'Yo, Tonya' opta por una caricatura que rebaja el componente trágico de su historia

'Yo, Tonya' opta por una caricatura que rebaja el componente trágico de su historia

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'Yo, Tonya' opta por una caricatura que rebaja el componente trágico de su historia

'Yo, Tonya' es, como la vida de la propia Tonya Harding que retrata, un biopic de claroscuros. Por una parte toma una serie de decisiones de riesgo que a veces le funcionan mejor y a veces no tanto, sobre todo en lo que respecta al humor y a la caricatura de sus personajes. Por otra, en ocasiones se acomoda en una serie de decisiones seguras, consciente de que cuenta con dos bazas imbatibles: el carisma de Margot Robbie y el demoledor papel de Allison Janney, nominada al Oscar y ganadora de Globo de Oro y BAFTA, entre otros.

Yo, Tonya juguetea con la idea de ser un biopic que aspira a varios Oscars (es decir, que tiene poco de experimental), pero que a la vez subvierte la idea de la biografía típico. Para ello, hace que los actores interpreten a los personajes en el pasado, pero también en el presente, respondiendo una entrevista, negando y contradiciéndose unos a otros, y jugando al narrador no fiable a varias bandas.

Es lo que le da un toque especial, gamberro y desafiante a la película, muy en consonancia con su apasionante protagonista. Se trata de la bronquísima patinadora cuasi-olímpica Tonya Harding, puro orgullo de extracción social humilde, de vida doméstica turbia a varias bandas -su marido la agredía y su madre ejercía una violentísima presión sobre ella- y, sin embargo, dotada de forma natural para el patinaje artístico.

Pese al rechazo de la remilgada comunidad deportiva, que abominaba en un mundo de princesas sobre hielo de su agresivo estilo redneck, Harding fue la primera mujer que logró clavar la dificilísima acrobacia de un triple axel en una competición. Su carrera quedó truncada cuando, en circunstancias aún no del todo claras, alguien de su entorno rompió una rodilla a una compañera y rival.

Es decir, una historia que va más allá de lo deportivo para adentrarse en lo pseudo-criminal, y que sublimada por la típica estructura de ascenso y caída (y gracias al inevitable, ya algo cansino aderezo de hits pop en la banda sonora), ha hecho que algunos la hayan comparado con 'Uno de los nuestros'. Aunque a menudo el tono que Craig Gillespie le da a la parte no estrictamente deportiva del asunto recuerda más a 'Fargo' y otras historias de delincuencia de baja intensidad de los Coen que de la ambiciosa épica de los bajos fondos que caracteriza a Scorsese.

'Yo, Tonya' y los riesgos del humor

Y aunque el tono de humor sin duda le da una personalidad única a 'Yo, Tonya', es también el elemento que resta potencia a sus momentos dramáticos, sobre todo a la terrible historia de abusos mutuos -pero de los que Harding, obviamente, siempre sale perdiendo- entre la patinadora y su marido, un estupendo -como todo el reparto- Sebastian Stan. La irritante atención que Gillespie le presta a las payasadas de los esbirros que quieren asustar a la rival de Harding hace que se difumine la atención de dos focos mucho más interesantes: el competitivo mundo del patinaje sobre hielo y la propia personalidad de Harding y todo lo que conlleva.

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Ese clasismo subrepticio de las competiciones de élite y que fundamenta el leve sustrato crítico de la película, potenciado por la conflictiva personalidad de clases, queda difuminado por culpa del humor. Este, en el mejor de los casos, se reorienta hacia el tema de la rival, y en el peor, utiliza a los personajes más humildes como objeto del chiste. Irónicamente y sin querer, en ocasiones 'Yo, Tonya' contribuye a ponerse del lado de los jueces que despreciaban a Harding por su falta de exquisitez.

Quedan un poco fuera de esos vaivenes de tono las dos actrices principales. Margot Robbie compone una Harding sin el más mínimo rastro de ironía en su retrato, muy cuidadosa de no replicar el chiste en el que convirtió la prensa de su época a la patinadora. Sus gestos y su mirada son un perfecto reflejo del complicado drama personal que vive la deportista, y no se deja contagiar del espíritu de farsa del conjunto.

Y por otra parte, Allison Janney como la madre de Tonya, LaVona, consigue un equilibrio aún más complicado: ser el personaje más desternillante de la película sin rebajar un trasfondo trágico que tampoco se hace explícito. El de la mujer fracasada en lo personal y lo profesional obcecada con el triunfo de su hija... para luego vivir martirizada con ese triunfo y dedicarse a dinamitarlo con un desprecio continuo.

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Es quizás en la interpretación de Janney donde esté el equilibrio entre lo crítico y lo ligero, lo trágico y lo caricaturesco, que 'Yo, Tonya' debería haber encontrado para ser perfecta. Sin ello, se queda en un interesante biopic, sin duda con un tema fascinante y que resucitará una de las historias más deliciosamente extrañas del deporte USA. Una que, quizás merecía un tratamiento más exquisito.

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