James Cameron (VI): La madre de todos los monstruos

James Cameron (VI): La madre de todos los monstruos
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Aquí se ha venido a sufrir. Es la sensación que le asalta al espectador de ‘Aliens’ cuando, a los pocos minutos del comienzo, somos testigos de una terrible pesadilla (una de muchas, probablemente) que sufre la aguerrida Ripley, después del calvario que vivió a bordo de la Nostromo. Es tremendamente interesante que la primera secuencia en la que ella habla sea una pesadilla, aunque nosotros no lo sabemos hasta poco después. Nos traslada violentamente al momento más aterrador de la primera película, y nos pone a todos los pelos de punta. Mejor comienzo imposible. Cogiendo el toro por los cuernos, Cameron se propuso hacer mucho más que una secuela. Para él la única superviviente de la primera aventura merecía ser la razón de una secuela, y convertirse en un icono del género. Su éxito contra el alienígena fue mucho más que suerte.

Pero ahora que la teniente Ripley ha regresado a “casa”, no va a tener un recibimiento precisamente caluroso. Nadie cree su historia (lo cual es muy inteligente por parte de Cameron), y la compañía que la tenía bajo contrato prácticamente la somete a un consejo de guerra. Ella se muestra vigorosa, pero no tiene nada que hacer. La retiran su permiso de vuelo. Aún peor, ignoran sus advertencias de la criatura que conoció, y de los miles de huevos que esperan convertirse en eso. De hecho, una colonia de terraformadores (docenas de familias) se encuentra en ese planeta. Como a menudo dice Cameron, lo más importante es meter a tu personaje en el agujero más hondo imaginable, a ver cómo sale de ahí. Otorgando el protagonismo absoluto a Ripley (interpretada con grandísimo talento por Sigourney Weaver, que fue nominada al Oscar), Cameron construye su historia, una vez más, bajo el punto de vista de una mujer superlativa.

Lo cierto es que la película tarda en mostrar toda la carnaza. Hasta la segunda hora de metraje, no tenemos ni la menor señal de los alienígenas, salvo por los llamados ‘abrazacaras’, que se encuentran en el laboratorio del planeta habitado por los colonos. Pero Cameron se las arregla para mantenernos en vilo hasta la fatídica emboscada en el procesador atmosférico, en la que los marines terminan diezmados. Pero hay que tomarse el tiempo para cada cosa, y Cameron tiene muchas cosas que contarnos sobre su visión del futuro y sobre el grupo de marines que compartirá destino con Ripley. En cuanto a los segundos, Cameron demostró visión al dejarse influenciar por las imágenes de Vietnam, sabiendo además que los ejércitos del futuro se basarían en pequeños pero muy bien armados pelotones, que contarían con toda la tecnología disponible.

‘Aliens’ viene a ser un relato de frontera (en otras palabras, un western), con los marines como la nueva caballería que acude a salvar a los colonos de tierras hostiles, presentando a todos ellos de manera directa pero sutil, con muchos detalles que pasan inadvertidos en un primer visionado, pero que se van sumando con cada nuevo. Por supuesto que los problemas de indisciplina tan comunes en Vietnam, y la jerga soldadesca están presentes, así como un diseño de los trajes (tanto militares como civiles) que rompe muchísimo con el estereotipo de una película de ficción científica. No hay trajes elásticos o impersonales pegados al cuerpo, ni extrañas formas fantasiosas, sino algo muy parecido a lo que tenemos hoy día. La fórmula sorprendió y agradó a partes iguales. Así mismo, el aspecto sucio y prosaico contrasta vivamente con la imagen diseñada en ‘Alien’, que es un filme mucho más bello en ese aspecto.

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Cameron, que despidió al primer director de fotografía, comenta que ahora la hubiera rodado con Super 35, que en aquella época no le convencía (y que luego utilizó en todas sus películas) en lugar del formato 1:85 que no aprovecha todo el negativo y que aplana bastante la imagen, dándole además mucho grano. Sin embargo ese aspecto poco, o nada, preciosista, beneficia mucho a la historia, al mismo tiempo que se complementa mejor con el recurso del vídeo en vista subjetiva de los cascos de los actores. Una solución narrativa muy ingeniosa que Cameron rodó con una cámara en mano handycam 8, y que se adelanta más de dos décadas a la moda actual del terror filmado en vídeo. La secuencia (¡que dura 14 minutos!) en la que por fin los aliens les dan lo suyo a los soldados, es un prodigio de montaje: no vemos prácticamente nada de la batalla, hasta que Ripley llega hasta ellos, pero estamos conmocionados.

