Tras el escándalo que supuso ‘Lolita’ (id, 1962) Stanley Kubrick se quedó en Inglaterra dispuesto a afrontar la que sería su siguiente película, la cual llevaría el delirante título de ‘Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb’ y que en nuestro país sería bautizada como ‘¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú’ —sin comentarios—. Basada en la novela ‘Red Alert’ de Peter George especula sobre la amenaza nuclear en tiempos de la Guerra Fría, los años 60 acababan de empezar y la crisis de los misiles cubanos tuvo a la sociedad americana pendiente de lo que ocurría mientras que la Guerra de Vietnam pronto formaría parte de dicha sociedad. Así pues el temor a una guerra nuclear era algo palpable en los USA, y el que más y el que menos tenía su propio refugio atómico. Eran tiempos de miedo e incertidumbre, y cómo no, el cine se hacía eco de ello.
En 1964, año de producción de la película, otro director de cierto renombre, Sidney Lumet preparaba ‘Punto límite’ (‘Fail-Safe’), basada en la novela de Eugene Burdick y Harvey Wheeler en la que precisamente también colaboró en el guión Peter George, quien ayudó a Kubrick y Terry Southern a escribir el libreto de ‘¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú’. Como ambas novelas tenían no pocos elementos en común, Kubrick inició un demanda de plagio temeroso de que le podrían copiar ideas. Al final la cosa quedó en nada y la Columbia, distribuidora de ambos films, separó los estrenos con varios meses de diferencia para no enfrentarlas. A eso hay que añadir que ‘Punto límite’ es un film serio, mientras que la de Kubrick transformaba la novela de George en una comedia satírica.
‘¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú’ da comienzo cuando el General Jack Ripper pone en estado de alerta a la base en la que se encuentra mientras da la orden a todos los bombarderos que salvaguardan la seguridad del país de dirigirse a Rusia para bombardearla. Pronto se avisa al presidente de los Estados Unidos de la amenaza que se vierte sobre su país, ya que en caso de que Rusia sea atacada —queda menos de una hora para que los bombarderos sean detectados por los radares rusos— estos poseen un arma conocida como el Arma Definitiva, cuya utilización significaría el fin de la humanidad. Disponen de muy poco tiempo para evitar la catástrofe mientras intentan comprender cómo han llegado a esa situación. Un tema de una seriedad casi terrorífica que en manos de Kubrick logra arrancarnos unas cuantas carcajadas, pero de regusto amargo.
Para ello divide la acción en tres lugares distintos cuya comunicación entre sí fallará, lo que será la principal causa de que todo se convierta en un desastre. Por un lado el General Jack Ripper, encarnado magníficamente por Sterling Hayden —quien confesó sentirse asustado por un papel de tamaña envergadura—, se atrincherará en su base dando órdenes a su hombres de disparar a todo aquel que intente acercarse a ellos. Sus delirios le llevan a creer que los rusos son los culpables de todo y que existe una conspiración para contaminar el agua potable, detalle absolutamente delirante que pone en evidencia la paranoia del general. El segundo lugar es un lugar denominado la Sala de Guerra, en la que el presidente de los Estados Unidos se reúne con los altos mandatarios, entre los que destacan el General Turgidson, al que da vida una divertidísimo George C. Scott, quien se quejó de que Kubrick sólo aprovechase sus escenas exageradas en las que parece un bufón, y el Doctor Strangelove, sobre el que volveremos más tarde.
El tercer lugar de acción sucede en espacio aéreo ruso en el interior del único bombardero que ha logrado burlar a los radares, y que a causa de los daños causados por los disparos antiaéreos tiene inutilizada la radio por lo que no pueden saber si su misión ha sido cancelada o no. A bordo del bombardero viaja el Mayor Kong, al que da vida un excelente Slim Pickens, elegido por Kubrick ya que se acordaba de él cuando empezó a filmar ‘El rostro impenetrable’ (‘One-Eyed Jacks, 1961, Marlon Brando). Kong es otro delirante personaje que a pesar de lo terrorífico de su misión la lleva acabo sin rechistar, protagonizando una de las secuencias más memorables de toda la historia del cine, aquella en la que debe soltar manualmente una de las bombas, cayendo con ella mientras simula estar a lomos de un caballo salvaje.
Peter Sellers, un monstruo de la interpretación
En la anterior película de Kubrick, ‘Lolita’, Peter Sellers había logrado una gran interpretación con un personaje que adoptaba varias personalidades a lo largo del film. El director quedó encantado con el trabajo del actor y no dudó un segundo para volver a llamarlo y darle la oportunidad de lucirse más que nunca. Sellers tiene un gran peso de ‘¿Teléfono rojo?, volamos hacía Moscú’ pues sus tres personajes representan en cierto modo a los únicos que en realidad quieren parar la catástrofe.
Por un lado el Capitán Mandrake, que se encuentra con Ripper en la base intentando que el General le dé el código de seguridad para hacer regresar a los bombarderos, y que tras el suicidio de aquél, protagoniza un momento delirante con Keenan Wynn, que da vida al Coronel que asalta la base por orden del presidente: la de la cabina telefónica que nos lleva al momento de la máquina de Coca-Cola. Un apunte realmente interesante pues Kubrick establece una relación entre hombres y máquinas en la que el ser humano está supeditado a la tecnología, y que alcanzaría su esplendor en su siguiente película.
El la Sala de Guerra —inciso: cuando Ronald Reagan fue elegido presidente de los Estados Unidos pidió ver esta sala, sin darse cuenta de que había sido inventada para la película— Sellers da vida a dos personajes más, el presidente Merkin Muffey y su ayudante, el ex-nazi Dr. Strangelove que da título a la película. Es precisamente con el segundo con el que Sellers da rienda suelta a todo su genio, improvisando el 90% de los diálogos, algo que acostumbraba a hacer mucho, y componiendo un personaje lleno de matices. A su perceptible gusto por la destrucción hay que añadir el hecho de que parece casi un robot —de nuevo alusión a las máquinas— incapaz de controlar los movimientos de su cuerpo, haciendo gestos de su pasado nazi o levantándose de su silla de ruedas al grito de “ Mi Führer, ¡puedo andar!
Stanley Kubrick quiso que Peter Sellers interpretase un cuarto personaje, concretamente el que luego hizo Slim Pickens, pero un sospechoso accidente del actor en una pierna le hizo rechazar el papel. No queda claro si Sellers lo hizo adrede porque no quería interpretarlo, pero Kubrick siempre lo sospechó así.
Conclusión
‘¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú’ lanza inquietantes preguntas sobre el futuro de la humanidad, y explica a través del humor que un simple malentendido puede ser el detonante de una catástrofe. Ridiculiza todo cuanto hay en este planeta, desde el alto cargo de un país hasta el pueblerino que se monta sobra una bomba porque hay que cumplir las órdenes, pasando por los generales, capitanes y demás militares que son víctimas de sus paranoias. El film no da respuestas, algo que se le criticó en el momento de su estreno, pero no hacen falta. Basta ese inicio y ese final con ese lejano sol sobresaliendo entre las nubes que cubren la Tierra, señal del apocalipsis, para entender que el hombre y su innata estupidez serán los causantes de su extinción. Y antes del fin del mundo Kubrick nos hizo reír.
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