'Al límite de la verdad', enganchados al desastre

'Al límite de la verdad', enganchados al desastre
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He vuelto a ver ‘Al límite de la verdad’ (‘Changing Lanes’, 2002), de Roger Michell, que cuenta con un importante reparto encabezado por Samuel L. Jackson y Ben Affleck, a quienes acompañan Toni Collette, Sydney Pollack, Richard Jenkins, William Hurt o Amanda Peet, entre otros. Un abogado que acude al juzgado para entregar un documento que indica que un millonario cedió la gestión de una fundación a su bufete choca con el vehículo de un hombre que acude al mismo tribunal para pelear por la custodia de sus dos hijos de corta edad. El segundo, como llegará tarde, perderá la oportunidad de vivir cerca de sus pequeños y el primero, habiendo extraviado el documento, no solo estará a punto de dejar a su empresa sin un gran cliente, sino que además correrá el riesgo de ir a prisión.

La película se inicia con un montaje en paralelo muy bien ejecutado, que confluye en el accidente, donde ambos protagonistas se encuentran. La tensión está servida incluso desde antes de que surja el enfrentamiento, consiguiendo así que las imágenes de sus momentos cotidianos enganchen. La banda sonora de David Arnold contribuye a esta sensación de suspense, con la que el interés se sostiene muchos minutos, a pesar de que el punto de partida sea un incidente tan insignificante en apariencia. La fotografía de Salvatore Totino y los encuadres, con un ligero movimiento de cámara, diez años después siguen de completa actualidad. El conflicto, que se plantea con inmediatez, es férreo y atenazador, pues no parece permitir salida alguna que no suponga cumplir con lo exigido. Ese cumplimiento, sin embargo, se presenta imposible en apariencia. Con ello, antes de que hayan pasado veinte minutos de cinta, ya se ha introducido una intriga notable. Las escenas que se intercalan en este primer acto contagian la indignación y están cargadas de contenido social.

A partir de ese detonante, una espiral de malas decisiones, irá precipitando a los dos personajes a sus diferentes abismos en los que parece que lo están perdiendo todo, pero donde lo más importante que están dejando por el camino es su dignidad. Ellos son personas normales, quizá algo más malas que buenas, que se han visto forzadas a comportarse de manera cuestionable. La concatenación de contrariedades que los empuja está bien establecida y sendos arrebatos se ven plausibles, pues no resultan repentinos, sino fruto de una acumulación de noticias irritantes, sumada a la desesperación ante lo que pueda venírseles encima. Se plantea un misterio adicional antes de llegar a la mitad del metraje y la precipitación de hechos es tan vertiginosa que todo ocurre en un día, sin que parezca que el tiempo está dilatado o trampeado.

Las reacciones de Ben Affleck ante el dictamen de la juez resultan creíbles al ciento por ciento y, si bien el actor no acompaña la transformación de su personaje con una metamorfosis del comportamiento, supone un acierto de cásting, al dar el perfil perfecto del joven adinerado, pero con algún escrúpulo más que los que tiene la familia que le está proporcionando el estatus. Samuel L. Jackson exagera un tanto sus gestos de pena, aunque representa muy bien los ataques de ira y nos hace ver que su personaje no es solamente una víctima, sino un ex alcohólico iracundo que, como le dice su sponsor de AA, está “enganchado al desastre”, lo que elimina cualquier atisbo de maniqueísmo. Encontramos entre ellos dos infinitas diferencias y al mismo tiempo cierta afinidad, pues son quienes les rodean, más en concreto los personajes de Sydney Pollack, Richard Jenkins y Amanda Peet los antagonistas de esta historia, en la que los personajes principales, por muy enfrentados que estén, no se pueden repartir los papeles de bueno y de malo.

El significado profundo de lo ocurrido

Desde de un instante dado, ya no es el documento o la hipoteca lo que cada uno de ellos tendrá que recuperar. No es que la película se transforme y lo que hasta ahora era un thriller se convierta en un asunto moral o psicológico, pues esto estaba presentado desde el principio, en esas primeras secuencias, que ya estaban cargadas de este sentir: la reunión de los alcohólicos anónimos, la anécdota sobre Tiger Woods, comentarios como “agradecido a Dios”, “la recompensa es hacer lo correcto”, etc… A partir de aquí, empiezan a darse secuencias que ya no presentan la tensión y el interés de las del arranque, como el paralelo en el que Affleck acude a la iglesia en viernes santo y Jackson enseña a su ex el piso que iba a comprar. Estas escenas son necesarias para que ellos reflexionen y van a la perfección con la intención de los guionistas Chap Taylor y Michael Tolkin. La narración sigue el camino que tenía previsto, pues ‘Al límite de la verdad’ habla de la justicia más allá de los tribunales. El incidente provoca en el abogado algo de mayor profundidad que la victoria o fracaso en el juicio, que es el replanteamiento de todo lo que contiene su vida, incluida su mujer. Esa congruencia no impide que para mí resulte decepcionante que ese conflicto tan irresoluble en realidad no necesite ser resuelto, pues son otros los asuntos que han de solventarse. La tensión se desinfla sin remedio y en mi opinión es frustrante que de ahora en adelante ya todo se encamine al aprendizaje de una lección.

Siempre me había llamado la atención el cartel de esta película en el que el slogan, “una mala jugada merece respuesta“ estaba más grande y notorio que el título. Volviéndola a ver llego a la conclusión de que no me extraña, ya que esa frase vendedora define con exactitud el contenido, mientras que el título, aunque también alude a un diálogo que tienen los personajes, es tan común que jamás me serviría para acordarme de si he visto o no el film. Ese tagline es una traducción de “one wrong turn deserves another” (un giro mal hecho se merece otro), que tiene un doble sentido, ya que se puede aplicar tanto al tráfico –por algo el título original es “cambiando de carril“–, como a la vida.

Conclusión

Podría decirse, en conclusión, que ‘Al límite de la verdad’ es mucho más interesante como ejercicio de dirección que como historia. Michell extrae del material del que parte resultados excelentes, consiguiendo tensión, suspense, interés… todo ello rodeado de un envoltorio de lucida apariencia. El aparato que acompaña puede ser el de un thriller, pero el fondo supone un aprendizaje, una experiencia que destapará para uno de los protagonistas que la realidad es más fea de lo que la pintan y que le servirá para madurar y darse cuenta de las armas de las que dispone para decidir en qué sentido quiere utilizarlas.

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