Ciencia-ficción: 'Ex Machina', de Alex Garland

Ciencia-ficción: 'Ex Machina', de Alex Garland

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Ciencia-ficción: 'Ex Machina', de Alex Garland

Como amante empedernido del género, haber tenido que esperar tres largos meses para poder disfrutar de 'Ex Machina' (id, Alex garland, 2015) es una traba que a la vida del cinéfilo pone el vivir en un rincón de "provincias" de esos que cuentan con un único cine para un área de más de 1.500 kilómetros cuadrados que, para colmo, no tiene a bien estrenar según qué producciones en sus diecinueve salas por razones que se escapan al entendimiento.

Dicho esto —disculpad la digresión, pero tenía que sacudírmela de encima— y antes de entrar en desmenuzar lo que la ópera prima del guionista británico da de sí, dejemos claro que, en lo que a servidor respecta, 'Ex Machina' se ha situado tras su visionado entre las tres mejores películas que he podido ver en lo que llevamos de 2015. Y lo ha hecho con una autoridad y unas armas que, sinceramente, y traduciendo de forma literal la expresión anglosajona: "me han volado la cabeza".

Destilando la ciencia-ficción

Ex Machina 1

Como ya hemos comentado en este ciclo en más de una ocasión desde que comenzara hace ahora dos años, la buena ciencia-ficción —sea de la disciplina artística que sea— es esa que de forma paradójica accede con suma facilidad tanto a la singularidad socio-política del momento en que se rueda como a un mensaje mucho más universal que es el que, en última instancia, ayuda al título en cuestión a trascender las fronteras de la edad y convertirse en una obra completamente atemporal.

Pero lograr tamaña empresa no es fácil y en su consecución deben concurrir una serie de circunstancias que sirvan para terminar destilando esa singular magia que es la que provoca que —y acotémoslo ya al séptimo arte— una cinta que tiene cuatro, cinco o seis décadas de antigüedad se siga viendo con igual o mayor vigencia que la que tenía en el momento de su estreno. Indudablemente, es muy pronto para pretender afirmar sin atisbo de duda que 'Ex Machina' va a lograr trascender en estos modos el paso de los años, aunque armas tiene para hacerlo...y de sobra.

No en vano, la puesta de largo de Alex Garland en la gran pantalla tras sus colaboraciones con Danny Boyle es una de esas producciones que fascinan desde el primer minuto, que están preñadas de facultades que superan con mucho la media de lo que estamos acostumbrados a ver, ya en el género ya en términos generales en un cine y que cuenta con tantos valores artísticos diferentes que resulta harto complicado señalar a uno o varios de ellos por delante de los demás.

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Un guión para quitarse el sombrero

Ex Machina 2

El primero, ese que sirve al cineasta y guionista para destilar la —"verdadera"— ciencia-ficción es un guión que, poniendo sobre la mesa el eterno debate de la moralidad sobre la creación de una inteligencia artificial, completa tan apasionante discurso con disquisiciones que inciden en servir de ácida crítica a una sociedad que sigue siendo primordialmente machista y a cómo se construyen en ella las identidades de los hombres y las mujeres —un discurso, por cierto, que no se aleja mucho del que se podía interpretar entre las líneas de '28 días después' ('28 Days Later', Danny Boyle, 2002).

En ese proceso de acercamiento a la toma del pulso del mundo que nos rodea, Garland reduce casi a la mínima expresión aquello a través de lo que se nos transmite el mensaje, esto es, sus protagonistas. Sólo cuatro —aunque el protagonismo de una sea muy reducido y el interés recaiga en el triángulo principal— son los personajes sobre los que orbita la lúcida disertación del cineasta británico: Nathan, un niño prodigio convertido en adulto multimillonario y creador de la I.A que es centro de la acción; Ava, la citada robot y Caleb, un experto en códigos elegido para determinar la validez de la inteligencia emocional de la anterior.

Ex Machina 3

La forma en la que Garland caracteriza a cada uno a través de los diálogos, y como éstos se convierten en un lugar en el que maravillarse una y otra vez es, sin lugar a dudas, una de las más grandes virtudes que aguarda al que se acerque a 'Ex Machina': y ya no sólo es por ese atisbo de universalidad atemporal que se entrevé durante las dos horas de metraje, sino por cómo el guionista trata la relación entre Caleb y Ava —simplemente espectacular— o por la forma en la que son introducidos a lo largo del mismo referencias soberbias a la mitología, la historia o el arte.

De hecho, la que considero una de las mejores secuencias de toda la producción —y permítanme insistir, una de tantas, que la cinta está plagada de ellas— es la conversación que mantienen Nathan y Caleb en torno a un lienzo de Jason Pollock mientras el primero, que se comporta durante todo el filme como si tuviera que huir a toda velocidad del estereotipo "nerd" y parece más el macho alfa de una pandilla callejera, imparte una lección magistral sobre la pintura automática y la relación de la misma en el proceso de creación de la I.A.

'Ex Machina', lecciones de cine

Ex Machina 4

Trascendido el libreto, 'Ex Machina' sigue dando muestras tales de maestría que toda apreciación que se tiene del filme mientras esté transcurre va en aumento constante e imparable. Y aquí cabría fijar nuestra atención tanto en un trío protagonista asombroso, en el que destacan sobremanera lo inquietante de un Oscar Isaac de IMPRESIÓN y la fragilidad que irradia la serena belleza de Alicia Vikander, como en la excelsa dirección de Garland y el no menos alucinante trabajo de los equipos de efectos visuales.

Éstos últimos funcionan a tal nivel que, tras unos momentos iniciales en los que se contempla ojiplático el cuerpo biónico transparente de Ava y la forma en la que su rostro se adhiere al mismo, terminan por quedar en un segundo plano gracias a la asunción por parte del espectador de que lo que estamos viendo no es fruto de una serie de trucajes salidos de las entrañas de un ordenador sino, simplemente, una realidad tan sólida como el resto de lo que se contempla en la pantalla.

Orquestando todo con una resolución que no puede dejar de aplaudirse, el modo en que Garland va construyendo la tensión de gradualmente es tanto o más brillante que sus precisos modos compositivos, y la conjunción de ambos factores con la delicadeza con la que edifica al trío de protagonistas termina por conformar un conjunto que aúna vocación de thriller, adhesión inequívoca a la ciencia-ficción "dura" y una determinación minimalista que hace grande a aquella aseveración de Mies Van der Rohe de que "menos es más". Es más, me atrevería a apostillar que pocas veces en el cine "menos ha sido TANTO".

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