El callejón del ridículo

El callejón del ridículo
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El cine de género español lleva años gozando de buena salud. Quizá no arrasen en taquilla, pero van saliendo películas muy estimables que además tienen un alcance internacional mucho mayor que la abrumadora mayoría del resto de producciones de nuestro país. El problema es que esto suele circunscribirse al primero o segundo trabajo tras las cámaras de sus directores, teniendo después que esperar lo indecible – Miguel Ángel Vivas tardó ocho años en poder hacer un nuevo largometraje y el resultado fue la estupenda ‘Secuestrados’ (2010)- , saltando a otros géneros – Juan Antonio Bayona pasando de ‘El orfanato’ (2007) a ‘Lo imposible’ (2012)- o marcharse fuera de nuestro país para poder seguir haciendo cine a su gusto – el caso de F. Javier Gutiérrez tras ‘3 días’ (2008), su estimulante ópera prima- . Por desgracia, también se hacen películas que merecen muy poco la pena, y ‘El callejón’ (Antonio Trashorras, 2011) es un buen ejemplo de ello.

Una de las primeras cosas que me gustaría aclarar es que uno de los errores habituales en el cine de género es dejarse llevar por los tópicos y encima hacerlo mal. Ya os puedo adelantar que ése no es el caso de ‘El callejón’, pero el problema es que hacer algo – más o menos- diferente no es algo necesariamente bueno y los experimentos pueden acabar muy mal. La cinta que nos ocupa opta por desconcertar al espectador ya durante sus créditos iniciales, donde podemos ver a Ana de Armas bailando de forma psicodélica, en una decisión que, sabiendo de antemano su excusa argumental, me trajo a la mente algunos pseudogiallos que también recurrían a soluciones de este tipo, aunque, por regla general, incluidos dentro de la propia película para desesperación del espectador.

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Imagen de Ana de Armas en

Lo más parecido que recuerdo en el caso español es la merecidamente ignota ‘El asesino de muñecas’ (Miguel Madrid, 1975) y su número musical salido de la nada a mitad de metraje. Sin embargo, aquí hay una explicación convincente: Rosa – nombre del personaje de Ana de Armas- estaba haciendo una prueba como actriz para poder dejar su trabajo como limpiadora y conseguir un trabajo más acorde a sus aspiraciones.

Salvado el desconcierto inicial, Trashorras no tarda en llevar la acción a una pequeña lavandería situada en un siniestro callejón, pues Rosa ha de hacer la colada y la lavadora de casa se ha estropeado, algo que sucede en paralelo a su decisión de mandar a la porra a esa especie de novio que tiene. Es entonces cuando ‘El callejón’ adopta el tono visual que marcará el resto del relato: Una oscuridad relativa, ya que el tono rojizo - ¿un adelanto de una posible orgía sangrienta?-, con algunos matices de azul y verde, vence a la negrura tradicional, consiguiendo así una curiosa atmósfera que, eso sí, no tarda mucho en agotar toda su efectividad, ya que la sensación de suspense nunca llega a coger suficiente fuerza. Un desconocido con aspecto sospechoso asusta a nuestra protagonista, pero un joven acude al rescate e inician una amigable conversación. Trashorras quiere que nos encariñemos de la protagonista por su naturalidad

Imagen de la película

Las complicaciones no tardan en llegar, ya que un psicópata amenaza con acabar con su vida, iniciándose así el típico juego entre el gato y el ratón con ella entrando y saliendo de la lavandería en función de la circunstancia puntual con la que Antonio Trashorras, también autor del libreto, nos quiera engatusar para conseguir prolongar una situación estirada hasta tal punto que consigue que uno desconecte de lo que se nos está contando. Que Rosa muera o sobreviva nos da igual y la redención tampoco llega por el lado del psicópata, ya que es un personaje tópico y anodino. ‘El callejón’ ya revela ahí que hubiera sido mucho mejor dejarlo todo en un mediometraje resultón, pues apenas dura 75 minutos con todas las reiteraciones que sólo consiguen cargarse el ritmo del relato – el recurso estético de la pantalla dividida tampoco aporta nada de especial interés- , pero lo peor aún está por llegar.

Trashorras, correcto en la puesta en escena – el ambiente opresivo que busca jamás llega a resultar asfixiante, pero la película no falla realmente por ahí más allá de un uso algo discutible de los flashbacks- , decide que todo lo anterior no era suficientemente excitante e introduce un giro de guión no ya tramposo, sino que consigue que ‘El callejón’ se adentre peligrosamente en lo ridículo, ya que la incredulidad es la única reacción comprensible ante lo que se nos propone. Cierto que recupera el ritmo perdido, pero se suceden acontecimientos difícilmente justificables, se cae en errores visuales – de maquillaje- y nada funciona por mucho que Trashorras intente darle un sentido a lo que hemos visto en la escena final.

Imagen de Ana de Armas en la película

Habrá quien piense que la presencia de Ana de Armas - el resto de personajes no pasan de ser meros accesorios en los engranajes ideados por Trashorras- es otro de los baluartes de mi espacio aprecio hacia ‘El callejón’, pero la pobre chica bastante tiene con sostener la película lo mejor que puede hasta que la imperiosa necesidad de Trashorras por hacer algo diferente se convierte en el gran enemigo de la película. Poco importa que sea algo novedoso o visto en infinidad de ocasiones en comparación con hacerlo con acierto y talento, y eso no sucede en esta ocasión.

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