Una conversación con un espía

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Uno de los pocos disgustos que me dio el Pueblo cuando se estrenó ‘Origen’ (Inception, 2010) fue que nadie se pusiera a hablar de esta ‘Alphaville’ (1965) de Jean-Luc Godard que inauguraba una vía enloquecida para la ciencia-ficción que nunca se continuó: una ciencia ficción imposible, es decir, una ciencia-ficción de Godard, de ensayo y diálogos cargados de poesía, de ponerse a parlotear sobre cuestiones de gran importancia sin que mediara siempre la excusa narrativa o sus mecanismos, sin que forzara el argumento.

La película no ha dejado de ser hermosa, imperfecta, extraña. Vista hoy es casi una osadía bizarra ¿cómo se atreve el francés a poner sobre la mesa una película que desnuda la puesta en escena, al parecer requisito obligado para hacer una ciencia ficción distópica, y obliga a ese Eddie Constantine, viejo lobo de la serie B, a plantearse cuestiones sobre la poesía y la conciencia? Y encima Godard rescataba al personaje, a Lemmy Caution, como si se pudiera coger un detective y hacerlo habitar un terreno imposible. Pero es que lo contaba mejor Dave Kehr: todo nos es familiar, pero nada resulta reconocible. ¿Quién ha tomado esos saltos estéticos para plantearse un futuro, ahora bañado todavía en el loop del imaginario propuesto por Ridley Scott? Pienso en la audacia de un Cuarón, pero pocos ejemplos más vienen a mi cabeza.

Godard es un poco más abstracto que esas historias preciosas que imaginan la tensión de un androide con su lágrima y lo que hace es imaginar la incomprensión de una mujer ante la conciencia y el amor. La línea final es valiente, suicida: una hermosa declaración de amor que desmiente a los que pensaron en él como un cineasta frío e impasible por tener sentimientos y no sentimentalismo, que nunca vinieron a ser lo mismo.

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