'Fahrenheit 451': una adaptación superficial que busca complacer a todo el mundo

'Fahrenheit 451': una adaptación superficial que busca complacer a todo el mundo

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'Fahrenheit 451': una adaptación superficial que busca complacer a todo el mundo

'Fahrenheit 451', novela concebida en un rapto de inspiración por un novelista incipiente, tenía dos importantes mensajes. Por un lado se trataba de una carta de amor a las bibliotecas como institución formativa. Por el otro, los eventos de un funcionario encargado de la quema de libros nos hablaban de la autodestrucción y autolimitación de la humanidad.

De que, pese a lo que el marco gubernamental pueda equivocadamente hacernos creer, fue la gente, como cuenta en uno de sus soliloquios el capitán Beatty, la que provocó el desplazamiento y finalmente persecución del pensamiento crítico del ser humano. 'Fahrenheit 451' es una historia de ciencia ficción acerca del opio del pueblo.

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Actualizando los mensajes de la novela

La novela de Ray Bradbury se publicó, recordemos, en 1953, cuando se empezaban a ver en los hogares estadounidenses los efectos de la televisión y del reinado de la imagen. Es evidente que en la era de las tecnologías de la vigilancia y de las redes sociales cabía hacer una relectura de este clásico. El resultado de Ramin Bahrani en esta gran producción para la HBO y protagonizada por Michael B. Jordan y Michael Shannon es bastante paradójico.

En un primer nivel: la profecía de Bradbury en su sentido literal se está cumpliendo (como tenemos infinitas fuentes de ocio cada día leemos menos en formato largo), pero al hacer esa actualización, por la que vemos cómo los libros se han convertido en archivos PDF y la resistencia basa su supervivencia en megaservidores digitales, la idea de una sociedad incapaz de leer, pese a pasarnos el día en los tuiters, se hace un poco ridícula. En un segundo nivel: si hay algo que confirma esa apocalíptica mirada sobre el reinado de la imagen, son productos como este.

'Fahrenheit 451' es una adaptación correcta pero complaciente. Pese a esa actualización del ambiente distópico, que nos bombardea con vistosas ideas futuristas en su primera parte (los emojis están sustituyendo a la palabra; el Estado está dentro de tu hogar gracias a Alexa, nuevo Ministerio de la Verdad), el guión hace un seguimiento bastante fiel al libreto original, aunque no tanto como la adaptación que ya hizo Truffaut en 1966.

'Fahrenheit 451' de HBO: entretenimiento de masas

Sólo en sus últimos compases decide optar por un nuevo camino que abre la puerta a la concepción de una segunda parte. En general, el sentimiento es el de estar viendo un producto que busca satisfacer al espectador amante de 'Los Juegos del Hambre' o 'Black Mirror'. También, como en el caso de estas, su tono afectado no casa bien con la facilidad con que la coherencia de sus universos se vienen abajo mientras los vemos.

Para empeorar las cosas, Bahrani ha optado por darle al filme un envoltorio de cine de acción, cuando, si alejamos el foco, nos damos cuenta de que la narración no se corresponde en absoluto con este género, lo cual frustra las expectativas que se nos generan desde el principio a medida que queda claro en que esas escenas de lucha nunca llegarán y serán sustituidas por largas secuencias de diálogo rebosantes de citas literarias.

Esta cronista emplazada en Cannes no ha podido dejar de conectar el resultado de esta obra con el comentario que Jean-Luc Godard ha querido sembrar en su nueva película, proyectada sólo dos días antes en el mismo festival. El cineasta dice que esta sociedad le hace falta empezar a pensar menos con la cabeza y más con las manos; es decir, nos ha llamado a hacer la revolución.

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Curiosamente, este genérico entretenimiento de masas que es 'Fahrenheit 451' nos hace pensar rápidamente en la capacidad de fagocitación del capitalismo que tanto parece querer amar a los libros es, no sólo un simulacro de esta pasión por las letras, sino algo que desactiva cualquier ambición del espectador por salirse de su zona de confort estética... y por tanto política.

Un producto tan superficial en sus resultados y, al mismo tiempo, dañino (por la pauperización de las capacidades del arte, el séptimo en este caso) que es maravilloso, de una ironía ardiente "plus one hundred percent", que dirían en la película. Como la propia relación de Bradbury con la cultura de masas, en definitiva.

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