'Todos los hombres de Dios', la última película de Daniel Calparsoro, arranca con un atentado por parte de terroristas islámicos y un inocente y resolutivo taxista tomado de rehén y convertido poco después en una bomba humana. El comienzo es trepidante y prometedor, a la vez que coherente con la trayectoria del director y guionista, que aquí se basa en un sólido aunque previsible libreto de Gemma Ventura.
El principal problema de la película de Calparsoro es que se parece demasiado a cualquier otra película de Calparsoro de los últimos diez años. Pese a que la historias son diferentes, la fórmula, el ritmo, el pulso, la mirada, no difiere en demasía a la de 'Invasor' (2012), 'Combustión' (2014), 'El aviso' (2018), la inferior 'El silencio de la ciudad blanca' (2019) o las ligeramente superiores 'Cien años de perdón' (2016) o 'Hasta el cielo' (2020).
Escriba en compañía de quien escriba, el director parece llevar la película a su terreno y salirse con la suya, aunque esto tenga más que ver con el confort que con el estilo. Muy lejos queda el hipnótico experimentalismo formal de 'Salto al vacío' (1995), 'Paisajes' (1996) o 'Asfalto' (2000) y el relativo riesgo de las ya menores pero interesantes 'Guerreros' (2002) y 'Ausentes' (2005). ¿En qué momentos lo perdimos para la causa? ¿Y en qué momento lo ganó el público, la industria, o se ganó él a sí mismo?
Más vale lo malo conocido...
Con los años, Daniel Calparsoro se ha convertido en un cineasta de género, algo imprescindible para el apuntalamiento de una industria boyante. Lo malo es que su sello autoral semeja más a una fórmula codificada y domesticada y su representación de la violencia no va más allá de la que puede producir un entretenimiento de sobremesa.
La pericia de 'Todos los hombres de Dios' es siempre más técnica que personal, como si el cineasta pusiera todo el peso de la operación en la segunda unidad. Así, tanto la virtuosa fotografía de Tommie Ferreras como las reconocibles localizaciones del Aeropuerto Adolfo Suárez o la Gran Vía madrileña dotan de mayor personalidad a la obra que la mano del cineasta.
Los personajes, asimismo, son en exceso unidimensionales, quizá para no entorpecer la trepidación y el ritmo de la historia, quizá porque para Calparsoro el género sea eso (no). El resultado es eficaz y ofrece un pasable entretenimiento, pero languidece al compararse con otras muestras recientes del thriller español, como 'La isla mínima' (2014), 'Grupo 7' (2012), 'Open Windows' (2014), 'Tu hijo' (2018), 'Bajocero' (2020), 'Las leyes de la frontera' (2021) o 'Way Down' (2021) o, incluso, a sus equivalentes seriados para plataformas.
'Todos los nombres de Dios', tensión eficaz con un estupendo reparto
La película desaprovecha la oportunidad que brinda la historia de hacer una crítica envenenada a los medios de comunicación al abordar una situación no tan alejada a la de títulos como 'El gran carnaval' (1951) de Billy Wilder, 'La chispa de la vida' (2011) de Álex de la Iglesia o la popular serie 'La casa de papel' (2017-2021), aunque es posible que sus máximos responsables no quisieran meterse en según qué jardines para evitar topicazos.
El protagonismo de Luis Tosar en un papel que no se aleja en exceso de cualquiera de los suyos recientemente lleva aún más el material a terrenos conocidos, los de, paradójicamente, 'El desconocido' (2015) de Dani de la Torre o 'Fatum' (2023) de Juan Galiñanes, aunque por otra parte asegura en gran parte a la película un recorrido comercial.
Pero si por algo destaca la película es por el excelente trabajo de los secundarios. Roberto Enríquez e Inma Cuesta (que repite con el director varios años después de 'Invasor') nos regalan trabajos diferentes a lo que nos tienen acostumbrados. Igualmente brillan con convicción Nourdin Batan (conocido por sus papeles en las series 'La unidad' y '30 monedas'), Lucas Nabor y los siempre excelentes Fernando Cayo y Patricia Vico. No mucho más. Aunque, para gran parte del público, será más que suficiente.
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