso

Porque una obra de arte podría haber sido ‘Salvar al soldado Ryan’ sin ese epílogo, y ese prólogo, tan absolutamente innecesarios, ñoños, cursis casi, que le sacan a uno completamente de la atmósfera y el tono que se monta, de manera tan magistral, durante casi toda la película. Parece que Spielberg necesita ese final conciliador (como necesitaba que el hijo de Cruise apareciera al final de ‘La guerra de los mundos’), o se cree tan inmune a los fallos que se permite desequilibrar sus historias.

Peor aún es el final de ‘Munich’, que podría haber sido su mejor película, pues Spielberg se enfrenta a su material con un arrojo, una valentía y un ingenio arrolladores. Un verdadero jardín, como se suele decir, esta historia sobre la brutal venganza israelí (una de tantas) en pago de la carnicería de los Juegos Olímpicos. Y el director sale no sólo airoso, sino como un verdadero artista, por convicción, por sinceridad y humanidad. Sin embargo, llega un final muy discutible, pues Spielberg se lo cree, se cree un gran artista, y arma un final en paralelo (¿no lo hizo Coppola con ‘El padrino’, según él la mejor película hecha por un director vivo?) que queda, una vez más, tremendamente innecesario, contraproducente, ridículo casi.

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Desde luego, hay artistas muy superiores a Spielberg, pues saben controlar sus manías, sus locuras, para cerrar de manera inmejorable un relato ambicioso. ¿No es acaso uno de los anticlímax más rotundos del cine reciente ese final de ‘La lista de Schindler’, que viene a romper un continuo secuencial extraordinario, para erigirse en torpe subrayado tonal, de una cursilería insoportable? Spielberg mezcla lo corriente con lo excepcional como el que masca chicle. También en eso hay que tener talento, desde luego.

Tampoco el final de ‘Inteligencia Artificial’ es digno de alabanza, aunque queda muy emotivo, eso sí. Pero la sensación global que da la filmografía de este gran hombre de cine es la de desequilibrio formal, casi de caprichosa en algunas historias. Por lo menos, parece más que le sobran cosas antes que faltarle, lo cual es algo positivo. ¿Podrá algún día Spielberg realizar la grandiosa obra maestra que seguramente siempre ha querido hacer, y situarse por fin al lado de los más grandes vivos, Coppola, Malick, Yimou, Cameron, Lee, Scorsese, Lynch?

Sin duda, seguiremos esperando que lo consiga.

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