Neo-Tokio va a explotar: el 2019 que imaginó 'Akira' sigue siendo tan fascinante como moderno

Neo-Tokio va a explotar: el 2019 que imaginó 'Akira' sigue siendo tan fascinante como moderno

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Neo-Tokio va a explotar: el 2019 que imaginó 'Akira' sigue siendo tan fascinante como moderno

Conforme pasa el tiempo, las películas que imaginaron futuros cercanos van alcanzando los momentos que predijeron. Quizá la más importante para el 2019 sea 'Blade Runner', fundamental en la ciencia-ficción y el cine posmoderno, pero no se queda atrás otra película mítica que también repensó cómo sería el mundo en 2019.

Hablamos de ‘Akira’, cinta con la que Katsuhiro Ōtomo debutó como director y coguionista. Está basada en el manga homónimo de Otomo —aunque las versiones difieren ya que la película se estrenó en 1988, dos años antes de que terminara el cómic— y es una de las películas más significativas de su momento en lo estilístico y estético.

'Akira' lo cambió todo

Frente a los modos tradicionales de producción de Osamu Tezuka, con la animación de imagen fija, hay una clara intencionalidad en 'Akira' de encontrar una fluidez que requirió una animación mucho más cuidada —por ejemplo, los diálogos fueron grabados antes de realizar la animación para adaptarla a éstos— y, por extensión, cara.

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También por esto, la película fue una revolución en lo industrial: se creó para su producción el "Akira Comittee", un conglomerado de algunas de las empresas más importantes del sector del entretenimiento japonés, entre las que se encontraban Bandai, Kodansha, Mainichi Broadcasting System, Hakuhodo, Toho, Sumimoto Corporation y Laserdisc Corporation. Entre las siete empresas se reunió el capital que la adaptación del manga de Otomo necesitaría: algo más de mil millones de yenes.

'Akira', una de las películas más caras de la historia de Japón, se convirtió también en un puente de la distribución internacional del anime. Gracias a su gran éxito en Estados Unidos, la animación japonesa se aupó hasta el imaginario colectivo con una facilidad pasmosa. A Otomo le seguirían otros productos nipones tan significativos como 'Ghost in the Shell', 'Dragon Ball', las películas de Ghibli —gracias a la distribución de Disney— o 'Neon Genesis Evangelion’.

Sin lugar a dudas, 'Akira' es una de las más grandes y más importantes películas del cine japonés reciente. Su éxito indiscutible en lo industrial y sus logros estéticos la han convertido también en un hito generacional. Pero, ¿por qué nos interesan los mundos que 'Akira’ contiene?

La tecno-ciudad: apocalipsis ciberpunk

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'Neuromante', texto de William Gibson y obra fundacional del ciberpunk, tiene resonancias marcadas con 'Akira' en lo argumental y contextual, algo que no deja de ser sorprendente si tenemos en cuenta que el manga empezó a publicarse en 1982, antes de que la novela fuera publicada.

Esto ya nos señala uno de los puntos más llamativos del ciberpunk como subgénero de la ciencia-ficción, que relaciona ficciones aparentemente inconexas. Esboza el lado oscuro de un mundo lleno de soluciones tecnológicas, donde habitan un amplio rango de formas pos-humanas que tienen implicaciones tanto teóricas como prácticas. Aunque no nació con vocación reflexiva, estas implicaciones interesaron tanto a los creadores que no tardó en introducirse en el ámbito de estas ficciones.

El género tiene una clara inclinación transnacional pero el ciberpunk destaca especialmente en la ciencia-ficción japonesa, pues es un estereotipo clásico derivado particularmente del boom económico y tecnológico del país tras la superación de la posguerra.

Aquí hay una coincidencia contextual fundamental para entender el devenir del ciberpunk como género apocalíptico en Japón: al mismo tiempo que resonaba el peligro nuclear, el idealismo ferviente de la izquierda japonesa empezaba a desmoronarse tras eventos tan sonados en el Japón contemporáneo como el incidente Asama-Sanzo.

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No es casual, por tanto, que 'Akira' comience y termine con una explosión nuclear, y que presente un nuevo Tokio reconstruido e hipertecnificado, lleno de corrupción y malestar social.

