Tenemos que hablar del final de 'Anatomía de una caída' y el halo de misterio malvadísimo y sutil de Justine Triet

Tenemos que hablar del final de 'Anatomía de una caída' y el halo de misterio malvadísimo y sutil de Justine Triet

La única verdad incontestable de 'Anatomía de una caída' es que es una de las mejores películas de 2023

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Anatomia

No cabe duda de que es una de las más grandes películas del año. 'Anatomía de una caída' es el drama judicial más interesante de los últimos tiempos, precisamente porque juega en otra liga totalmente distinta a la fabulosa 'Argentina 1985' o 'El juicio de los siete de Chicago'. Aquí no importa la verdad, sino la disección casi milimétrica de una pareja, dos vidas descuartizadas en busca de una verdad que nadie puede probar y que lleva a un final con tantos matices que se hace inabarcable. Y ahí radica su grandeza.

OJO: Spoilers de 'Anatomía de una caída' a partir de aquí, por si acaso no era lo suficientemente obvio.

Un, Dos, Triet

Sobre el papel, la película de Justine Triet es abrumadoramente clásica y conservadora en el giro sorpresa de su tercer acto. De pronto, un testigo clave recuerda algo que tenía en el fondo de su memoria y declara ante un jurado que acaba por dar la razón a un falso culpable que gana el juicio in extremis y llega a casa a tiempo para arropar a su hijo. Sí. Pero no. La cinta subvierte el tópico de tal manera que cada uno de estos segundos está envenenado de una sutileza tan venenosa como fantástica.

Nunca sabremos si Sandra tiró a su marido por el balcón tras la discusión del día anterior, si su continua presión llevó a un suicidio evitable o si, quizá, su inocencia era cierta y se trató de un tropiezo fulminante sumado a una mala caída. Podemos intuir, claro, y hacer nuestras cábalas. Es exactamente lo que hace Daniel, el hijo, que, viendo el panorama que se le presenta en un futuro cercano, decide mentir y manipular el juicio con una inocencia infantil que vemos romperse en el mismo momento que engaña a un tribunal aprovechándose, precisamente, de ella. Al fin y al cabo, ¿cómo va a mentir un niño sobre algo tan serio?

La propia película intenta que compremos su mentira jugando con el espectador más iluso a una realidad tangible mediante flashbacks que ilustran la declaración. No solo se trata de un niño (ciego, como la justicia en sí misma) narrando con decisión y coherencia un recuerdo que tenía reprimido, sino que, además, se apoya de la representación audiovisual y, por tanto, de nuestro propio conocimiento metacinematográfico. Hemos visto las suficientes películas de juicios como para saber que, cuando un testimonio deja el juzgado para mostrarse ante el espectador, tiende a ser real. Triet lo sabe. Y, por eso, nos hace un juego de manos maestro ante nuestras propias narices.

Todo es mentira

O quizá no. Quizá Daniel dice la verdad. Igual el viaje al veterinario con su padre sucedió así y de pronto recuerda las palabras exactas que dijo. Tal vez nuestra mente, emponzoñada a base de documentales de true crime no es capaz de aceptar un final ambiguo y naíf pero cierto. De verdad que me gustaría tener esa duda razonable en la cabeza sobre mi propia visión de la historia, pero es imposible. Porque, al final, es él quien abraza a su madre y le toca la cabeza, mostrando con el lenguaje corporal que la ha protegido y, de una manera u otra, se ha encargado de todo.

Es un abrazo sin amor. Estático. Uno que deja caer que él es consciente de que lo más probable es que su madre fuera una asesina de una manera u otra, pero, con el poder de poder manipular el destino, ha decidido tener una vida normal -o todo lo normal que puede ser- en lugar de castigar el mal. Es una red de falsedades (Daniel sabe que su madre es conocedora del embuste en todo momento) de la que jamás hablarán, porque no es necesario. Él ha tenido que desobedecer sus órdenes -o sea, decir siempre la verdad en el juicio- para poder salvarla. Ha perdido de un plumazo la inocencia, el amor y el respeto. Solo queda el cariño y un instinto de protección intercambiado.

Al final del tercer acto, incluso el público más tendente a pensar en la inocencia de Sandra la considera un monstruo. Cómo no hacerlo después de escuchar la discusión de pareja grabada por su marido y que debería haber permanecido en la intimidad. El jurado, obviamente, también lo hace. Es imposible creerse una sola palabra que salga de su boca. Es más: queremos que pague por el crimen, aunque ni siquiera sepamos si lo ha cometido. La única manera de cambiar las tornas es la manipulación emocional de Daniel, de la que él es plenamente consciente.

Puede que Sandra cometiera el crimen. Puede que no. Da lo mismo. La verdad en la película es como el diálogo que intentan tener durante toda la primera escena: queda subyugada a un ruido de fondo constante que tan solo puede acallarse con más ruido. Ni siquiera importa si la conversación en el coche es real o no: se trata de un simple teatrillo no solo destinado a conmover tanto al jurado como al público (¿acaso hay diferencia?), sino planeado para que los propios personajes crean que están tomando las decisiones correctas. Triet nos ha hecho creer que esta era una película de juicios, pero 'Anatomía de una caída' realmente es un vistazo a la parte más negra del alma humana. Esa que encuentra la única esperanza de supervivencia en hacer creer a los demás su propia mentira.

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