James Cameron (VII): Abismos impersonales

James Cameron (VII): Abismos impersonales
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Cuentan que 'The Abyss' es un ansiado proyecto de Cameron, que él gestó durante su adolescencia, y que una vez tuvo los medios y la libertad (propiciada la segunda por los abrumadores éxitos estéticos, y económicos, de sus dos primeras películas) no dudó en llevar a la pantalla hasta sus últimas consecuencias. Bastaría con 'The Terminator' y 'Aliens' para auparle hasta un lugar de honor dentro del género, uno de los más complejos de domeñar, de la sci-fi, pero este director tiene el defecto (o la virtud) de querer superarse aunque eso implique jugarse el todo por el todo. El resultado, que en ningún momento (salvo en ese final que analizaremos en su momento) resulta mediocre, no posee ni la personalidad, ni la concisión, ni la fuerza expresiva de sus dos primeras (y magistrales) películas.

Ahora bien, estamos hablando de un proyecto que, al menos en su concepción, en lo que significa de artefacto escenográfico y complejidad técnica, es absolutamente único. El mayor mérito de este 'The Abyss' radica en su carácter de aventura incomparable por el medio en que está realizada, y por las hazañas cinemáticas que incluye, más que por un conocimiento de las propias limitaciones, tanto de la historia como de la visión de la misma, o por un ensamblaje óptimo de todas las piezas. Un primer visionado, o incluso un segundo, de la película, entusiasma y puede llegar a maravillar. Pero sabiendo de lo que es capaz este hombre, tras varios visionados y casi veinte años después de su estreno, sus carencias y torpezas son mucho más evidentes.

La historia y la trama de 'The Abyss' es en esencia sencilla, aunque su ejecución es complicada y hasta embrollada. Todo lo contrario de las mejores películas de su director, cuya trama o subtexto es complejo, y su ejecución sencilla y limpia. Cuenta la historia del encuentro marino entre hombres y extraterrestres, los cuales en lugar de entrar en contacto con nosotros de la forma que siempre hemos visto, viven en el mar, y es ahí donde se dan a conocer. Esto es el detalle de mayor originalidad de un relato que no destaca principalmente por su ingenio ni dinamismo, y quizá sí por su autocomplacencia y repetición de esquemas. Porque, a grandes rasgos, la estructura de inicio es demasiado similar a 'Aliens': grupo aislado de personas, con sus diversas interrelaciones, que espera ser rescatada mientras tiene que lidiar con una situación límite en la que tienen presencia unos alienígenas.

Pero lo que en 'Aliens' era un tono dificilísimo de mantener, y en el que Cameron se movía sin aparente esfuerzo, en 'The Abyss' es una indefinición tonal y del punto de vista que si bien no desmerece el conjunto en su totalidad, le hace perder la densidad del gran cine de Cameron. Hasta el personaje protagonista femenino, interpretado con garra por la gran Mary Elizabeth Mastrantonio, palidece, y de qué manera, comparada con las inolvidables Sarah Connor, Ellen Ripley, Helen Tasker o Rose DeWitt Bukater. Su inteligente y combativa Lindsey es vibrante y pegadiza en la pantalla, pero en ningún momento su aventura, ni la de ningún otro, llega a emocionarnos plenamente. Hay un algo de forzado, o simplemente intrascendente, en los caracteres, y en las relaciones entre ellos, en este largometraje.

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Porque 'The Abyss' termina resultando bastante convencional en cuanto a su acercamiento a sus personajes, y de alguna forma un tanto cobarde. Ninguno de los principales (salvo el villano, por el que sí que terminamos sintiendo compasión) acaba muriendo, o sufriendo demasiado. Todo parece demasiado fácil para ellos. No hay un viaje complicado, ni mucho menos tortuoso, hacia el agradecido y manipulador clímax. Cameron, por primera vez en su carrera, termina su relato de forma abrupta, sin satisfacer, con un happy ending al viejo estilo hollywoodiense, que huele a impersonal y a poco inspirado. Ese beso entre la pareja protagonista, por fin reconciliada, no parece filmado por el mismo director capaz de aunar romanticismo y fatalismo.

La secuencia de arranque es estupenda, y nos pone el corazón en un puño, pues observamos una catástrofe marina escalofriante. Pero la película comienza a dar síntomas de autocomplacencia inmediatamente después, y hasta la secuencia de la grúa no tenemos la sensación de hallarnos en territorio Cameron; ese en el que el fondo y la forma se fusionan en un solo lenguaje que hace avanzar nuestra imaginación hacia territorios desconocidos. En lugar de eso, caminamos por terrenos convencionales la mayor parte del tiempo, con un sentido de lo maravilloso que pretende acercarse a Spielberg, y con una violencia demasiado aguada (nunca mejor dicho...) como para impactarnos. La tan recordada escena del tentáculo de agua resulta de un edulcoramiento y simplicidad que hoy día son sonrojantes.

Resulta difícil hablar en estos términos de una película cuya fotografía, firmada por un gran Mikael Salomon, por fin cristaliza (aunque la cumbre del 'estilo visual Cameron' sería la siguiente, 'Terminator 2') en un Super 35 anamórfico, sobreexponiendo ligeramente la emulsión de alta sensibilidad para obtener un resultado espectacular en cuanto a definición, teniendo en cuenta las fuentes de luz, siempre justificadas, que en cada escenario suponían un alarde visual. Por fin el color azul que tanto gusta a Cameron está presente de forma absoluta y protagonista, tomando como excusa el entorno marino. Su elaborado montaje (muy superior, por cierto, el corte para cines que la versión del director, posterior y más torpe), un trabajo al alimón de Conrad Buff IV, Joel Goodman, Steven Quale y Howard E. Smith, no consigue, pese a todo, una unidad, dando lugar a arritmias graves entre los diferentes capítulos del relato.

Ed Harris, quien no se habla desde el rodaje con Cameron, compone un personaje que le queda pequeño para su talento y sus posiblidades, y que una y otra vez resulta empequeñecido por una trama que no acaba de despegar. Y es que es evidente que el resto del grupo no es tan interesante como él, lo que acaba perjudicándole, pues en un reparto, un protagonista vale lo que sus secundarios (o sus roles), que terminan por auparle. Pero en este caso, a parte de Harris y Mastrantonio (y un meritorio e irreconocible Michael Biehn), apenas hay nada más, y sus personajes no son tan interesantes como sus actores. Por primera vez, pesa más para este director la idea y el entorno (y los efectos visuales) que los personajes que viven y sufren la aventura.

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No existe tensión al final, con un Ed Harris moribundo que todos sabemos será salvado 'in extremis'. Eso sí, nos quedamos maravillados con la destreza técnica demostrada en el plano en que las aguas se separan para conceder oxígeno al exhausto buceador. Sin embargo, dura poco, porque el diseño de los alienígenas es cursi y sin interés, y su repetición (para hacerle entender que lo han presenciado todo) de las frases de despedida a su esposa acaban azucarándolo todo de manera incomprensible. Como incomprensible resulta un final absolutamente forzado y falto de ideas, con la ciudad submarina emergiendo hasta la superficie. Un momento que sin duda es un 'tour de force' que a muchos entusiasmará, pero que resuelve toda la historia a base de un efecto devastador, facilón dramáticamente hablando y poco creíble.

Una pena. Cameron tendría otra oportunidad de ofrecer un relato marino, intenso y apocalíptico. Sería 8 años después de esta irregular película.

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