Es esa secuencia formidable cine dentro del cine. En los monitores del tanque APC, Ripley, Gorman, Newt y el teniente observan una narración, una película, y se mantiene el punto de vista en el momento del ataque de las criaturas. Al poco, cuando es evidente que los marines llevan las de perder, Ripley decide ignorar al teniente y llevar ella misma (se pasa la película demostrando que tiene más huevos que los hombres, que la ponen a prueba en casi cada secuencia) el tanque hasta los marines. De pronto la película se hace real, tanto para los personajes como para los espectadores. Estamos allí, vivimos el infierno. Este efecto narrativo tan poderoso lo emplea Cameron en otras películas, como en ‘Titanic’, aunque nunca de forma tan aterradora como aquí. Esta secuencia de acción, además, funciona como una pinza argumental, al modo en que en ‘Terminator 2’ el primer fracaso del T-1000 en su intento de asesinato de John Connor: un cambio de rumbo en el relato, no solamente una colección de tiros y frenesí.

Así sucede con otra secuencia imperial, la de la traición de Burke, que además es una maravilla técnica, teniendo en cuenta que esto no es una película de gran presupuesto (aunque lo parezca). El reducido grupo superviviente se enfrenta a lo que son dos pollos de goma (los abrazacaras). El formidable trabajo de los especialistas crea un momento memorable, dando vida de forma genial a las pequeñas y correosas criaturas, mezclando maquetas e imagen real, en un momento en que los efectos digitales no existían y había que apañárselas con lo que había. La luz roja de emergencia y la imponente música de James Horner (¡que tuvo dos semanas para hacer su trabajo!) terminan por provocar la taquicardia. Pero no se queda todo ahí, porque no más de cinco minutos más tarde, llega el definitivo ataque alienígena al complejo en el que han (hemos) vivido tanto tiempo. Con la luz roja de emergencia (casi infernal, qué típico pero qué eficaz), y con los detectores de movimiento (una estrategia narrativa muy ingeniosa, que con el sonido y los puntos de luz le ahorra al director mostrar contínuamente a los alienígenas) te monta Cameron un momento inolvidable.

Y es que esta película es el colmo de un rodaje rapidísimo y ajustado de presupuesto, con los mínimos elementos visuales y el máximo aprovechamiento de estos. Y es que con mucha menos retórica que Scott, y con un rodaje insufrible, Cameron supo, pese a todo, que debía volcarse en hacer creíble un futuro prosaico y gélido, y en esforzarse con los actores para que la historia funcionase. A este respecto, el conjunto resulta inapelable. Y les ayuda mucho que Cameron es un experto en definir a los personajes con pocos, pero muy certeros, trazos. La criba que los aliens hacen con el grupo, dejando a tres soldados supervivientes (más el inútil de Gorman), más Burke, Ripley, Bishop y Newt, nos perfila a ocho caracteres que se complementan entre sí, sobre todo a base de opuestos. El quejica Hudson (gran Bill Paxton) es todo lo contrario del frío Hicks (un sobrio Michael Biehn), pero también de la valiente Vásquez (enérgica Jenette Goldstein), que a su vez encuentra a su antítesis en el torpe y cobarde Gorman (eficacísimo William Hope).

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Ripley, por su parte, comienza temiendo a Bishop (no es de extrañar siendo interpretado por un inquietante Lance Henriksen y teniendo en cuenta su experiencia de la primera película) para después admirarle, y confiando en Gorman (sutil Paul Reiser) para después despreciarle. Pero es en Newt (una sorprendente Carrie Henn) en quien encuentra una razón para seguir. A este respecto recomendamos encarecidamente ver la versión del director, que añade unos veinticinco minutos a la película y que enriquece en gran medida ese nivel emocional que es la relación entre Ripley y la niña. Además, entronca con esa lucha privada/global (como la lucha de Sarah Connor) con la reina alien, en un combate cósmico entre dos razas que pelean por la supremacía de su especie.

No hay respiro hasta el final desde la traición de Burke. De forma asombrosa, Cameron mantiene el tono de tragedia de sci-fi, con ritmo de aventura adrenalítica, hasta el mismo final, que tiene dos clímax, a cuál más arrollador. En él, tiene lugar la redención total de Bishop, y la claudicación del último hombre digno (Hicks), quemado por el ácido. También tiene lugar la ida y la vuelta de Ripley al infierno. Y la confrontación con la madre de todos los monstruos, y el segundo apocalipsis de Cameron después del fin del mundo de Terminator. Literalmente agotados (y a ello ayuda también, sobremanera, el soberbio montaje de Ray Lovejoy), somos partícipes del final, presenciamos la victoria de una madre frente a otra. Y a varios niveles, pues la nueva prole de la madre triunfante sigue también viva, y los sueños de madre e hija ya no serán oscuros, a pesar de que la experiencia vivida nosotros no podremos olvidarla.

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