Se hace raro encontrar una de las películas más recientes de Ridley Scott sin algún elemento que reconduzca su habitual profesionalidad al terreno de lo rutinario o, en el peor de los casos, del ridículo puntual. Incluso la corrección entretenida de ‘Marte’ (The Martian, 2015) se deslucía por un último vuelo a propulsión que parecía sacada de alguna obra de los Monthy Phyton. La habitual eficiencia de la última fase de su carrera parecía estar encontrando brechas en ‘Alien: Covenant’ (2017).
La secuela-precuela de su propio film hacía de espejo implacable sobre las debilidades de su último cine. No sólo a ratos parecía un remake televisivo de su obra maestra, sino que dejaba grandes momentos del absurdo como Fassbender y su autoclase de flauta o el bebé alien haciendo un “las manos hacia arriba” mientras sonaba alguna canción del verano casposa en nuestra cabeza. Afortunadamente, esas señales no eran tanto relacionables con su desgana como con la intromisión de estudio o el desgaste de la idea.