Ya han pasado 25 años desde que firmó su interesantísimo debut 'Following', pero a día de hoy, con doce largometrajes a sus espaldas unidos por una consistencia indiscutible en lo que respecta a patrones discursivos y de ejecución, el nombre de Christopher Nolan continúa generando debates más acalorados de lo que deberían cuando se pone sobre la mesa su etiqueta de autor.
Desde sus thrillers más enrevesados hasta sus aventuras cuánticas en clave bondiana, pasando por sus exploraciones de la figura del superhéroe y su aproximación al género bélico, el cineasta londinense ha hecho gala de un conjunto de características que hacen perfectamente reconocible su obra sin necesidad de leer su nombre en los títulos de crédito y sin importar en absoluto la naturaleza del proyecto.
'Oppenheimer' no sólo es la férrea confirmación del estatus autoral de un realizador que, tras un cuarto de siglo de bagaje, ya no tiene nada que demostrar. Su exploración de la figura del padre de la bomba atómica es la consagración de un estilo, amado y odiado a partes iguales a gusto del consumidor, que ha logrado convertir una película biográfica con una premisa, a priori, de lo más anodina, en uno de los espectáculos más intensos, trascendentales y arrolladores que han desembarcado en la gran pantalla durante los últimos tiempos.
Un metrónomo implacable
No cabe duda de que 'Oppenheimer' es una producción cien por cien marca de la casa Nolan, y esto comienza por ese peculiar —y habitual— contraste entre la grandilocuencia y la extraña frialdad que suele envolver su trabajo. Pero, a falta de vínculos emocionales especialmente férreos —que no inexistentes—, que muchos interpretarán como antipatía, el londinense ha dado la vuelta a la tortilla generando un magnetismo casi imposible jugando sus cartas habituales.
Con su última cinta, Christopher Nolan ha conseguido un hito realmente inesperado: convertir un biopic de tres horas con hombres —y alguna que otra mujer— hablando en habitaciones en una suerte de thriller de acción en el que, paradójicamente, a pesar de su trasfondo bélico no se dispara ni una sola bala ni se corre un sólo metro en una persecución.
Pero, ¿cómo se consigue esto? Para encontrar respuestas, el primer lugar al que debemos dirigir nuestra mirada es a un tratamiento formal deslumbrante que encuentra en el montaje de Jennifer Lame su mejor baza. La editora ha dotado al metraje de un ritmo implacable, aprovechando el montaje fragmentado, los juegos temporales de rigor y unos diálogos empleados como armas de repetición para moldear un relato tenso y afilado como un cuchillo.
A esto debemos sumar la muy presente banda sonora de un Ludwig Göransson a medio camino entre lo escuchado en 'Tenet' y la solemne épica de cámara que compuso Hans Zimmer para 'Interstellar' y, como no podría ser de otro modo, un apartado visual que captura fotograma a fotograma el amor por la experiencia cinematográfica y el medio analógico que siempre ha prodigado el máximo responsable de 'Oppenheimer'.
En mi caso, pude disfrutar de la película proyectada en 70mm y con audio DTS, y la palabra más indicada para describir la experiencia del mejor modo posible es "mágica". La dupla compuesta por Nolan y su DOP Hoyte Van Hoytema ha combinado una puesta en escena precisa y espectacular con una estética que combina espíritu añejo, casi nostálgico, y las posibilidades que han abierto las nuevas tecnologías. Nunca antes el fotoquímico de gran formato había lucido así tras la irrupción digital en nuestras vidas y salas de cine.
Las obsesiones de siempre
Si 'Oppenheimer' es hija de su padre en forma, el fondo no iba a ser menos. De nuevo, las pautas narrativas y temáticas que han marcado la filmografía de Christopher Nolan vuelven a hacer acto de presencia, comenzando por hacer orbitar su apasionante historia en torno a un protagonista con una obsesión prácticamente autodestructiva.
Pero esto no es todo, ya que los conceptos de posteridad, el tiempo y la memoria vuelven a ser esenciales en un largometraje que oscila continuamente entre el drama biográfico y el thriller político mientras apuntala sus sólidos cimientos sirviéndose de un nutrido y sólido surtido de personajes interpretado por un reparto estelar y en estado de gracia.
La labor de Cillian Murphy como J. Robert Oppenheimer se postula de forma instantánea como firme candidata para arrasar en la próxima temporada de premios que comienza a tomar forma, pero el irlandés es tan sólo una pieza más —la más importante, pero una más— de un elenco en el que Robert Downey Jr., Emily Blunt, Florence Pugh o Matt Damon, por poner un puñado de ejemplos, muestran un nivel estratosférico.
Puede que 'Oppenheimer', debido a su temática y aspiraciones, sea el trabajo menos "popular" de Christopher Nolan en lo que respecta a atraer al gran público, pero esto no está reñido con que, al menos por el momento, podamos catalogarla como su magnum opus. Y es que estos imprescindibles y capitales 180 minutos son la consagración de un estilo bajo la forma más improbable posible.
En tiempos de dudas, cambios de paradigma, rentabilidades dudosas y predominancia de contenido, el cine sigue vivo gracias a obras como esta, y no habrá análisis financieros ni elementos extracinematográficos que lo puedan rebatir.
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