James Cameron (III): Huir o morir

James Cameron (III): Huir o morir
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'The Terminator' comienza con el infierno sobre la Tierra (seguido por unos créditos inquietantes) y termina con una tormenta negra como boca de lobo, que crepita sobre unas montañas escarpadas. Entre una y otra imagen no hay apenas espacio para la retórica, el lucimiento o el descanso. Se trata de huir o morir, sin los discursos existencialistas que adornan a la sci-fi más conocida. Las razones de que esta historia sea una cumbre del cine norteamericano de las últimas décadas, que rejuvenece a cada año, las exploraremos en este texto. Ya hemos dado algunas claves del universo oscuro de los dos terminators. Hablemos ahora del primero de ellos.

Excepcional obra maestra, muy intrincada, pero resuelta con sencillez y claridad insuperables. James Cameron deslumbra al mundo con su verdadera primera película (después de lidiar con pirañas voladoras), que afortunadamente ya para muy pocos es sólo un divertimento frenético a mayor gloria de una incipiente estrella austríaca, aunque desde luego no goza de todo el prestigio que merece. Realizada con escaso dinero (6,4 millones de dólares, una producción muy modesta aún en aquellos tiempos), pocos sabían, aquel 26 de Octubre de 1984 en que se estrenó, que nacía una leyenda. Mil veces imitada, mil veces acusada de plagio, ahí quedó esta joya.

¿De dónde nace la grandeza de esta película? Muchas virtudes y casi ningún defecto encontramos en ella. Pero quizá su grandeza resida en sus caracteres humanos. Qué verdaderos, qué reales. No existe el menor amaneramiento ni rebuscamiento, ni siquiera en la composición del cyborg incansable. Cameron es lo suficientemente inteligente como para evitar complicarse en el dibujo de Sarah Connor (una cercana y muy creíble Linda Hamilton) y de Kyle Reese (un romántico y enérgico Michael Biehn). Pero más allá de esta pareja inolvidable, el reparto de 'The Terminator' sorprende por su unidad, su verosimilitud. Paul Winfield, Lance Henriksen, Bess Motta, Earl Boen o Bill Paxton deberían al menos ser nombrados en este análisis. La sensación que da este grupo de intérpretes (Arnold Schwarzenegger también, por supuesto, en el papel menos fingido de su carrera) es la de un ensamblamiento perfecto, sin fisuras, sin gestos falsos o fingidos.

Si el argumento de esta película, por todos conocido, hubiera sido vivido por un solo actor fuera de sitio o mediocre, la aventura solitaria, y al mismo tiempo global, de Sarah Connor no sería tan emocionante, tan conmocionadora. Si el espectador observa los títulos de crédito agotado y satisfecho, reflexivo y libre, el cincuenta por ciento (sino más) del mérito, lo tienen los actores y la dirección de los mismos por parte de Cameron. La altura de la mirada poética del cineasta se mide sin duda por su coraje a la hora de hablar sobre seres humanos absolutamente reales, y de poner la cámara (diferenciándose del cine de aventuras tan en boga) a la altura de la mirada de sus personajes y de sus espectadores. Esto, y su destreza en el momento de acelerar, de tensionar el relato (y de frenarlo cuando es necesario, claro está), son los pilares maestros de 'The Terminator'.

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La primera parte (hasta el momento en que la máquina asesina da con Sarah en el local Tech-Noir, término que cuadra muy bien con este relato, y procede a ejecutarla, siendo salvada 'in-extremis' por Kyle) asemeja el nudo de una soga cerrándose lenta pero implacable en el cuello del espectador, que observa aterrado cómo la mole de músculos (y oculto endoesqueleto indestructible) cierra el cerco. Sabemos que dará con ella, sabemos que es prácticamente imparable, lo que no sabemos es qué ocurrirá. Cameron, gracias a un guión soberbio, no explica casi nada del enorme asesino antes de este momento. Por lo que sabemos, Kyle es casi tan peligroso como él. Por eso la identificación ella es absoluta: "ven conmigo si quieres vivir". De acuerdo, la salva, pero su rostro asombrado es el nuestro. ¿Qué hacer? El monstruo se levanta, pese a haber recibido varios disparos de escopeta. Comienza una carrera agónica que no cesará.

