Añorando estrenos: 'La novia del diablo' de Terence Fisher

Añorando estrenos: 'La novia del diablo' de Terence Fisher

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Añorando estrenos: 'La novia del diablo' de Terence Fisher

Entre las pasiones del actor Christopher Lee se encontraba el ocultismo, razón a la cual debemos la existencia de ‘La novia del diablo’ (‘The Devil Rides Out’, Terence Fisher, 1968) –el film favorito del actor de todos cuantos protagonizó en la Hammer−, que adapta la novela homónima de Dennis Wheatley, uno de los autores preferidos del actor británico. La película, además de suponer una de las cimas de su director, ergo de la Hammer, supone la única colaboración con la mítica productora por parte del escritor Richard Matheson, que se lució con un guion definido como el mejor que ha tenido la Hammer.

Si en ‘La leyenda de Vandorf’ (‘The Gorgon’, Terence Fisher, 1964), Christopher Lee daba una imagen atípica con su imagen en aquellos años, interpretando a uno de los “héroes” del film, en la presente se realiza la misma operación. El actor está del lado del Bien en este nuevo cuento de horror de la casa, y no sólo eso, su personaje condiciona por completo el punto de vista ejerciendo un enorme poder de sugestión, tanto en los personajes como en el espectador. Mientras Fisher, con la pluma de Matheson, ejecuta lo que parece un remake de su inmortal ‘Drácula’ (‘Dracula’, 1958).

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El punto de vista

Nos encontramos entre la antepenúltima película de Terence Fihser, en una época en la que el género de terror –realmente el cine por entero, sin diferenciar entre géneros− cambiaba a marchas forzadas, a través de las miradas de nuevos directores que proponían visiones más realistas del horror. La Hammer además se adaptada a los nuevos tiempos como podía, 1968 fue el último año en el que tuvo un gran éxito taquillero, con Lee de nuevo en la piel de Drácula en ‘Drácula vuelve de la tumba’ (‘‘Dracula Has Risen from the Grave’, Freddie Francis). ‘La novia del diablo’ es una de las últimas representaciones fílmicas de un tipo de terror que se iría olvidando paulatinamente.

El inicio del film, como en muchas de las obras de la filmografía de Fisher, marca sobre todo el punto de vista del relato. En este caso hablamos del Duque de Richleau (Lee), trasunto de Van Helsing, que se enfrentarán en su aventura al que sería el trasunto del conde Drácula, Mocata, personaje a cargo de un excepcional Charles Gray, cuyo rostro es aprovechado al máximo por un Fisher en verdadero estado de gracia, combinando con inteligencia los primeros planos –por ejemplo, cuando aquél intenta manipular a una de sus víctimas−, y los planos generales en los que encuadra con precisión a los personajes, caso del observatorio del inicio, o la estancia en la que cuatro personajes han de permanecer en el interior de un círculo dibujado en el suelo.

Así pues el siempre importante punto de vista queda marcado durante todo el relato por la visión que de todo ello tiene Richleau, punto de vista que se va bifurcando, primero hacia su colega, totalmente escéptico, Rex (Leon Greene), que se convertirá en una especie de protector de la “poseída” Tanith (Nike Arrighi), y más tarde en el matrimonio formado por Marie y Richard Eaton (Sarah Lawson y Paul Eddington), en cuya casa tiene lugar el impresionante clímax del relato, en el que se juega con variaciones temporales hasta límites insospechados. Matheson mezcla con maestría elementos de Drácula –el esquema narrativo− con viajes temporales, y satanismo, esto último de forma muy diferente a la realizada por Roman Polanski el mismo año en ‘La semilla del diablo’ (‘Rosemary’s Baby’).

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Ritmo y sugestión

La película no ofrece ni el más mínimo respiro al espectador desde el primer minuto, en el que se aborda directamente el tema, y los personajes quedan perfectamente definidos por la cámara de Fisher. Lee realiza una de las mejores interpretaciones de su carrera, demostrando además estar en plena forma, logrando apartarse por completo de la imagen de Drácula. Su personaje es un prodigio de definición e intenciones, Richleau domina por completo el relato con su “visión” de los hechos en los que además interviene, mientras que Monteca intenta ganarse al espectador en algún que otro momento, caso del intento de hipnosis de Marie.

¿Lo que hemos visto desde la perspectiva de Richleau ha sucedido realmente o es una alucinación como las que se le aparecen fuera del círculo intentando romper su realidad? La ambivalencia de Fisher —Richleau cree en el diablo mientras que Monteca habla del poder de la mente disfrazado de superstición—, que pone en imágenes a Matheson como pocas veces se ha hecho, es de una sutileza que asusta, aplicada sobre todo en la planificación, de las más inspiradas de su autor. Baste citar, en el inicio del film, los trece personajes de la “fiesta” encerrados en el encuadre, mientras Richleau y Rex están fuera de él.

Fascinación, onirismo y sugestión a partes iguales en una de las cumbres del horror en la que incluso de introducen elementos típicos del cine de acción, como una muy intensa persecución de coches a la mitad de película –el mismo año que Steve McQueen nos sorprendía en ‘Bullitt’ (id, Peter Yates)−, resultado de una de las secuencias más inspiradas del film, aquella en la que Rex, poseedor en ese tramo del punto de vista, derivado de Richleau, habla en el coche a Tanith que dice escucharle, pero realmente escucha la voz de Monteca, intentado invadir su mundo.

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