‘Kingsman: El círculo de oro’ cumple ocho de los nueve requisitos que debe tener una secuela modélica

‘Kingsman: El círculo de oro’ cumple ocho de los nueve requisitos que debe tener una secuela modélica

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‘Kingsman: El círculo de oro’ cumple ocho de los nueve requisitos que debe tener una secuela modélica

La nueva entrega de los agentes Kingsman es una de las películas de acción más esperadas este año. Desde luego, la primera entrega era un soplo de aire fresco en el panorama blockbuster, pero quizá el hype que se ha creado alrededor ha idealizado en cierta medida los logros de su original lo que acaba creando una inevitable colisión de resultados y expectativas. ‘El servicio secreto’ era un viaje rabioso y desprejuiciado, pero también era volátil y de rápido consumo.

Sobreponerse a los problemas que plantea cualquier secuela no es sencillo, desde luego no al menos en los que respecta al ser comparada con la primigenia. ¿Es mejor? No. ¿Significa eso que es muchísimo peor? Desde luego que no. Hay tres tipos de secuela, puedes tratar de ser algo distinto y rompedor, como ‘El Padrino II’ (The Godfather II, 1974) o limitarte a ser una buena, decente, secuela. También puedes ser, sencillamente, una nueva entrega de un ciclo. Tan interesante por sí misma como el resto, como pueden ser las de la saga Bond o Misión Imposible.

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Ignorando los planes para continuar las aventuras de estos agentes, la creación de Mark Millar y Matthew Vaughn se postula como una serie infinita de iteraciones ultraviolentas de 007, pero examinar esta ‘El círculo de oro’ como una secuela al uso también tiene sentido. Enumeramos los puntos que debe tener una buena secuela y comprobamos si los cumple, uno por uno.

Debe sorprender

Como bien explica el compañero John Tones en su reseña, hay algo que muy pocas veces se da en una secuela y es recuperar el factor sorpresa. Puedes hacerlo mejor, más grande y expandirte, pero ese detalle casi nunca se puede lograr. Es difícil estar tan fresco como la primera vez, pero a veces ese problema está en cómo lo percibimos cada uno, dependiendo de lo que, efectivamente, nos sorprenda a nosotros. ¿Cómo funcionaría esta Kingsman para alguien que no ha visto la primera?

Algo nuevo pero envuelto en algo familiar

Aunque todas las películas de Rocky parezcan iguales, siempre hay elementos que hacen que no parezca la misma película, y eso que son todas la misma película. Particularmente, se debe a que nos vamos posicionando en distintas etapas de la carrera del boxeador. En esta secuela ocurre que, pese a que el elemento contrarreloj es el mismo, cambian cientos de detalles alrededor de la historia pero la esencia sigue siendo la misma. Ante todo, estamos viendo un filme 100% Kingsman.

Los personajes tienen que ir más allá.

Efectivamente, no vale tener al mismo tipo haciendo lo mismo después de haber pasado todo lo que ha pasado durante la primera parte. Mira Ripley en la segunda parte de la saga Alien, toda su experiencia le ha vuelto experta en monstruos, pero también extremadamente desconfiada. Eggsy ya no es el mismo. Le conocimos siendo un adolescente de barrio británico cuya meta era demostrar que podía ser un agente secreto como su padre. Ahora es un Kingsman hecho y derecho con todo peso de la organización sobre sus hombros.

El personaje de Colin Firth (todos sabemos que vuelve, ¿verdad?) da una vuelta de campana y tiene un desarrollo sorprendente que, definitivamente, hace que no tenga nada que ver con la eficiencia impecable del Harry Hart que vimos en la primera. ¿Y qué decir de Merlín? Tiene mucha más entidad en el desarrollo y llegamos a conocerle más profundamente.