En esta magnífica secuencia, en la que el tiempo y el espacio se ven (siempre noblemente) manipulados por el director (porque ese es uno de los oficios del director, malear el tiempo y el espacio) se condensa todo el talento y la personalidad de Cameron. Su puesta en escena, su montaje, la historia de la chica, el villano y el héroe clásicos, están al servicio de provocar la más intensa emoción en quien la contempla, y terror, suspense, tensión, adrenalina. Muchos hablan de la pobreza visual de este filme. Es una película de factura tosca (en contraposición a la gran mayoría de películas ilustres del género), pero una tosquedad que la beneficia, porque hace más cercana y auténtica la materia de lo que cuenta. El director de fotografía, el polaco Adam Greenberg, que repetiría con Cameron en la segunda parte, firma un trabajo eficaz, rápido y sin alardes. Cierto que el grano en la imagen es abundante, que el detalle en las sombras es escaso, pero dado que es una película muy nocturna y llena de movimiento esto de alguna forma potencia aún más su fuerza narrativa.

Aún Cameron no disponía de los medios, los conocimientos y la experiencia que le llevó a firmar un trabajo visualmente tan impecable como el segundo Terminator. De momento 'se limita' a filmar unas persecuciones vibrantes, ingeniosas. Se observa el acelerado del fotograma sólo en ocasiones puntuales, pero hoy, 24 años después, siguen resultando impresionantes las imágenes del coche policía (¿sutil idea de la tiranía de toda autoridad?) conducido por el exterminador, que persigue a la pareja en otro coche, o las de la moto en el túnel, o el camión cisterna intentando aplastar a Sarah. Los medios no son incompatibles con la efectividad y con el suspense. No es que el cine de Cameron sea dinámico en la conquista de su público, es que su público se ve conquistado por el dinamismo de su cine. Con herramientas puramente cinematográficas, no literarias o escenográficas, Cameron nos deja pegados a la silla.

¿Quién recuerda una secuencia de persecución frenética en la que un personaje le explica a otro quién la persigue y por qué? Mientras nos vemos inmersos en una espiral de aventuras, sin detenernos, nos van explicando quién es el terminator y qué quiere, quién es Kyle, qué ocurrirá en el futuro. Los diálogos son espléndidos, afilados como una daga. Y la desesperanza aumenta en el corazón del espectador a medida que todo nos es revelado, al mismo tiempo que a Sarah: no se puede matar a ese monstruo, que no tiene sentimientos y no parará hasta encontrarla; y en el caso de lograr escapar poco importa, porque las próximas tres décadas la raza humana se enfrentará a su extinción. A menos que ella viva, y su hijo John Connor (J.C., JesuCristo...James Cameron) les salve a todos.

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Sarah es igual que cualquiera de nosotros, en sus propias palabras: "alguien a quien cuesta llegar a fin de mes". Y en un principio actúa en consecuencia, pasando del terror a la desesperación, de ahí a la ira contra su destino, y llegando a la resignación y a la lucha. Frente a ella Kyle es de una pieza. Ha nacido después de la guerra nuclear, entre las ruinas, y no ha conocido otra cosa que la guerra, la miseria y el hambre. Cuando llega a esta época se siente aturdido por cuanto le rodea, porque después todo desaparecerá. Pero no tiene miedo. El miedo no es una opción cuando uno se propone la tarea de detener a un cyborg de aspecto humano casi indestructible. Su destreza será suficiente para mantener a raya a la máquina hasta que la suerte se acabe. Entonces Sarah no tendrá más remedio que sacar todo la fuerza que le quede.

Imposible sustraerse de los homenajes que resultan de la aniquilación final del terminator (¿quién no recuerda el final de The Fly, de Kurt Neumann, 1958), o a ese estilo de animar personajes monstruosos que popularizó Ray Harryhausen, en el momento en que el exterminador se ve reducido a su mínima expresión. Uno es testigo del poder terrorífico de la tecnología empleada sin sensatez cuando observa avanzar a la máquina por el oscuro pasillo de la fábrica, arrastrando su miembro dañado, con los ojos iluminados en rojo. Igual que es testigo de que la única solución al mundo es el amor. Suena cursi, pero es cierto. La relación entre Sarah y Kyle, aunque breve, es totalmente natural, no hay nada que suene a falso.

El incómodo, áspero final, termina por redondear el relato. Claro que ella sabe que la foto será la que mire Kyle en el futuro, y la razón de que decida ser voluntario en viajar en el tiempo. O lo sospecha. Como sospecha que las nubes del cielo amenazan una tormenta que arrasará el mundo.

Sin divismos, sin alardes, Cameron nos aterra y nos conmueve, despliega ingenio y destreza. Especula sobre el futuro, y su idea surge de la miseria y el miedo de este mundo, del nuestro. Nace un narrador inigualable.

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