'Heat', brillantez y sosería

'Heat', brillantez y sosería
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"¡No malgastes mi jodido tiempo!" -Vincent Hannah

Michael Mann es un director de cine bastante extraño. Hijo de un inmigrante ucraniano, se crió en Chicago y se graduó en la escuela de cine de Londres, y trabajó muchos años en aquella ciudad haciendo comerciales junto a gente (y esto parece que le marcó) como Ridley Scott, Alan Parker, y Adrian Lyne. A continuación, ya en la década de los setenta, se instaló en L.A. y escribió los primeros episodios de 'Starsky y Hutch'. Se convirtió en un peso pesado de la televisión, siendo el productor ejecutivo de la exitosa 'Miami Vice', entre otras. Hasta que en 1992 dirigió 'El último mohicano', su labor como director no entusiasmó especialmente a nadie, aunque ahora aquellas películas se intenten reevaluar por parte de sus seguidores. Con su bagaje profesional, Mann responde más al perfil de productor televisivo, de director de publicidad, y de realizador televisivo, que de cineasta de raza. En él se dan la mano el postmodernismo visual de los Scott y la inmediatez televisiva de un Arthur Penn.

Pero, a pesar de su innegable talento, de su inmensa experiencia, de sus profundos conocimientos del medio audiovisual, Michael Mann (al que algunos cinéfilos sitúan en el mismo escalafón, de forma muy temeraria, que un Martin Scorsese o un Paul Thomas Anderson, cuando en mi opinión es evidente que se encuentra varios peldaños por debajo de artistas de esta categoría) no es más, ni menos ciertamente, que un artesano bastante impersonal, que a menudo mide mal sus ambiciones, y que suele exagerar los rasgos superficiales de sus películas para darles una apariencia más elevada de lo que llevan dentro. Siendo hoy un cineasta admirado, respetado y poderoso, su 'Enemigos Públicos', hasta ahora la última de sus realizaciones, ha pasado sin pena ni gloria por las taquillas, y ha sido ignorada por la crítica. 'Heat', que es una de sus más famosas películas, no es mejor que aquélla.

Con una cinefilia que endiosa o que arrastra por el fango, como dos extremos sin término medio, sería conveniente poner a Mann en su justo lugar: un director solvente, con películas interesantes, e incluso apasionantes, y otras sencillamente pasables, por mucha aureola de gran clásico americano que su director intente imponerles. Al último grupo pertenece este drama policiaco, un intento más por parte de un buen director de aunar cine comercial y cine de autor, y un intento que acaba, una vez más, en tierra de nadie, pues como cine comercial es flojo y falto de fuerza (aunque su factura sea impecable), y como cine de autor adolece de una falta de personalidad abrumadora.

El poli y el ladrón

El más potente reclamo de su campaña publicitaria consistió en la participación, como protagonistas absolutos, de dos de los actores más prestigiosos del mundo (que a partir de ese año, 1995, conocieron un declive imparable...). Ver en una misma película a gente tan venerada como Pacino y DeNiro, fue para muchos razón suficiente para pagar la entrada. Ahora bien, el tan cacareado "duelo interpretativo" no sólo no se produce en pantalla, si no que tanto uno como otro parecen, en todo momento, participar en películas diferentes, y cuando por fin confluyen sus dos rostros en la imagen, somos testigos de la trivialidad más absoluta. Por supuesto que la intención de Mann es indagar en el universo del policía, por un lado, y en el del criminal, por otro, pero ni funcionan por separado ni funcionan juntos.

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Pienso que toda esta mítica del super-poli de vida personal desastrosa, y del ladrón invencible de vida personal desastrosa, hace ya muchos años que está superada, agotada en sí misma. Viendo maravillas como 'The Wire' o 'The Shield', me parece que está claro que Mann, precisamente uno de los impulsores del policiaco en televisión, se ha quedado muy atrás en la formalización de la violencia urbana. Vincent Hannah y Neil McCauley son dos personajes casi mitológicos, y por eso el distanciamiento con ellos es inevitable. No hay una conexión emocional. Personalmente me importa poco lo que les pase o deje de pasarles, porque al contrario que un McNulty o un Omar Little, o incluso que un Vic MacKey, no hay vida en ellos. Todo es más doloroso, o más simple, que la vida misma. No hay drama, por tanto, ni tensión.

Mann se equivoca, a mi modo de ver, de forma calamitosa, a la hora de acercarse a estos caracteres. Y tampoco sabe dirigir correctamente a sus dos super estrellas, pues Pacino está absurdamente pasado de rosca y De Niro parece hasta aburrido con su personaje. El resto de actores se limita a cumplir, aunque tanto Val Kilmer (que tan a menudo parece de vacaciones en sus películas) como Dennis Haysbert, están sorprendentemente convincentes en sus minúsculos papeles. Sin embargo la previsibilidad y medianía del conjunto termina pesando demasiado. Y el primer problema es un guión caótico, sumamente deslavazado, que da lugar a una estructura sin valles y cumbres narrativas, si no a un tedio incontestable, a una sucesión de escenas sin una hilazón interior, donde todo es cáscara, muy bien planificada, montada y sonorizada, pero sin nada importante dentro.

Pero, por supuesto, va de gran espectáculo de acción, y acción hay, aunque como suele suceder en Mann, tan aséptica, estudiada, medida y perfecta, que carece de toda épica y toda emoción. Su robo al banco, y posterior tiroteo en plena calle, se cita a menudo como una secuencia magistral. Está indudablemente bien hecha, y es realista e impactante, pero queda muy por debajo de, sin ir más lejos, cualquiera de los tres robos que Kathryn Bigelow narra en 'Point Break', por la sencilla razón que el estilo ampuloso y gélido de Mann no tiene nada que hacer con la energía y la exhuberancia de esta directora. Y este supuesto robo magistral es siempre predecible: sabemos que van a pillarles, y sabemos que va a haber tiros, aunque Mann juegue al suspense, y sabemos que MacCauley va a escapar.

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Sin embargo no todo es gelidez. Hay rasgos y momentos muy interesantes en esta película, aunque con la sensación de que están desligados de ella, como episodios de transición en una serie de televisión. Me refiero a los segmentos protagonizados por el inquietante personaje Waingro, y sobre todo los del perosnaje de Haysbert, un perdedor de redención imposible que se merecía muchos más minutos y que su historia no pareciera una mera excusa de relleno. Pero da la impresión de que Mann no ha entendido su propia idea, y no tiene el valor para ser consecuente y dar cancha a los personajes que ha creado, si no que por el contrario se entrega en cuerpo y alma a una trama difusa mil veces vista, y a un clímax exagerado.

Nada que ver por tanto, con esa aventura estupenda que fue 'El último mohicano', o con el contundente drama de 'El dilema', quizá sus dos películas más completas. En mi opinión, por mucho que Michael Mann esté de moda, o por mucha fama que tenga 'Heat', ésta está a la altura de la trivial 'Ali', la gélida 'Collateral', o la pasable 'Miami Vice'. Un cine espectacular, de gran empaque y pericia técnica, pero muy por debajo del trabajo de grandes creadores cinematográficos.

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