Así funciona el autobús de Lewton: un mecanismo del cine de terror creado hace 80 años que sigue asustándonos en la actualidad

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Tratándose de un género centenario, es más que comprensible que los mecanismos narrativos y códigos lingüísticos del cine de terror estén sobradamente asimilados. A estas alturas de la película, es complicado coger al espectador más curtido en la materia con la guardia baja y hacerle botar en el asiento mientras le consumen los nervios, pero hubo un tiempo en el que, lógicamente, las cosas no eran así.

El otro jumpscare

Puede que uno de los términos más conocidos relacionados con el género sea el de "jumpscare"; una herramienta concebida para asustar al espectador, generalmente con una subida repentina del volumen o con un efecto de sonido estridente que rompe totalmente la tensión que se ha ido acumulando en una escena y que tiene ya la friolera de setenta años.

Se considera que el primer uso de un jumpscare data de 1942, año en el que se estrenó 'La mujer pantera' de Jacques Tourneur. En una de sus escenas, Alice, el personaje interpretado por Jane Randolph, camina sola por unas oscuras calles de la ciudad mientras la Irena de Simone Simon la sigue. Mientras crece la inquietud en Alice, que acelera el paso, nuestra única compañía es el silencio y el sonido de sus zapatos, y cuando pensamos que Irena va a atacar en cualquier momento... un autobús entra en plano emitiendo un ruido inesperado.

Esta triquiñuela, en la que una amenaza real es sustituida por un elemento inofensivo en el último instante, ha trascendido hasta nuestros días bajo el nombre de "El autobús de Lewton" —"Lewton's Bus"—; adjudicado en honor al productor del filme Val Lewton, que incorporó el recurso en varios de sus siguientes trabajos.

De este modo, y aunque inicialmente se utilizase como sinónimo de lo que ahora conocemos simple y llanamente como jumpscare, El autobús de Lewton ha terminado asociándose a esos irritantes momentos en los que el terror explota de forma artificial —y, por qué no decirlo, barata—, culminando en una suerte de coitus interruptus que, eso sí, dispara las pulsaciones pese a su voluntad tramposa.

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