La introducción de elementos religiosos mileniaristas —que tienen mayor desarrollo en el manga— también remarcan la desconexión de la sociedad respecto a las instancias del poder, a la espera de elementos salvadores frente a un presente desolador. La conexión lógica de 'Akira' es 'Blade Runner', que representa un gris y gentrificado Los Ángeles tan oscuro y deprimente como Neo-Tokyo.

Nueva ciudad, nueva juventud

'Akira', como 'Blade Runner', es eminentemente posmoderna, pues es un texto de textos. Si atendemos a las características que Frederic Jameson señala en 'Postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado', la película contiene dos ejemplos claros de la cultura de la postmodernidad.

Por un lado, el pastiche, esto es, la constante referencialidad de la obra a otras obras o elementos culturales y contextuales —albergando significado y distintos niveles de lectura—. Pero también, quizá de forma más marcada, la esquizofrenia.

La discontinuidad del relato de 'Akira' está en una rítmica y frenética sucesión de los hechos, lo que contribuye a este espíritu esquizofrénico, también remarcado desde lo estético en las visiones oníricas, el body-horror, la ruptura de la barrera entre lo real y lo imaginario, la especificidad de lo orgánico junto a lo tecnológico o el cuerpo fragmentado.

La confusión en la película también es de contenido, pues los protagonistas son jóvenes desencantados, marginales y fuera de la esfera de lo social. Los olvidados, los huérfanos y los ignorados son los que heredan un mundo desolado con el que no saben qué hacer, al igual que la actualidad confronta a las expectativas sociales con millenials o generación Z.

En el espíritu nihilista de 'Akira' es donde resuena con más fuerza el cine independiente americano, también fruto de los aires de la posmodernidad. Jim Jarmusch o Dennis Hopper -en especial 'Easy Rider'- son fundamentales para entender las motivaciones de Tetsuo y Kaneda, los personajes principales.

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Así, la cinta se convierte en un inesperado coming of age que representa el zeitgeist del Japón moderno y la juventud japonesa crecida tras la superación de la posguerra. Precisamente, y como señala Frieda Frieburg en 'Hibakusha Cinema: Hiroshima, Nagasaki, and the nuclear image in Japanese film', 'Akira' está hecha para una generación de japoneses que no tienen memoria personal de Nagasaki o Hiroshima.

De hecho, Motoko Tanaka relaciona el auge de las ficciones del desastre y el apocalipsis en Japón durante los setenta y ochenta, donde se enmarcaría 'Akira', con el anhelo de la gente de la época de la completa destrucción del orden establecido por encima de la reforma o ajuste del existente.

El hijo ante el padre ausente

Esta sensación de desazón que resuena en 'Akira' deriva de forma directa del enfrentamiento entre el propio Akira y Tetsuo, que se convierten en representaciones del espíritu de Japón: de la grandeza del pasado al presente complejo e hipertecnificado. Esta lucha de opuestos, constante en las imágenes de la cinta, se interesa en una juventud que tiene potencial para cambiar el statu quo pero es incapaz de gestionar esas capacidades.

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De hecho, es fundamental la falta de figuras paternas durante la película, que señala la doble muerte del padre: primero, por los muertos de guerra, y después, por los que deben sacar el país adelante en la posguerra y, especialmente, los salary-men, trabajadores incansables durante el florecimiento en la recuperación económica. Por ello, no es casual que tanto Kaneda como Tetsuo, especialmente éste segundo, sean huérfanos.

La deriva emocional que Tetsuo sufre termina en la peor de las posibles opciones. Su incapacidad para gestionar sus emociones, infantiles y hasta patéticas, llevan al descontrol de su poder, convirtiéndole, de forma explícita, en un enorme bebé monstruoso. Tetsuo es la firme representación de esta juventud cuya carga es incapaz de asumir, frente a la entereza de Kaneda, pequeña semilla de esperanza en un mundo cargado de desgracia.

Todas las significaciones que siguen brotando de 'Akira' hacen de ella una obra de rabiosa actualidad. Su capacidad para diseccionar el alma del Japón pos-industrial, así como el miedo nuclear o la corrupción política, la convierten en un hito fundamental de la historia del cine. Porque, como toda obra pertinente que se precie, nos permite reencontrarnos con ella y descubrir nuevos significados.

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