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Sé fiel a tus mitos

Indiana Jones tiene su sombrero y su látigo, Han Solo el Halcón milenario y los Kingsman siguen teniendo sus trajes, sus coches, sus gafas y sus gadgets delirantes. Sigue presente la colisión entre elegancia antigua y panorama hipertecnológico, el matiz global de las operaciones y los guiños a la saga Bond, aunque en esta ocasión la película trata menos de ser un homenaje cargado de easter eggs y detalles para descubrir y vuela con menos equipaje, dejando más espacio para desarrollar su historia con el sinsentido absurdo que tanto nos gusta.

Debe expandir su mundo

Coge ‘Zombie’ (Dawn of the Dead, 1978) de George Romero o ‘Mad Max II: el guerrero de la carretera’ (The Road Warrior, 1981) y verás cómo ambas toman la premisa de su original y la llevan más allá. La expansión de ‘Kingsman 2: el círculo dorado’ no sólo es geográfica (los agentes tienen misiones que les llevan a diferentes partes del mundo) sino logística. Ahora no solo conocemos a la organización británica, hay el mismo tipo de asociación en Norteamérica, y en vez de jugar con los arquetipos de reino unido lo hacen con los del cowboy típico. Látigos y lazos, sombreros y revólveres. Whisky en vez de trajes. Son los primos yanquis y no nos sorprendería que hubiera una de esas organizaciones en cada arte del mundo para ir explorando en diferentes secuelas.

Nunca hagas reglas que rompan antiguas reglas

Una buena secuela no trata de pasarse de lista. No queremos midiclorianos. Juega con las mismas reglas. Está bien, en esta nueva Kingsman hay un artefacto tan increíble que rompe todas las reglas, pero en el fondo tiene todo el sentido en un mundo en el que constantemente se rompen las reglas físicas y químicas y en el que la tecnología es la nueva magia.

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¿Tiene el mismo tono?

La coherencia es básica. Y sabemos que estamos en un mismo universo cuando ambas obras vienen de la mente del mismo guionista y director Matthew Vaughn. El tejido conectivo de ambas es cierta irreverencia dentro de la complicidad faustiana con el blockbuster moderno, quizá la primera tenía una prevalencia de la violencia de choque frente al humor absurdo y esta se dedique más a la comedia negra que al splatter, aunque deje barrabasadas y mutilaciones generosas, incluso incidiendo en ciertas solemnidades de la anterior. Cuando una película comercial lidia con la muerte de personajes importantes, acaba pasando.

Una secuela es tan buena como lo sea su villano

Por muy dignas o entretenidas que sean las secuelas de ‘La jungla de cristal’ (Die Hard, 1988), jamás han podido alcanzar el nivel de la primera, y en buena parte es porque no consiguieron emular a Hans Gruber, incluso le retomaban e invocaban en alguna de ellas. Quizá el problema más importante de la primera era el villano y su plan, Samuel L. Jackson mola cuando hace de Samuel L. Jackson, pero en aquella estaba un poquito forzado como Steve Jobs del mal.

Su plan global, sin embargo, no era muy distinto al de Julianne Moore en esta entrega. Lo que pasa es que ella compone a una villana de tebeo sádica y brillante a la que es difícil resistirse. Su paraíso cincuentero en Camboya lleno de, drive ins y robots es superior en todos los aspectos al de la primera, no tanto su lacayo, que nos recuerda que Sofia Botuella debería estar en todas las películas del mundo.

Más y mejores escenas de acción, nuevos personajes interesantes

Esa es la regla básica de cualquier secuela que quiera dejar poso tras la original y bueno, la verdad es que no, está claro que no. No hay ninguna escena que pueda igualar a la de la iglesia de la primera. Pero, en general, hay un esfuerzo técnico importante por ofrecer un espectáculo más grande, una secuencia inicial y finales bomba y otras menos grandes pero que tienen un timing perfeccionado. El hecho de tener una en Norteamérica, jugando con sus tradiciones rednecks. El personaje que les acompaña, con un lazo y pistola es un añadido que funciona.

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