‘Kong: La Isla Calavera’, bella y deslavazada maraña de personajes prescindibles

‘Kong: La Isla Calavera’, bella y deslavazada maraña de personajes prescindibles

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‘Kong: La Isla Calavera’, bella y deslavazada maraña de personajes prescindibles

Muchos se han aventurado a proclamar esta versión de King Kong como la mejor del lote de las secuelas y remakes del prodigio de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. No quiero ser yo el que agríe el ponche en la fiesta, pero esa afirmación se le queda un poco grande a una obra que se las ve y las desea para concretar cuál es el hilo conductor de su trama.

Oiga, es que no nos hace falta de eso mientras los monstruos se den hostias como panes entre ellos. Por supuesto. Yo también soy un fanático de la serie B cincuentera, los monstruos gigantes y el kaiju. Y una vez la nueva película de Jordan Vogt-Roberts muestra su verdadera cara, uno se puede sentar tranquilo y disfrutar de un inofensivo ejercicio de "fan service" con una factura visual que ayuda a tragar con su exasperante indefinición tonal. Es como si a alguien le hubiera dado por preguntarse cómo sería una película de King Kong dirigida por Zack Snyder.

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Majestuosidad visual

El cuidado formal de Vogt-Roberts es la mayor baza de ‘Kong: La isla de la calavera’. Su concepción de la puesta en escena es el puro espectáculo, la pirotecnia milimétrica y el dominio absoluto del espacio plástico existente en una panorámica crean un resultado estético sublime. Las paletas de colores con la que se retrata la isla, las estampas del simio bajo la niebla, siluetas recortadas al sol o las miradas con escenas reflejadas en pupilas en macro son resultado de una estilización deliciosa que invita a la revisión.

Un delirio para los sentidos que crea una expectación incontrolable en el primer acto de la película, un veloz resumen de todo lo que sabemos que tiene que pasar en este tipo de aventuras. El reclutamiento, la presentación de personajes, cómo se organiza una expedición. Todo sucede con ritmo, con una narración que no pierde el tiempo en alcanzar el punto de partida de la verdadera película que queremos ver: un ‘corazón de las tinieblas’ en una selva llena de bichos. Hasta uno de los personajes se llama Conrad. Todo huele a ‘Apocalipsis Now’ (Apocalypse, Now 1979)

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Incluso la presentación de Kong es rauda. Un gorila más grande, más musculoso, bípedo y noble. Un viejo conocido. El mejor momento de la película es la recreación del clímax que conocemos, sustituyendo los aviones por helicópteros en la primera escena del mono. Cuando empieza la aventura a pie, un agradecido tono pulp nos hace pensar enseguida que nos hallamos ante una versión millonaria de ‘La tierra olvidada por el tiempo’ (The Land That Time Forgot, 1972) y el espíritu de pipas y sábado tarde del cine de Kevin Connor.

'Kong: La isla calavera', prodigiosa decepción

Llegado cierto punto, el espíritu de Burroughs parece ir desvaneciéndose y, en su nudo, las cosas se empiezan a torcer. Las apariciones de las criaturas carecen de misterio. Sí. Hay lenguaje de serie B, homenajes y todo tipo de monstruos. Incluso un guiño a ‘Holocausto Caníbal’ (Cannibal Holocaust, 1980). Pero la cantidad de personajes desdibujados, de motivaciones vagas y subtramas personales a medio desarrollar, empieza a romper las costuras de un guion que sirve de finísimo continente para el festín de acción.

La presencia del personaje de Brie Larson es testimonial. Prácticamente es un requisito para conseguir la obligada postal Chica-acaricia-mono o mono-salva-chica completamente casuales y arbitrarias en el devenir de la trama. Más grave es el asunto con el personaje del supuesto antihéroe de Tom Hiddleston que, no sólo te hace desear que se lo coma un lagarto gigante, sino que tiene el momento más sonrojante del conjunto, en una escena de acción a cámara lenta carente de cualquier construcción de épica previa. Como el destino de muchos de los comparsas que empiezan como hilo conductor absoluto y acaban sin clímax, sin ningún conflicto resuelto.

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Un guirigay que se atraganta en su uso de slow motion y momentos facilones para la caterva geek que fuera de un contexto festivalero, resultan pueriles y precocinados. Gracias a un divertido John C. Reilly, el único asidero humano con gancho para el espectador, y un ocasional sentido del humor macabro, el atasco sale adelante en una resolución sin ninguna pirueta narrativa. ‘Kong: La Isla Calavera’ llega muy justa al final tras un agotador viaje sin impacto dramático, ni en las convicciones de sus héroes ni en las apariciones del animal protagonista. Destellos de una gran película que huele demasiado a laboratorio.

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