Paul Newman y el western (V): 'Dos hombres y un destino' de George Roy Hill

Paul Newman y el western (V): 'Dos hombres y un destino' de George Roy Hill

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Paul Newman y el western (V): 'Dos hombres y un destino' de George Roy Hill

‘Dos hombres y un destino’ (‘Butch Cassidy and the Sundance Kid’, George Roy Hill, 1969) no es una película perfecta, pero hablamos de uno de los títulos míticos por excelencia, no sólo dentro del género del western, sino del cine en general. Una de las películas más recordadas y queridas de sus dos estrellas principales, Paul Newman y Robert Redford, declarando el primero en alguna ocasión que el rodaje más divertido en el que había participado fue en éste. El proyecto del film se origina en el interés de Steve McQueen, que se lo ofreció a Newman con la intención de que ambos lo protagonizasen.

De hecho, el título original en un principio iba a ser ‘The Sundance Kid and Butch Cassidy’, pero cuando McQueen se desentendió del proyecto, y entró Robert Redford, que aún no era una estrella, se cambió el orden de los nombres en el título. Maestro de ceremonias, George Roy Hill, que consiguió uno de sus mayores éxitos, y en el guion, el hoy respetadísimo William Goldman, con quien Newman ya había trabajo en la estimable ‘Harper, investigador privado’ (‘Harper’, Jack Smight, 1966).

A finales de los años sesenta todo el cine estaba experimentando un cambio radical a todos los niveles, tanto formales como temáticos, sobre todo por influencia europea. En concreto el western experimentaba un cambio atroz en la composición de sus personajes, y la mirada hacia un género puramente estadounidense. El habitual héroe daba paso al antihéroe, romántico por excelencia, que en cierto modo añoraba otra época de verdes praderas, antes de que la civilización se abriese paso con los adelantos técnicos.

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El crepúsculo del género

Así pues ‘Dos hombres y un destino’ pertenece a ese grupo de films al estilo de ‘Duelo en la alta sierra’ (‘Ride the High Country’, Sam Peckinpah, 1962), cuyo plano final es todo un ejemplo del tono de estas películas, o ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ (‘The Man Who Shot Liberty Balance’, John Ford, 1962), y que sumadas a la mirada dejada por directores como John Sturges, Anthony Mann o Budd Boetticher, adentran el género en otro nivel, el que en Italia y España terminó de perfilarse abriendo nuevos caminos. El film de Roy Hill se diferencia de todos ellos por el extraño humor que inunda a veces la historia.

Un humor que a veces juega en contra del retrato de dos de los más temibles bandidos americanos, ofreciendo imágenes tan chocantes como Cassidy montando una bicicleta con Etta –Katharine Ross, que venía de triunfar con ‘El graduado’ (‘The Graduate’, Micke Nichosl, 1967)− al son de la canción ‘Raindrops Keep Falling on my Head’, de Burt Bacharach y Hal David, ganadora del Oscar y un estruendoso hit musical. Esa parte cómica, por así llamarla, enriquece, eso sí, el feeling entre los dos actores, siendo esta película la confirmación definitiva de la madurez de Paul Newman como actor.

‘Dos hombres y un destino’ está compuesta de dos tramos bien diferenciados, la acción que tiene lugar en los Estados Unidos, y la que tiene lugar en Bolivia, donde Cassidy y Kid terminarán sus días en una secuencia final que habría encantado a Sam Peckinpah y que, salvando las distancias, recuerda a ‘Grupo salvaje’ (‘The Wild Bunch’), filmada el mismo año. El destino del título español, compartido con una forma de vida que deja atrás una serie de valores, amistad, incluso amor, y que no parecen tener sitio en un mundo cada vez más tiranizado por la ley. Butch Cassidy y Sundance Kid mueren haciendo lo que mejor saben hacer.

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Dos actores en estado de gracia

Y como dice Bodhi en la excepcional ‘Le llaman Bodhi’ (‘Point Break’, Kathryn Bigelow, 1991) “no hay nada de malo en morir haciendo lo que uno ama”, una frase que le queda como un guante a esta película que parece tener un crescendo dramático que avanza paulatinamente de la comedia a algo mucho más serio. Incluso el feeling de los dos intérpretes parece aumentar según avanza la cinta, logrando una compenetración fuera de lo común –no es de extrañar que ambos actores repitiesen operación con el mismo director pocos años después− en los momentos más dramáticos. Atención a los planos en los que Newman sólo mira, callado, consciente de un futuro no muy prometedor.

Conrad Hall, que también recogió un Oscar por su trabajo, viste el film de colores sorprendentemente alegres, utilizando el sepia para algunos instantes como la visita de los tres personajes a la gran ciudad, momento bisagra en la película, y que parece evocar tiempos pasados y mejores, aunando futuro y pasado en inspirada conjunción. Imágenes antiguas (cine clásico) enfrentadas a la modernidad (el cambio del arte, el cambio de la sociedad) en una inusitada conjunción formal animada por la banda sonora de un inspirado Burt Bacharach.

Lo mismo que ese plano final congelado como recuerdo de un tiempo pasado violento y posiblemente más auténtico. La película fue un éxito masivo, y a ello contribuyó la química, maravillosa, entre dos actores que hacen fácil lo difícil, ser los personajes antes que interpretarlos. Las expresiones de uno reconociendo que no sabe nadar y el otro que jamás ha disparado contra un hombre son clases de interpretación, la natural y la estudiada, ambas antológicas, en perfecta comunión. Antes de volver a encontrarse con su amigo Robert Redford, Paul Newman se metió en varios proyectos más personales.

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