Durante el rodaje de la película ‘El exorcista III’, el actor Jason Miller había alcanzado unas cotas en su alcoholismo que sufría de una condición llamada “cerebro húmedo”, por lo que ya no era capaz de memorizar diálogos, de tal forma que Miller no pudo completar sus escenas, y el director y escritor William Petter Blatty reescribió el papel para compartirlo con dos actores, siendo el segundo Brad Dourif, una anécdota triste, pero que define todo lo que cuenta ‘El exorcismo de Georgetown’.
Aparecido de la nada, este estreno pasa como otra explotación de posesiones con Russell Crowe tras su encarnación del Padre Amorth en ‘El exorcista del Papa’, además, ha llegado a España antes que ninguna parte del mundo. El actor interpreta a un actor que hace de exorcista, un curioso giro meta tras confirmarse que seguirá haciendo películas de la otra franquicia, sin embargo, esta fue rodada mucho antes. Tanto que ya estaba lista antes de la pandemia y ha sido “archivada” hasta ahora, en un momento en el que el horror religioso está en explosión.
Un caramelo para fetichistas de 'El exorcista'
Quizá porque Miramax ha pasado tiempos convulsos tras el caso Weinstein, quizá porque querían esperar el estreno de la secuela ‘El exorcista: Creyente’, quizá porque había problemas en el material rodado que no eran fáciles de solucionar, pero de alguna forma esta curiosidad, anteriormente titulada ‘The Georgetown project’ ha llegado a salas enmascarada como otra película de posesiones de segunda fila con las que se emparenta de una forma inesperada, casi como si fuera una parodia de este tipo de proyectos de saldo.
En realidad ‘El exorcismo de Georgetown’ es un interesante anexo al rodaje de ‘El exorcista’ original, que solo tiene sentido entendiendo el drama del alcoholismo posterior de Miller, el original Damien Karras, ya que la película la dirige su hijo, Joshua John Miller. No es baladí que sea él quien dirija la historia de un actor que hace de exorcista. Crowe es el alter ego de su padre, e incluso en el guion se señala explícitamente el gran problema comentado para memorizar las líneas en el rodaje de la secuela original a causa del alcohol y las drogas.
De hecho, esa caída en el abismo e incapacidad para rodar su película es la base de esta otra; J.J. Miller también fue actor en muchas películas de terror y es también hermano de Jason Patric, icónico vampiro en ‘Jóvenes ocultos’, por lo que el horror y los rodajes son una parte importante del legado familiar, y esto es clave en esta trama, que tiene a una hija lidiando con el recaída de su padre en medio de un rodaje, con lo que hay cierto exorcismo real de traumas del pasado y una suerte de piedad paternofilial que dialoga con la realidad de forma bastante intensa.
Expiación de trauma y padre ausente
Miller parece estar ofreciendo el perdón a su padre y contando su relación con él, desnudando sus demonios a través de una película de género que no está demasiado interesada en grandes escenas y set pieces, sino en conformar una atmósfera lúgubre, melancólica y bastante amarga para sugerir un relato de redención. De hecho, más que una película de exorcismos, el modelo principal de la película es más bien ‘El resplandor’, y cómo se asemeja la posesión a la caída en picado en la adicción, con la diferencia de que en vez de un hotel encantado, se trata de un rodaje.
Esto conecta también con el ‘Doctor Sueño’ de Mike Flanagan, los avatares de la sobriedad y su relación con la iglesia en ‘Misa de medianoche’. Pero aquí la idea es también plantear el rodaje en Georgetown, la ciudad del clásico original, lo que convierte a la película dentro de la película en prácticamente la verdadera ‘El Exorcista’. La trama se reproduce paso a paso y hasta hay una reproducción de los escenarios, iluminación y anécdotas meta sutiles que los fans de la mitología alrededor del clásico de Friedkin reconocerán.
No es casualidad tampoco que aparezca Kevin Williamson como productor, aunque el carácter meta de esta tiene más que ver con el rodaje de ‘La nueva pesadilla de Wes Craven’ que con su posterior ‘Scream’. Su fetichismo incluso la convierte también en una especie de ‘La sombra del vampiro’ que cambia ‘Nosferatu’ por Pazuzu, aunque aquí el demonio que mueve los hilos sea Moloch, el mismo que circula en la reciente ‘El último Late Night’, con lo que la fiesta del cine tiene un programa doble con la misma entidad esperándonos.
Tradición de rodajes malditos
‘El exorcismo de Georgetown’, sin embargo, pertenecería más a la tradición de películas de terror sobre rodajes de películas de terror alterados por un elemento sobrenatural, desde ‘La casa de los siete cadáveres’, pasando por ‘El ente diabólico’, ‘Un gato en el cerebro’ o ‘Berberian Sound Studio’. Pero en este caso, el set embrujado de la película también entabla conversación con la realidad, puesto que la producción de ‘El exorcista’ es famosa por su "maldición" en la que hubo accidentes en el estudio de filmación y hasta hubo miembros del reparto muertos.
En su juego de cine dentro del cine, la película se permite algunas bromas internas con el género de "drama envuelto en cine de terror" con el que algunos directores tratan de escabullirse del estigma y se atreve a poner a una niña afroamericana como la poseída, casi como una metabroma futura a la elección de casting de ‘El exorcista: Creyente’. Otra broma para fans de ‘Frasier’ es cómo David Hyde Pierce reconoce tener el grado de psiquiatría, a pesar de ser un sacerdote versado en temas del demonio.
Russell Crowe demuestra que está perfecto en una fiesta del Papa o en esta elegía meta que arrastra problemas de montaje y tiende a una apresuración final que pedía algo más acorde al tono reflexivo con el que funciona durante el metraje. Sin embargo, aún con sus problemas, es una chuchería para los connoisseurs de la intrahistoria de la película de horror sobrenatural más importante de todos los tiempos, quizá café para muy cafeteros, pero un complemento muy digno sobre el fenómeno que puede que sea café para muy cafeteros, pero no un mal café.
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