Guillermo del Toro concibió a su 'Frankenstein' como una obra donde la carne, la memoria y la belleza se combinan para reescribir el mito desde la sensibilidad, sin recurrir al susto fácil. Su Criatura, encarnada por Jacob Elordi, no nace del gesto torpe del monstruo que tantas veces hemos visto, sino de un organismo que aprende a moverse como si cada impulso fuese el primero. Para lograrlo, el actor exploró el butō, una danza japonesa que convierte el mínimo movimiento en un estremecimiento.
Esa combinación encaja perfectamente con la ambición estética de del Toro, empeñado en devolver al personaje la dignidad trágica con la que fue creado porr Mary Shelley. De ahí que la película, construida con decorados mastodónticos, un vestuario complejísimo y un diseño visual que aspira al esplendor del Hollywood más clásico, articule su relato de esta manera. El resultado es una criatura hermosa, armada con 42 prótesis y cicatrices, cuyo pelo y consciencia crecen a medida que explora el mundo.
Aprender a habitar el cuerpo de un monstruo
Los movimiento de Jacob Elordi nacen de la idea de que la Criatura debe comportarse como alguien que estrena un cuerpo prestado, y para lograr este efecto se recurrió al mencionado butō -que evoca los movimientos de los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki-. Sus gestos lentos y desacompasados son idóneos para un ser ensamblado con fragmentos ajenos.
Esa búsqueda física se entrelaza con el diseño escultórico del personaje: el trabajo de prótesis, supervisado por Mike Hill, busca que la Criatura no sea una masa grotesca, sino una figura casi marmórea cuyas cicatrices se subrayan mediante la lógica del kintsugi, la técnica japonesa que realza las fracturas en vez de disimularlas.
Ese cuerpo convive con la paleta cromática del filme, donde la diseñadora de vestuario, Kate Hawley, utilizó el color para trazar vínculos emocionales: el rojo que pasa de la madre de Victor al propio científico, el verde que envuelve a Elizabeth, y los tonos fríos que definen la piel inerte de la Criatura -cuyo proceso de maquillaje se puede ver en este clip pulicado por Netflix en redes sociales-. Todo ello dialoga con la evolución de los personajes, especialmente en el terreno de la belleza victoriana.
Ese crecimiento no es solo un detalle estético, sino una metáfora del propio proceso de aprendizaje del personaje, cuyo cabello pasa de la pelusilla infantil al largo abundante que describía Mary Shelley. Como ocurre con los guiños artísticos que hay en la película -desde la 'Medusa' de Caravaggio a 'La creación de Adán' de Miguel Ángel-, la intención de Guillermo del Toro es clara: recordar que su inspiración proviene del arte y no de la ciencia, y que cada elemento visual es un capítulo más del viaje emocional del monstruo.
En conjunto, movimiento, color, textura y referencias pictóricas se funden para subrayar la tesis del director: la Criatura no es un ser violento por naturaleza, sino un cuerpo confundido que trata de comprender un mundo en el que no pidió nacer y que no le quiere. Y el resultado es un ser que respira tragedia, belleza y dolor por cada costado.
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