'Siete psicópatas', búfalos americanos

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Un escritor de películas (Colin Farrell) se encuentra en medio de un importante bloqueo creativo mientras trata de escribir la historia de dos amigos (Christopher Walken y Sam Rockwell) que secuestran un perro. Pronto, el perro de un mafioso desaparece. Las cosas se pondrán todavía más complicadas cuando éste mafioso vaya buscando al poco inspirado guionista.

Martin McDonagh es, seamos directos, una de las cosas más frescas y directas que le ha pasado al mundo del cine norteamericano. Dramaturgo irlandés bastante laureado, su celebradísimo debut en el cine 'Escondidos en Brujas' (In Bruges, 2008) es para muchos cinéfilos una reliquia a redescubrir, aunque se trata, no hay duda, de una de las películas más atrevidas que se han hecho en los últimos tiempos.

En su segunda película, 'Siete Psicópatas' (Seven Psychopaths, 2012) demuestra que su radicalidad ha sido natural y lógicamente ignorada por la academia, como lo han sido muchos, aunque no todos, de los grandes trabajos de Charlie Kaufmann. No menciono este nombre porque sí, ya ese crítico sensacional llamado Jordi Costa ha visto en esta película un resultado de la posible suma de dos referentes tan distintos y heterodoxos como son Quentin Tarantino y el propio Kaufman.

El otro día mi compañero Mikel Zorrilla tuvo la audacia de colgar el premiado cortometraje de McDonagh, 'Six Shooter' (id, 2005) en el que se ven su gusto por el humor negro y su existencialista concepción de los géneros tradicionales del cine, como en este caso el criminal. El suspiro final de Brendan Gleeson podría ser una epifanía de como empieza este relato.

Y es que alejado de la metaficción más tradicional, las relaciones que propone McDonagh aquí entre creación y ficción son bastante más sugestivas pues no se basan en la posibilidad del creador en intervenir sobre el texto ficticio sino en algo más complicado, en la idea de que el proceso creativo carece de toda brújula y es el deber (de uno de sus personajes así como del felizmente desconcertado espectador) colectivo el de encontrar dicho camino.

Mientras que los personajes femeninos son tan desconcertantes y extraños como los de un Harold Pinter cualquiera (encarnados aquí por unas sorprendentes Olga Kurylenko y Abbie Cornish), la prosa de McDonagh y sus diálogos invitan a pensar en un Mamet absolutamente ebrio de Pirandello que ha decidido escribir su obra de teatro o película definitiva. Da igual: todo el mundo es un escenario, y nosotros, actores, que vienen y van. Lo dijo otro dramaturgo, que algo sabía de esto.

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