En su novena edición, 'La isla de las tentaciones' ha terminado de cruzar una línea que parece irreversible: las reglas ya no existen, o al menos, se han vuelto maleables con tal de dar espectáculo. Desde la primera gala, los concursantes han ignorado las advertencias de Sandra Barneda y han hecho de la desobediencia su nuevo juego favorito.
Lo curioso es que ese descontrol, lejos de penalizar al programa, lo ha revitalizado. Las infidelidades ya no nos sorprenden, sino que se han pasado a un segundo plano, porque lo que nos atrapa ahora es el caos. El programa ha descubierto que lo más adictivo no es ver cómo alguien traiciona a su pareja, sino cómo todos los participantes se saltan las normas.
Abrazando el caos
Romper las reglas se ha convertido en el verdadero motor narrativo del reality. Los concursantes se escapan de sus puestos, se abrazan cuando no deben y discuten sin freno, desafiando las indicaciones de la presentadora. Lo que antes era una excepción ahora se ha convertido en norma, y el programa parece haber entendido que la anarquía funciona mejor que cualquier tentación. La audiencia ya no busca fidelidades imposibles ni besos furtivos, sino la adrenalina del "todo vale", esa sensación de que el formato está a punto de desbordarse en cualquier momento.
La expulsión de Nieves y Lorenzo fue la demostración más clara de este cambio. La hoguera no sirvió tanto para restablecer el orden, sino para alimentar la narrativa del desmadre. La pareja fue un sacrificio que sirvió como ejemplo, pero lo que quedó fue el espectáculo de su ruptura, un episodio más del descontrol que el público sigue con fascinación. En 'La isla de las tentaciones', incluso las sanciones se han convertido en contenido.
De hecho, Sandra Barneda parece más una testigo impotente que una autoridad real. Su papel de mediadora choca contra un grupo que no la escucha y una producción que, en el fondo, agradece el caos. Cada vez que la presentadora se indigna, el show gana intensidad: su frustración se convierte en un reflejo del espectador, que asiste entre la risa y el asombro al naufragio del orden.
Y quizá ahí esté la genialidad involuntaria del formato. 'La isla de las tentaciones' ha dejado de ser un experimento sobre la fidelidad para transformarse en un laboratorio del comportamiento.
El programa ha entendido que lo realmente tentador no es ver cómo alguien cae en la infidelidad, sino cómo todos -participantes, presentadora y hasta el propio formato- terminan cayendo en la tentación del caos. En esta temporada, las normas no se siguen y eso es, en el fondo, lo que nos sigue entreteniendo del programa nueve ediciones después.
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