'Los Crímenes de Oxford', jugando a ser Hitchcock

'Los Crímenes de Oxford', jugando a ser Hitchcock
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Está claro, el único imitador bueno que le ha salido a Hitchcock es Brian De Palma, que además de homenajear/plagiar al maestro ha sabido crearse un estilo propio sin necesidad de vivir a la sombra de otros. Hablando de estilo propio, estaremos todos de acuerdo en que Álex de la Iglesia es de los pocos directores españoles que lo tienen, y siempre ha sabido dar al público una ración de buen cine, por encima de lo que la mayoría de sus compañeros de profesión nos suelen ofrecer. Con 'Los Crímenes de Oxford' parecía que nos iba a ofrecer el no va más en el género del suspense, y la cosa se ha quedado a medio camino.

Y digo a medio camino, porque a pesar de las excelencias del realizador en su puesta en escena, el material del que parte es más que endeble. Desconozco por completo el libro en el que se basa, y si el mismo adolece de los mismos errores que la película, pero la literatura y el cine son dos medios distintos con técnicas narrativas distintas, y muchas veces lo que funciona en uno no tiene porqué hacerlo en el otro. En 'Los Crímenes de Oxford' hay cosas que funcionan a nivel técnico y/o artístico, pero al nivel de la historia hay cosas para llevarse las manos a la cabeza.

La Historia de 'Los Crímenes de Oxford' nos lleva a la famosa universidad británica, en la que Martin, un joven estudiante, presentará su tesis final de carrera, con la esperanza de que el profesor Arhtur Seldom sea su tutor. Tras un primer y fallido encuentro, la providencia les llevará a descubrir a la víctima de un asesinato, tras el que se sospecha existe un enrevesado plan llevado a cabo por una mente perversa y superior, que juega con el profesor para demostrarle que dos y dos son cuatro.

La película avanza a la velocidad del rayo, y a veces, a la de la luz. Esto es perjudicial para algunas cosas, como por ejemplo, la relación del personaje central con las dos jóvenes mujeres que salen en el relato. Demasiado precipitado, y en el caso de una de ellas, muy, pero muy forzado. Y es que los personajes de Leonor Watling y Julie Cox son casi risibles, una pena en el primer caso, no por el rol en sí, sino por lo terriblemente desaprovechada que está Watling en el campo interpretativo, ya que en otro campo mucho más llamativo está muy bien aprovechada. Incluso da la sensación de que sólo la han puesto en el film para que se desnude. El caso de Julie Cox es más perdonable, por razones muy evidentes, pero aún así todo en este personaje está exagerado y no hay por donde cogerlo. Además, ninguna de las dos tiene la más mínima química con Elijah Wood.

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Sin embargo aquí Elijah Wood consigue estar muy convincente, logrando quitarse de encima la imagen de Frodo que viene arrastrando desde hace cinco años, personaje al que se le asociará durante mucho tiempo e impedirá que supere su mejor etapa como actor (cuando era un niño). Wood consigue algo más de compenetración con el espléndido John Hurt, quien es el mejor de la función, tanto que logra hacer creíble un personaje lleno de cosas increíbles. Tal y como dice mi compañero Juan Luis en su crítica, Hurt es capaz de hacernos creer toda la serie de complicadas teorías matemáticas sólo con abrir la boca. Lamentablemente el guión no está a la altura de este gran actor, que tiene que protagonizar secuencias tan ridículas como la visita a un ensayo de música, o la celebración de una fiesta de disfraces, donde para colmo de los colmos hay un pequeño homenaje a 'V de Vendetta', secuencias mal planteadas y peor resueltas.

En el resto Álex de la Iglesia se desenvuelve con envidiable facilidad. Cítese el tan comentado plano secuencia (que no es tal ya que está lleno de trucos), previo al descubrimiento del primer asesinato, un prodigio de puesta en escena en la que vemos a todos los sospechosos posibles. Al menos el realizador consigue con su trabajo hacernos olvidar por un momento los endebles fallos del guión, en el que además pululan personajes absolutamente inútiles y forzadísimos con el único propósito de desviar nuestra atención sin conseguirlo, como por ejemplo cierto padre preocupado por su hija, el compañero de habitación despacho de Martin, o cierto paciente con casi todos los miembros amputados; personajes éstos exagerados hasta la saciedad, y que casi resultan ridículos.

Una película que logra entretener en su justa medida, a pesar de lo previsible de su trama y de lo estúpido de su resolución, una vez más no por la identidad del asesino, sino por las motivaciones. El director, tal vez consciente de que hay cosas que no se las cree ni él, puso todo su esfuerzo en dotar al film de un buen ritmo, aún llenéndolo de largas secuencias en las que no se deja de hablar, algunas de ellas muy bien llevadas, otras no tanto. Y todo ello adornado con la música de Roque Baños que alude en su totalidad a don Bernard Hermann, por si no quedaban claros los guiños cinéfilos a Hitchcock. Sólo le faltaba a Álex de la Iglesia hacer un cameo.

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