Netflix tiene cierta tendencia a estrenar películas de terror internacionales sin mucha fanfarria, sin anuncios ni tan sin siquiera un tráiler para promocionarlas, y muchos de estos estrenos vienen de la industria cinematográfica indonesia, cuyas películas de terror están explotando más en cantidad que en calidad, aunque siempre hay expectación por lo nuevo del maestro Joko Anwar, cuya serie ‘Pesadillas y ensoñaciones’ (Nightmares & Daydreams, 2024) fue un gran éxito de la plataforma.
Por ello sorprende el estreno de la muy esperada ‘Grave Torture’ (Siksa Kubur) de forma silenciosa, como si fuera una de las docenas de muy pobres producciones con las que Netflix llena el catálogo casi todos lo meses. El desaire es tal, que para poder verla en Netflix España (y puede que en otras geografías) hay que configurar la cuenta en idioma inglés, lo que hará que aparezcan esta y otras muchas películas y series asiáticas como ‘The Guest’, que normalmente quedan escondidas en el modo "castellano". El problema es que en esta ocasión solo está disponible en idioma inglés.
El nuevo terror asiático es musulmán
El director, que ha ido labrándose un nombre gracias a una combinación de mirada estilizada al género sin escatimar en truculencia, ha ido mejorando y definiendo sus propuestas con éxitos como 'Impetigore' o la saga ‘Los hijos de Satán’ (Satan's Slaves) por bandera, cuya segunda parte es una de las películas de terror más espectaculares de los últimos años. Abandonando su modo más festivo y de tren de la bruja, ahora se adentra en los terrenos psicológico y sobrenatural, desafiando algunas cuestiones religiosas a través de la historia de Sita, una joven cuya vida da un vuelco después de que sus padres sean víctimas de un atentado suicida delante de ella.
Un suceso traumático lleva a Sita a cuestionar los fundamentos mismos de la religión y sus doctrinas sobre la vida después de la muerte. Su búsqueda de la verdad se convierte en una obsesión que la lleva a encontrar a la persona más pecadora posible y, tras su muerte, enterrarse con ella para demostrar que el concepto religioso de castigo en la tumba, un paso previo al concepto del infierno, no existe realmente. Anwar cambia los habituales sustos de su cine por una reflexión filosófica sobre la influencia de la religión musulmana en una sociedad polarizada económicamente.
Como ya planteaba en sus trabajos más recientes, dispara a instituciones y fanatismos de forma incendiaria, aunque juegue con los elementos de esa mitología a su favor, hasta el punto en el que puede resultar contradictorio. Pero no lo es tanto, porque propone un viaje a los rincones más oscuros de la fe y cómo se maneja socialmente. La lucha de Sita con sus propias convicciones y las presiones sociales convierten el concepto de la tortura dictaminado por el dogma casi como una leyenda urbana, en la que la fe del difunto es puesta a prueba por los ángeles.
La versión religiosa de 'Línea mortal'
El resultado determina su experiencia en la tumba: una morada pacífica o un lugar de tormento implacable. La única prueba que tiene Sita es una cinta que el terrorista religioso entregó a su hermano, una especie de grabación digna de un creepypasta, que supuestamente registra el dolor de la tortura y lleva la película por las sendas clásicas del desarrollo found footage, aunque esté rodada en panorámico y con fotografía diseñada para la gran pantalla, ya que en realidad fue estrenada en abril, consiguiendo 4 millones de espectadores.
La película está dividida en dos partes bastantes diferenciadas, en la primera hay un extenso prólogo en el pasado, donde se ubica la potente secuencia inicial, una virtuosa recreación de un recuerdo traumático en primera persona que narra una tragedia casi en tiempo real, y va dando pistas sobre los temas de más adelante con su una cruda exposición de las consecuencias del terrorismo religioso como subordinado del credo. Luego, Sita y Adil huyen del internado donde son enviados para encontrarse con elementos sobrenaturales que difuminan aún más las líneas entre la realidad, la imaginación y el recuerdo traumático en momentos inquietantes, como en el túnel, que tendrá una importancia más adelante.
Esa primera parte pasa a un nuevo planteamiento con los dos protagonistas crecidos, en el que se crean ciertas conexiones temáticas y estéticas con el capítulo dirigido por Anwar en su serie ‘Pesadillas y ensoñaciones’, el primero y mejor de aquella, que tenía lugar en un asilo, donde ambas muestran una atención específica por el horror geriátrico. Sin embargo, la narración da un giro cuando se descubre el atroz secreto que implica al Sr. Wahyu Sutama, benefactor del instituto religioso al que ella y su hermano Adil fueron enviados por su tío.
Un tramo final que hace reevaluar lo visto
La revelación de los crímenes sexuales de Sutama contra los huérfanos a su cargo añade una capa de complejidad a la exploración del pecado y el castigo, con lo que la película se reinicia en una estructura tan poco habitual como refrescante que encaja con la tendencia de Anwar a las microhistorias, y escenas autocontenidas, que vuelven poco a poco a sus raíces Sam Raimi, James Wan y de J-Horror, con momentos antológicos como el de la lavadora o la morgue, que son tan solo la antesala a la ejecución del plan de Sita, desarrollado en un tramo final en donde se rompen los esquemas.
Su espectacular y bastante salvaje clímax conecta con el corto original que inspira ‘Grave torture’ y que podría servir como prólogo en un montaje más allá de las dos horas. En ese esperado último momento, que justifica todo lo que ha llevado allí, el director exhibe afinidad tanto por el terror clásico de entierros prematuros de Edgar Allan Poe, como por el gore digno de la explotación italiana, confirmándole como un gran heredero de los contrastes de la belleza macabra y escabrosa de Lucio Fulci, sin dejar de sintonizar con el lado más lovecraftiano (y subterráneo) de este y su ‘Miedo en la ciudad de los muertos vivientes’.
Esta coda de ‘Grave Torture’ no solo ha suscitado discusiones por su crudeza, sino por el significado real que tiene, no solo por la contradicción aparente, sino la posibilidad de que los hechos ocurridos sean solo producto de la imaginación de Sita, lo que es interpretable gracias a los últimos segundos antes de los créditos. Esta es de las que va a dar muchos vídeos y artículos de “final explicado” a lo largo del tiempo. De cualquier forma, una exploración poliédrica sobre las consecuencias de nuestras creencias que certifica que el terror indonesio está ofreciendo largometrajes más arriesgados que los que llegan masivamente a salas, sin renunciar a una factura impecable, al menos en el caso (de estudio) del cineasta Joko Anwar.
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