'Blood Father', sangriento Mel Gibson

'Blood Father', sangriento Mel Gibson

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'Blood Father', sangriento Mel Gibson

Parece que la estrella de Mel Gibson está volviendo a brillar con la intensidad de antes. Eso sí, con el peso de los años encima. Con el turbulento pasado de alcohol y declaraciones de todo tipo, que le hicieron ganarse un montón de enemigos, además de tener que interrumpir proyectos tan interesantes como una película sobre vikingos, parece que el actor se está sobreponiendo a todo eso, regresando con fuerza a ambos lados de la cámara.

Tras la estupenda ‘Vacaciones en el infierno’ (‘How I Spent My Summer Vacation’, Andrian Grunberg, 2012) y un par de personajes secundarios, dando vida a villanos, Gibson regresa al tono de serie B del film de Grunberg. También ciertos ecos de films como ‘Venganza’ (‘Taken’, Pierre Morel, 2008), que parece ha comenzado una nueva moda en el cine de acción. Jean-François Richet —conocido entre otras cosas por haber reescrito a John Carpenter en la aceptable ‘Asalto al distrito 13’ (‘Assault on Precinct 13’, 2005)— es el encargado de la puesta en escena.

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La trama de ‘Blood Father’ es harto sencilla. Mel Gibson da vida a un ex convicto llamado Link, que está reintegrándose en la sociedad muy poco a poco. Pronto recibe la visita de su hija Lydia (Erin Moriarty) que se ha metido en líos con la gente equivocada. Link deberá echar mano de su experiencia y contactos para sacar a la persona que más quiere del mal camino. Primer punto interesante del film. La voz de la experiencia pasando el testigo.

Probablemente otra de las bazas del film sea que tira de tópicos con habilidad. Teniendo en cuenta que la originalidad se acabó hace muchos, muchos años, ‘Blood Father’ convence por echar mano de lo de siempre con pericia, algo no muy fácil de hacer. Las sempiternas diferencias generacionales en un contexto de thriller árido —con ecos del western—, bruto y agradecidamente violento.

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Mel Gibson en estado de gracia

Una violencia contundente, sin envoltorios que la disimulen, servida por Richet con suma eficacia, sobre todo por no abusar de los tics del cine actual. Incluso se permite el lujo de homenajear, muy directamente, cierta mítica cinta protagonizada por Gibson a las órdenes de George Miller. Capacidad de síntesis en su desarrollo, algo que rara vez se ve hoy. Cine pequeño consciente de sí mismo, y que sin ningún tipo de esfuerzo se queda en el recuerdo.

El personaje de Diego Luna, el villano de la función, no las tiene todas consigo. Su personaje es el más tópico de todos, protagonizando no pocos momentos forzados, o simplemente no creíbles. Tampoco ayuda la interpretación de Luna. Pero tenemos a Mel Gibson en estado de gracia, muy seguro de sí mismo —la experiencia— y con un brutal feeling con Erin Moriarty, cuyo personaje es algo más que un cliché. De paseo unos entregados William H. Macy y Michael Parks, interesantes contrapuntos sencillamente trazados.

Gibson juega todo el rato con su imagen en el cine. Las arrugas le sientan estupendamente. Su madurez está marcada por un aumento del carisma, y un mayor control de sus “numeritos”. Link es un personaje perfecto para sus dotes. Podría decirse que él es la película, no mentiría, pero también no haríamos justicia a uno de los thrillers más divertidos del año. Serie B —malditas etiquetas— como las de hace décadas —no, no me refiero a los ochenta, sino antes—. ¿Qué más se puede pedir?

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