'Patos salvajes', los mercenarios de los 70

'Patos salvajes', los mercenarios de los 70
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La pasada semana fallecía Andrew V. McLaglen, veterano y no demasiado recordado director, que fue nada menos que el hijo de Victor McLaglen, actor clásico ganador de un Óscar por su labor en la excelente ‘El delator’ (‘The Informer’, 1935), uno de los éxitos de los treinta de John Ford, padrino de V. McLaglen. Cualquiera podría suponer que con esos monstruos cinematográficos, McLaglen podría haberlo aprendido todo. Lo cierto es que profesionalidad tenía, y aunque careciese de personalidad, sus films solían ser entretenimientos de primera. ‘Patos salvajes’ (‘The Wild Geese’, 1978) fue buena prueba de ello, y uno de sus éxito más sonados.

Ahora que Sylvester Stallone convence a un montón de viejas glorias para su saga de ‘Los mercenarios’, rescatar esta película viene de perlas. Las intenciones fueron prácticamente las mismas, reunir a un montón de grandes actores —primera y gran diferencia— para un producto de puro entretenimiento y no hacer más que taquilla que rentabilice el asunto. Aquí salió a la perfección, originando un montón de imitaciones e incluso una secuela de la que es mejor no hablar. Con todo, su estrella principal, Richard Burton, odiaba la película con toda su alma.

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En los años setenta hubo todo un aluvión de películas protagonizadas por grandes estrellas, muchas de ellas ya en su época de decadencia artística. La fórmula que instauraron directores como McLaglen —que ya en los sesenta reunía en sus westerns a bastantes caras conocidas— y películas como ‘Aeropuerto’ (‘Airport’, George Seaton, 1970) casi se convierte en un género en sí mismo. Viejas glorias reunidas con otras menos viejas, metidas en films catastrofistas de todo tipo, o cintas bélicas por el estilo de la que nos ocupa.

Buen reparto y solidez narrativa

Richard Burton encabeza un reparto por donde también desfilan Richard Harris —por aquel entonces muy de moda gracias a que era un hombre llamado caballo— sustituyendo a Burt Lancaster, Roger Moore, que ya había interpretado tres veces a James Bond —no por coincidencia el film tiene a Maurice Binder en sus títulos de crédito— y le cogió el gustillo a este tipo de films, y Stewart Granger, sustituyendo a Joseph Cotten a última hora y que aparece muy poco en pantalla. Todos poseen ingeniosos diálogos —segunda y vital diferencia con la saga comandada por Stallone—, y parecen compenetrarse a la perfección. No quiero ni imaginarme las juergas que se corrieron durante el rodaje.

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El argumento es sencillo. En África, continente vapuleado por el Apartheid, un dictador mantiene secuestrado a un importante líder sudafricano. Una empresa privada británica, con intereses económicos en el país, decide enviar a un comando de mercenarios para rescatar al líder, que además representa un gran futuro para el continente africano. El resto sigue los habituales elementos de este tipo de historias. Reunión del equipo, problemas morales, traiciones, muertes, y mucha acción. Jugar a adivinar quiénes serán los primeros en caer en la misión es siempre algo divertido.

Pero además McLaglen, que nunca ha llegado a dotar con un mínimo de garra a sus films, ofrece espectáculo bien entendido en las más de dos horas de metraje y que nunca pesan sobre el espectador. Ciertas cosas con el paso del tiempo se revelan un tanto cutres —alguna que otra explosión, y alguna que otra muerte—, pero el director no se complica la vida. Puesta en escena tirando a clásica, no podía ser de otra forma, sin arriesgarse lo más mínimo —cosa que sí hacia un film bastante parecido, ‘Mercenarios sin gloria’ (‘Play Dirty’, André De Toth, 1969)— en la composición de planos o el montaje. No es necesario, el ritmo y el espectacular elenco ya sostienen por sí solos el film salvándolo de la quema.

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